8 mayo, 2024
17 marzo, 2024

Dios proveyó el cordero perfecto

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Passage: Génesis 22:1-14, Salmo 43, Hebreos 9:11-15, Juan 8:42-45
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Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

En nuestra lectura del Antiguo Testamento (Génesis 22:1-18), tenemos otra cuenta de una prueba de fe, o en este sentido, una tentación. Recuerden tentación por el diablo es para sembrar las dudas en la Palabra de Dios y separarnos del Padre celestial, mientras Dios nos prueba para profundizar nuestra fe y llevarnos más cerca a Él. Además, todo este pasaje es una profecía mesiánica, una revelación que su Mesías tiene que morir por los pecados del mundo.

Dios tentó o probó a Abraham, no dándole ocasión de pecar, sino probando su fe en cuanto a su solidez y fuerza. Él no tenía que poner a prueba a Abraham para saber si temer a Dios. Él escudrińa el corazón y sabe lo que hay en el hombre. Al contrario, Él pone a prueba la fe a fin de que quitar la escoria de la plata (Proverbios 25:4; Isaiás 1:25; Malaquías 3:3).

Abraham debía tomar a su hijo y ofrecerlo en sacrificio en la tierra de Moria, la cordillera en las cercanías de lo que después fue Jerusalén. La distancia de Beerseba a Jerusalén era de 64 a 80 kilometros y normalent requería alrededor de dos días y medio de viaje constante. Sin duda, la pesada carga de la leña demoró la marcha. El rey Salomón construyó el Templo de Jerusalén sobre el monte Moria según 2 Crónicas 3:1. Abraham debía ofrecer a Isaac como holocausto en o cerca del sitio donde más tarde estuvo al altar de Israel. A pesar de que el resultado de su acto de adoración estaba oculto a Abraham, su fe se aferró a la promesa del Señor, considerando que Dios podía resucitar a Isaac, incluso de entre los muertos, Hebreos 11:17–19.

La práctica de los cananeos de sacrificar humanos era una abominación en los ojos de Dios. Pero ésta no era la lección que Dios quería enseñarle a Abraham. Lo que Dios realmente quería de Abraham era el sacrificio espiritual de su hijo. Sin tal sacrificio espiritual, incluso un sacrificio sangriento sobre un altar no tiene valor. Dios sólo pidió la entrega del gran regalo que le había dado a Abraham.

Dios le había dado a Abraham la promesa después del nacimiento de Isaac: En Isaac te será llamada descendencia, Génesis 21:12. Ismael quedó así excluido, al igual que los hijos de Abraham con Ketura, que nacieron más tarde. Isaac era el hijo de la promesa, habiendo recibido el padre las promesas de Dios con un corazón creyente; los descendientes de Isaac serían conocidos como la verdadera simiente, los herederos de la promesa. Pero ahora Dios decidió poner a prueba la confianza y la fe de Abraham mediante una prueba de tal severidad que habría atemorizado a todos los demás corazones. Esto lo pudo hacer sólo porque su fe le había enseñado a llegar a la conclusión, a mantener la opinión de que incluso de entre los muertos Dios puede levantar. Fue esta firme creencia en el poder todopoderoso de Dios, junto con la fe en sus promesas, lo que permitió a Abraham entregar a la muerte a su único hijo. Esta fe Dios recompensó de inmediato; porque el padre recibió a su hijo de las mismas fauces de la muerte, lo arrebató de la muerte, “no realmente, porque Isaac no había estado muerto, sino virtualmente, porque había sido entregado a la muerte.

Isaac se convirtió en el tipo del sacrificio mayor, Jesucristo, quien también llevó el madero de su cruz voluntariamente y con paciencia y llevó nuestros pecados en su cuerpo en la cruz. Isaac como sacrificio paciente, sabiendo que era el holocausto que el Señor había provisto. El diálogo entre Isaac y Abraham muestra que Isaac sabía lo que iba a pasar. Que Isaac se dejara atar es un acto de suprema fe en Dios y de plena confianza en su padre. Esta obediencia voluntaria a la voluntad de su padre hace que Isaac sea aún más un tipo de Cristo.

El Ángel del Señor en el sentido especial de la palabra, el Hijo de Dios, está aquí nuevamente en evidencia, interfiriendo justo a tiempo para salvar la vida de Isaac. Dios ahora, mediante la prueba más severa que pudo haber sido ideada, había obtenido evidencia, manifestada por pruebas evidentes, descubierta por experimento real, que Abraham era temeroso de Dios, que esta era la actitud de su mente y corazón, ya que no había perdonó incluso a su único hijo por causa de su obediencia a Dios. Aquí también se enfatiza el tipo de Isaac como presagio del mayor sacrificio del Nuevo Testamento, Romanos 8:32.

Aquí Dios dirigió la atención de Abraham hacia el carnero en el fondo, pasado por alto por él hasta ahora, atrapado en la espesura de la ladera de la montaña con sus cuernos largos y torcidos. Siguiendo la sugerencia, hizo del carnero el animal del sacrificio en lugar de su hijo Isaac, siendo así el carnero, como en muchos de los sacrificios posteriores, la representación simbólica, tomando el lugar del que estaba destinado a morir. Ese hecho también dio gran valor al sacrificio de Cristo, porque fue hecho por nosotros, en nuestro lugar.

El hombre que temió a Dios reconoció que como hombre pecador su vida estaba prendada por Dios. Cuando él sacrificaba animales confesó su culpa, reconoció la necesidad de expiación y rogaba por perdón. Por sacrificio vicario de un animal, Dios hizo un sacramento por el cual le aseguró a los creyentes del Antiguo Testamento su reconciliación con el Señor.

Y el Ángel de Jehová llamó a Abraham desde el cielo por segunda vez, versículo 16. y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado a tu hijo, tu único. , que con bendición te bendeciré, y con multiplicación multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos; y en tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra; porque has obedecido mi voz. Una declaración y profecía solemne, respaldada por el juramento más fuerte que el Señor pueda prestar por sí mismo. El alcance de la promesa, que apunta a una descendencia innumerable, al completo derrocamiento de todos los enemigos, y especialmente al hecho de que en su Simiente, en la única gran Simiente de la mujer, todas las naciones de la tierra deberían ser bendecidas, impide la comprensión de una mera bendición temporal. Es principalmente a esta bendición a la que se refiere San Pablo cuando escribe: “No dice: Y a las semillas, como a muchas; sino como de uno, ‘Y a tu simiente’, que es Cristo”, Gálatas 3:16.

En Cristo son benditas todas las naciones de la tierra; en su poder el pueblo de Dios, los descendientes espirituales de Abraham, conquista a todos sus enemigos. Además, Jesucristo, como sumo sacerdote el nuevo pacto en su propio sangre, ofreció el sacrificio propiciatorio perfecto una vez para siempre, según nuestra epístola (Hebreos 9:11-15). Con su sangre Cristo nos libertó del poder del pecador, del diablo y de la muerte. Redimió y santificó a todos los seres humanos por la eternidad. Por eso, su sacrificio no tiene que ser repetido como los del Antiguo Testamento.

El autor de Hebreos nos muestra que los sacrificios de los animales prefiguraban el sacrificio del perfecto sumo sacerdote. Después de la caída de Adán y Eva, Dios les hizo vestimentas del piel de animales porque su vergüenza requería un manto. Estas pieles recordaba a los primeros seres humanos del severo resultado de su pecado, que es la muerte. Poco tiempo después apareció la ofrenda de animales por Caín y Abel. Los después de Noé también ofrecieron sacrificios de los animales. La sangre de los animales era una sustituto por la vida de las pecadores.

En la última plaga de Egipto, los israelitas escaparon el castigo de la muerte del primogénito por el sacrificio de un cordero sin mancha. En el tabernáculo y luego en el templo, los sacerdotes recogian la sangre de los animales diariamente y la aplicaban al altar. Una vez del años, en el día de la expiación, el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo y aplicaba parte de la sangre del animal al arco del pacto. Todos los sacrificios del Antiguo Testamento apuntaban hacia el único y suficiente sacrficio de Jesucristo.

Ahora, en el santo bautismo, Jesús nos rocia con su sangre. Nos rocía externamente para limpiarnos y perdonarnos nuestros pecados, y apartarnos para ser su pueblo santo, para servir a Dios como sacerdocio real en nuestras vocaciones de padres, hijos, hermanos, ciudadanos, maestros y estudiantes. En el sacramento del altar, nos rocía internamente (Hebreos 9:16-22).

Por tanto, tenemos no sólo el ejemplo de carnero como sustituto para Isaac, también la realidad de Jesucristo como nuestro mediador y sustituto que podemos confiar en la promesa de la vida eterna durante esta vida de pruebas. En esto, tenemos la paz que sobrepasa todo entendimiento. Amén.

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