9 mayo, 2024
27 diciembre, 2023

Listos para morir, primero vivir para Cristo

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Passage: Apocalipsis 1:1-6, 1 Juan 1:1-2:2, Juan 21:20-25
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Llevad mi yugo sobre vosotros, dice el Señor, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Gloria sea al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.

Apocalipsis 1:1-6

1 Juan 1:1-2:2

Juan 21:20-25

El Nuevo Testamento registra la muerte de dos de los 12 apóstoles: Judas Iscariote (Mateo 27:3-8; Hechos 1:15-20) y Santiago (Jacobo), hijo de Zebedeo y hermano de Juan (Hechos 12:1-2). Sin embargo, nuestro Señor profetizó los destinos de Simón Pedro y Juan en el último capítulo del Evangelio según San Juan. Después de su resurrección, Jesús se aparece a siete de los once al lado del mar de Tiberias. En un diálogo, El Señor perdonó a Pedro por haberlo negado tres veces en la corte de Poncio Pilato y lo restauró al apostolado. Entonces le dijo esto: “De cierto, de cierto os digo: Cuando eras más joven, te ceñiras, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extienderás tus manos, y te ceñira otro, y te llevara a donde no quieras”. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: “Sigueme” (Juan 21:18-19). La frase, extender las manos, es una referncia a la crucifixión. Primero, los brazos de Pedro serían amarrados al travesaño de la cruz. Después, cargando al travesaño como Jesús, Pedro sería conducido al lugar donde no quería ir, es decir, el lugar de la crucifixión. Según una tradición posterior, Pedro fue crucificado durante las persecuciones del emperador Nerón.

Al recibir la noticia de que su ministerio lo llevaría al martirio, Pedro se vuelve y se da cuenta de la presencia de Juan. Quería saber si el discípulo amado también recibiría el privilegio de morir por causa de Cristo y su evangelio. Pero, Jesús le dijo: “Si quiero que él queda hasta que yo venga, ¿que’a ti? Sígueme tú.” El propósito de este texto es enseñar a cada una a atender su propio llamado y a estar contento con él. No somos llamados a seguir o a compararnos con otros, sino a seguir a Jesús.

Según la tradición posterior, San Juan fue el único de los 12 apóstoles que no murió en una forma violenta. El discípulo amado no fue llamado al martirio, sino para transmitir fielmente las enseñanzas a Jesús a la segunda generación de discípulos. Uno de los discípulos de San Juan fue Policarpo de Esmirna, uno de los principales padres padres post-apostólicos de la iglesia cristiana. Policarpo vivió en la antigua Esmirna, ciudad griega que competía con las vecinas Éfeso y Pérgamo por ser la más grande de la Provincia de Asia. En ella se desarrolló una comunidad del cristianismo primitivo bajo tutela del apóstol Juan, que dirigía las comunidades de Asia desde su asiento en Éfeso. El libro del Apocalipsis menciona a Esmirna como la segunda entre las siete iglesias de Asia, detrás precisamente de Éfeso. El mejor de los discípulos de Policarpo en Esmirna fue Ireneo, luego el obispo de Lyon en Francia. El nombre de San Ireneo está vinculado, sobre todo, a la polémica contra los gnósticos. Los gnósticos creían que el mundo material y el cuerpo humano no eran obra del mismo Dios creador que hizo nuestras almas, sino que fueron creados por un dios inferior o maligno. Por eso, sostienen que Jesús fue un ser divino disfrazado de ser humano, no hombre verdadero. En su evangelio, San Juan también enfatiza la creación del mundo entero por Dios y la encarnación del Hijo de Dios contra los que desprecían la creación material y el cuerpo humano.

Después de recibir la Santa Cena, cantamos el Nunc Dimittus, el Cántico de Simeón (Lucas 2:28-32). En latiń, “nunc dimittus” significa “ahora despides”. Habiendo recibido el cuerpo y la sangre del Señor en, con y bajo el pan y vino, somos listos para morir como Simeón. Si Dios nos concede el privilegio de sufrir por causa de Cristo, no debemos a murmurar, sino estar dispuesto a sacrificar nuestras vidas por Jesús. Sin embargo, no somos llamados a buscar a la muerte, sino a vivir por Cristo y dar testimonio a su evangelio en nuestras vocaciones.

Señor misericordioso, envía los rayos brillantes de tu luz sobre tu iglesia para que, siendo instruidos en la doctrina de tu bendito apóstol y evangelista San Juan, tengamos vida eterna. Te lo pedimos a ti, que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

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