22 noviembre, 2024
8 septiembre, 2024

No nos cansemos de hacer el bien

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Passage: 1 Reyes 17:8-16, Salmo 146, Gálatas 5:25-6:10, Mateo 6:24-34
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Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

“No nos cansemos, pues, de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos; y mayormente a los de la familia de la fe.” Gálatas 6:9-10.

En nuestra lectura del Antiguo Testamento de hoy (1 Reyes 17:8-16), la viuda de Sarepta es un ejemplo de alguien cansado de hacer el bien. Dios había castigado al reino del norte de Israel por su idolatría con una sequía. En medio de esta sequía, la viuda luchaba por proveer para ella y su hijo. Había llegado al punto de querer morir, porque la vida era una lucha. Pero el Señor envió al profeta Elías a su vida como una bendición para ella y su hijo. La aplicación para nosotros es que no podemos confiar en nuestras propias fuerzas para enfrentar las pruebas de la vida terrenal, así como tampoco podemos ganar la vida eterna por nuestros propios méritos.

En nuestra epístola de hoy, san Pablo no habla directamente de la justificación, que se obtiene sólo por la fe, sino que habla de la vida cristiana después de recibir el don del Espíritu mediante el bautismo. El Espíritu crea en nosotros la fe salvadora, pero luego obra en nuestra vida para hacerla crecer y perfeccionarla. Este proceso, llamado santificación, produce el fruto de las buenas obras. Las buenas obras no traen la salvación, sino que la salvación por gracia produce buenas obras.

Dos pensamientos subyacen en los versículos Gálatas 6:1-5: La pecaminosidad total de la naturaleza humana y la total suficiencia del Evangelio. El versículo 4 es la antítesis misma de Lucas 18:11, donde el fariseo da gracias a Dios por no ser como los demás hombres. Aquí estamos hablando de toda la conducta de uno. La prueba es ver si algo es genuino o falso. El verbo aquí es el que se usa para distinguir el dinero falso del verdadero. No puede pasar al siguiente paso hasta que uno no haya examinado su propia conducta, sometiéndola a la Ley de Dios. El cristiano está constantemente encontrando defectos en su vida. Está constantemente recurriendo a la misericordia de Dios en Cristo.

Todo el mundo quiere ser más que su vecino, en capacidad, en posición social. La falsa ambición ha traído una miseria indecible sobre la Iglesia de Cristo. Porque es debido a esa actitud que los hombres se provocan unos a otros, asumen una posición desafiante, cuestionan la capacidad y los motivos de los demás, están celosos del éxito de los demás en cualquier línea de esfuerzo, tratan de minimizar los logros reales mediante la crítica adversa. Si el deseo de vanagloria gobierna en el corazón de una persona, el resultado será la rápida pérdida del amor fraternal, seguida de disensión, peleas, celos y odio.

Como primicia del Espíritu Santo, Pablo menciona el amor, del cual brota la alegría por el bienestar del prójimo, que es lo opuesto a la envidia y los celos. Quien ama a su prójimo y se alegra de su buena fortuna, vivirá además en paz con él, mostrando siempre una disposición pacífica, evitando toda disputa. Y para que el cristiano pueda manifestar este deseo de paz con todos los hombres, él mismo muestra paciencia, incluso bajo la provocación, es sufrido y amable.

Resumiendo la actitud característica de los cristianos, el apóstol escribe: Los que son de Cristo han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias. Los que son de Cristo, los que pertenecen a Jesucristo, son los que han entrado en comunión con Él, los que se han hecho suyos. Cuando el Espíritu Santo obró la fe en sus corazones, crucificaron su carne, renunciaron al viejo Adán, a su naturaleza pecaminosa. Ahora viven y andan en el Espíritu; esa es la esfera en la que viven y se mueven. Su carne crucificada puede intentar a veces desprenderse de la cruz, pero al final debe morir, y con ella todos los afectos, pasiones y deseos malos. Por mucho que le duela a la carne el no poder satisfacer más sus concupiscencias, debe someterse. Esto implica mucha abnegación por parte del creyente; no faltan sufrimientos y luchas. Como con Cristo, así es con los cristianos: a través de tribulaciones van a la gloria.

En estrecha relación con este pensamiento, el apóstol escribe: Si vivimos en el Espíritu, avancemos también en el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, ni nos provoquemos unos a otros, ni nos envidiemos unos a otros. La vida que está en los creyentes por el poder del Espíritu también debe imprimirse y estamparse en toda su conducta, debe impulsarlos a progresar en su vida espiritual. No deben desviarse ni a la derecha ni a la izquierda, sino seguir la norma del Espíritu, con la fuerza que el Espíritu les da. Y una manera en que los cristianos deben mostrar su progreso en la vida espiritual es ésta: que no deben buscar la vanagloria, que no se esfuercen por el honor y la gloria personal, como todo hombre tiende a hacer por naturaleza.

Esta pasaje implica que el cristiano debe andar en orden, disciplinado, guiado por el Espíritu Santo. “Cada uno llevará su propia carga” significa que cada uno es responsable por sus propias decisiones. Sin embargo, el propósito de la iglesia, que es la familia de Dios, es para sobrellevar los unos las cargas de los otros.

Todo aquel que recibe instrucción en la palabra debe compartir todas las cosas buenas con su instructor (Gálatas 6:6). “Sembrar para agradar al Espíritu” denota el uso apropiado de la libertad cristiana en interés del prójimo, usando la fe hacia Dios y el amor ferviente hacia el prójimo.

Según nuestro evangelio para hoy (Mateo 6:24-34), hay que buscar la salvación de Dios, luego confiar la vida diaria a su cuidado amoroso. Nosotros hacemos esto haciendo uso fiel de la Palabra y los sacramentos, a través de los cuales el Espíritu Santo nos lleva a arrepentirnos de nuestros pecados y a confiar en Jesús para el perdón. Convencidos de nuestra salvación, entregamos nuestras vidas diarias en las manos de nuestro Padre celestial.

Concédenos, te suplicamos, todopoderoso Dios, que tengamos una fe firme en tu amado Hijo Jesucristo, una esperanza gozosa en tu misericordia, y un amor sincero hacia Ti y hacia todos los hombres. Amén.

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