20 septiembre, 2024

Entonces los discípulos se volvieron a sus casas. Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y llorando se inclinó y miró dentro del sepulcro; y vio dos ángeles en ropas blancas que estaban sentados, el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Y habiendo dicho esto, volteó hacia atrás, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú le has llevado, dime dónde le has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: “María.” Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: “No me toques; porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.” Vino María Magdalena dando las nuevas a los discípulos de que había visto al Señor, y que Él le había dicho estas cosas. Juan 20:10-17

Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

Hoy honramos a María Magdalena, la primera persona para ver el Cristo resucitado. Según Lucas 8:1-3, andaban con Jesús “algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la cual habían salido siete demonios, y Juana, esposa de Chuza, mayordomo de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes.” María Magdalena es mencionada por su nombre doce veces en los cuatro evangelios, más que la mayoría de los apóstoles y más que cualquier otra mujer no familiar. El epíteto de María Magdalena puede significar que vino del pueblo de Magdala, un pueblo de pescadores en la costa occidental del mar de Galilea. Las Escrituras no dicen ella era prostituta; en siglos siguientes ella estaba confundida con María de Betania en Lucas 10:39 y la “mujer pecadora” sin nombre que unge los pies de Jesús en Lucas 7: 36–50.

María Magdalena era un testigo a la resurrección, pero no era apóstol, como algunas personas equivocadas dicen hoy en día. La palabra apóstol tiene un significado particular en el Nuevo Testamento. Nuestro Señor eligió doce hombres para entrenar para tres años y luego autorizar a predicar la Palabra de Dios públicamente y administrar los sacramentos. Los primeros llamados como apóstoles fueron Simón Pedro y su hermano, Andrés, y Juan y Santiago, hijos de Zebedeo. Ellos fueron pescadores, pero Jesús les dijo “Venid en pos de mí, y yo os haré pescadores de hombres.” Ellos entonces, dejando luego las redes, le siguieron (Mateo 4:19-20). Antes de su Ascensión, Jesús dijo a los apóstoles, “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15) y “pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo; y me seréis testigos, a la vez, en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”

En esta manera nuestro Señor instituyó el ministerio de la predicación y los sacramentos. Los doce recibieron su llamada divina directamente del Señor, también San Pablo en su visión de Jesucristo en camino al Damasco. Los apóstoles también fueron autorizados para entrenar y entregar sus sucesores en el ministerio público. Pablo dice así en Tito 1:5, “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y ordenases ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé”, pero con estos requisitos, “el que fuere irreprensible, marido de una esposa, que tenga hijos fieles, que no estén acusados de disolución, o rebeldía. Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no arrogante, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas; sino hospitalario, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, templado; retenedor de la palabra fiel como le ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana doctrina, y convencer a los que contradicen”. Además, en 1 Timoteo 3:6, “No un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en condenación del diablo.”

Que quiere decir, no todos los creyentes son llamados a dejar sus familias, amigos y trabajo para predicar la Palabra y administrar los sacramentos en el mundo entero. Hoy en día, los pastores de la iglesia no reciben sus llamadas divinas directamente por revelación del Señor, porque con la Palabra escrita en la Biblia, no hay necesidad de mas profecías, sueños o revelaciones. La iglesia, como el cuerpo de Cristo y instrumento del Señor, llama y enviá ministros y misioneros, como la iglesia en Antioquia envió a Pablo y Bernabé como misioneros (Hechos 13:1-3). Por eso, Artículo XIV de la Confesión del Augsburgo dice que en nuestras iglesias luteranas, nadie puede predicar la Palabra o administrar los sacramentos sin llamamiento legítimo, que incluye formación y aprobación por otros ancianos de la iglesia.

Y el ministerio de la Palabra y los sacramentos no es abierto a las mujeres. Dice Pablo en 1 Timoteo 2:12, “Porque no permito a la mujer enseñar, ni usurpar autoridad sobre el varón, sino estar en silencio.” Este pasaje no significa una mujer no debiera emitir sonido alguno en la iglesia, sino no debiera enseñar o interpretar la Palabra en forma autoritaria, que es la responsabilidad del pastor o obispo. El orden de la creación es para el padre a ser la cabeza de la familia, y la usurpación de esta autoridad fue el pecado de Eva en el jardín. Además el pastor es la figura de Cristo, quien es la cabeza de la iglesia como el marido es la cabeza de la familia. Por tanto, no hay pastoras en las iglesias fieles a las Sagradas Escrituras y las Confesiones Luteranas.

Sin embargo, hay muchas oportunidades para las mujeres a servir la iglesias con sus talentos y bienes, como María Magdalena, también Priscila, esposa de Aquila; Dorcas; Lidia de Tiatira; y otras. La primera mujer nombrada como diaconisa, o diácono en forma femenina, fue Febe de Cencrea en Romanos, capítulo 16. Hoy día nuestras iglesias luteranas retienen el oficio auxiliar de diaconisas para la mujeres que quieren dedicarse a las obras de misericordia, música y la educación de los niños y jóvenes.

Aunque no todos los creyentes están llamados a dejar sus vocaciones para predicar y administrar los sacramentos, todos deben ser testigos al amor de Cristo en sus familias, comunidades y trabajo. “Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende un candil y se pone debajo del almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo.” (Mateo 5:14-16)

Todopoderoso Dios, tu Hijo Jesucristo restauró la salud de María Magdalena y la llamó a ser la primera testigo de su resurrección . Límpianos también a nosotros de nuestras iniquidades y llámanos para conocerte en el poder de la vida sin fin de tu Hijo. Te lo pedimos por Él que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, un solo Dios por los siglos de los siglos. Amén.

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