La sangre de cristianos es simiente
En griego, la palabra “mártir” significa “testigo”. Esteban, el primer mártir cristiano, dio testimonio de Cristo en su muerte como en su vida. Esteban era un testigo a la verdad, pero los testigos falsos acusaron a Estaban de haber blasfemado contra Dios y sus profetas y de haber rechazado a la ley de Israel. Delante del tribunal, Esteban reveló que los judíos que rechazaban a Jesucristo son descendientes de los que rechazaron y mataron los profetas del Antiguo Testamento. Nuestro Señor dijo lo mismo a los escribas y fariseos en Mateo 23:34-39 y destacó el asesinato de Zacarías en el Templo. La Palabra de Dios siempre molesta los que no quieren confesar sus pecados y su necesidad para un Salvador.
El testimonio de Esteban elevó la ira de sus jueces a una perfecta tormenta de furia. Que este hombre recibiera tal dicha ante sus propios ojos les hizo olvidar la dignidad, la justicia, la humanidad, todas las virtudes de las que habitualmente se jactaban. Gritaron en voz alta para ahogar cualquier intento de Esteban de hacerse oír en el ruido y la confusión resultantes. Se cerraron los oídos con fuerza para que otra palabra de sus odiados labios no entrara allí. Se abalanzaron sobre él al unísono, como un rebaño de ganado enloquecido sobre el que se ha perdido todo control. Lo echaron fuera de la ciudad y allí lo apedrearon. Este procedimiento no tuvo ni siquiera muestra de derecho. Estaba en contra de todas las reglas de la ley penal judía. De ninguna manera puede ni siquiera llamarse ejecución; sólo puede describirse con la palabra “asesinato”, cometido por una turba enfurecida, en violación de toda ley. Y, sin embargo, la turba mantuvo la cordura suficiente para observar algunas formas de la Ley, como sacar al prisionero de la ciudad y también exigir a los testigos que comenzarán a apedrear.
En cuanto a Esteban, murió como un verdadero mártir cristiano. Mientras las piedras volaban a su alrededor, y después de haber sido golpeado, invocó en voz alta a su Señor y Dios, en la persona de Jesús, el Salvador. Su primera oración fue que el Señor Jesús, el Cristo exaltado, recibiera su espíritu. Y habiendo así confiado su alma a la mejor custodia, dejó que su último suspiro fuera una intercesión por sus asesinos. Cayendo de rodillas, gritó con una voz fuerte que, al menos para uno de los presentes, pudo haber resonado en sus oídos durante años después: Señor, no les cargues este pecado. Y luego se durmió tranquilamente en su Salvador.
Desde la época de los apóstoles, millones de cristianos han sido martirizados por causa del nombre de Jesús. También abundan los mártires hoy. De los más de 70 millones de cristianos que se estima han sido martirizados en los últimos dos mil años, más de la mitad murió en el siglo XX. También se estima que un millón de cristianos fueron asesinados entre 2001 y 2010 y alrededor de 900.000 entre 2011 y 2020.
Sin embargo, como afirmó Tertuliano, el antiguo escritor cristiano (160-225 años después de Cristo), “la sangre de los cristianos es simiente”. Con la muerte de Esteban, el primer martír, comenzó la persecución, no solamente de los apóstoles sino de toda la iglesia. Sin embargo, la persecución que dispersó a la iglesia también dispersó el evangelio de Jerusalén a Samaria y al mundo entero.
Otro diácono, Felipe, escapó las autoridades en Jerusalén y proclamó el evangelio en Samaria. Además bautizó el etiope (Hechos 8:26-40). El tercer hombre incluido en esta parte del progreso de la Palabra era Saulo quien encabezó la nueva persecución de la iglesia, pero fue elegido por el Señor como apóstol a los gentiles en el camino a Damasco (Hechos 9:1-22).
Señor Jesucristo, ante quien todo el cielo y la tierra deben inclinarse, concede valor a tus hijos para confesar tu nombre salvador ante cualquier oposición que surja en este mundo que es hostil al Evangelio. Ayúdalos a recordar la larga cadena de testigos fieles que han soportado la persecución e incluso han enfrentado la muerte, antes que deshonrarte. Por medio de tu Espíritu, fortalécelos para que puedan confesarte delante de todos, sabiendo que Tú mismo los confesarás ante el Padre en el cielo. Por Ti, que vives y reinas con el Padre y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.