23 noviembre, 2024
20 agosto, 2023

La señal de Caín o la señal de Cristo

Passage: Génesis 4:1-15
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Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

En nuestra escuela bíblica de vacaciones esta semana, aprendimos que Dios instituyó el matrimonio y la familia en el principio como una bendición para padres e hijos. Pero Adán y Eva, los primeros padres, rompieron la armonía original entre ellos y Dios por un simple acto de desobediencia. Dios les dio lo que parecía un mandato simple, no comen de un árbol en particular. Aún hoy pensamos que nuestros actos de desobediencia no son tan importantes, pero las consecuencias son profundas. Vemos los terribles frutos de la desobediencia de Adán y Eva en nuestra lección del Antiguo Testamento (Génesis 4:1-15). El egoísmo que arraigó en ellos resultó en el conflicto entre sus hijos y el primer asesinato. En su hijo mayor, Caín, Eva reconoció agradecida un regalo de Dios. Eva creyó que la promesa de Dios del aplastador de la serpiente ya se había cumplido en su primogénito, Caín, no obstante, se convirtió en una desilusión.

Para implorar la bendición de Dios en su trabajo, Caín y su hermano Abel le trajeron ofrendas de lo mejor que tenían. Aunque el texto no lo dice directamente, el lenguaje indica que las ofrendas estuvieron acompañadas de oraciones de petición, y que Abel recibió lo que pidió en oración, pero Caín no. De todo modo, Caín supo que su sacrifició le desagradó a Dios. Las reacciones de Dios no son causadas por la diferencia material en sus ofrendas sino por la diferencia en los motivos y actitudes de los dos hermanos. Dios ve y busca más allá de los actos de adoración exterior. Dios miró con agrado la ofrenda de Abel porque fue dada en verdadera fe.

Esta es la moraleja de nuestro Evangelio, Lucas 18:8-14. La actitud del fariseo era que merecía algo de Dios, mientras que el publicano se humillaba y pedía sólo la misericordia de Dios.

El pecado, cometido deliberadamente, siempre endurece el corazón. Caín estaba celoso de su hermano Abel por la fe humilde y su consiguiente aceptación por parte de Dios. Estaba lleno de amarga ira, que se reflejaba en su rostro. No busca en su propio corazón la causa de su rechazo. Entonces el Señor mismo le advirtió a Caín que la ira que guardaba en su corazón hacia Dios y hacia Abel lo llevaría a un pecado peor, pero Caín no escuchó. No trató de mantener en sujeción el deseo pecaminoso de su corazón, por lo que el final de la disputa fue el asesinato.

“¿Dónde está tu hermano Abel?” Dios le hizo la pregunta para darle a Caín la oportunidad de confesar su pecado. Pero, en lugar de volverse al Señor en verdadero arrepentimiento, Caín le respondió, “No se. ¿Acaso soy yo guarda de mi hermano?” La respuesta es sí, debemos cuidar a nuestros hermanos, también nuestros prójimos. En su explicación del Quinto Mandamiento, el Catecismo Menor nos enseña que “no mates” significa que debemos temer y amar a Dios de modo que no hagamos daño o mal material alguno a nuestro prójimo en su cuerpo, sino que le ayudemos y hagamos prosperar en todas las necesidades de su vida.

Caín se entrega a la desesperación total, declarando que la culpa de su pecado es demasiado grande para que él la soporte, que el castigo que se le ha impuesto es demasiado pesado para que lo soporte. Sus palabras implican una acusación contra el Juez, que le ha impuesto una carga tan insoportable. Sin embargo, Dios no entregó inmediatamente a Caín al tormento eterno, sino que lo dejó vivir como un fugitivo con su mala conciencia. La puerta quedó abierta para que Caín se arrepintiera. El Señor incluso puso alguna señal de su protección sobre Caín, para que los hijos posteriores de Adán no buscaran venganza por Abel.

El Señor nos ha dado una señal, no solamente para protegernos en este mundo, sino como la seguridad de la vida eterna si confesamos nuestros pecados. Esta señal es el santo bautismo, en que compartimos en la muerte y la resurrección de Jesucristo. En nuestra epístola, Efesios 2:1-10, San Pablo dice así: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar con Él, en lugares celestiales en Cristo Jesús.”

Si Cristo no resucitó de entre los muertos, entonces nuestra fe es en vano. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos, podamos encontrar la salvación. En esto tenemos la paz que sobrepasa todo entendimiento. Amén.

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