¿Sabéis lo que os he hecho?
Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
En los primeros doce capítulos del evangelios según San Juan, el Señor llama a las multitudes a creer en Él como el enviado por el Padre. En Juan 13-17, el Señor no está llamando a los incrédulos a creer en Él; su interés principal es edificar y fortalecer una comunidad de amor dedicada al servicio de los demás y a la misión de la iglesia. Cuando San Juan presenta los sucesos de la noche del Jueves Santo, nos dice que Jesús amó a los suyos que estaban en el mundo. La noche del Jueves Santo le da ocasión para decir a loy suyos que el camino de ellos también tiene que ser el camino de la cruz y para prepararles para el tiempo en que ya no contarán con su presencia física.
El Señor sabía que era la última gran hora de su vida, la consumación de su destino en la tierra. Debe dejar este mundo, en el estado de su naturaleza humana, en el que había entregado toda su vida en sacrificio. Su camino de glorificación sería a través de la muerte, pero lejos de este mundo hacia el Padre, por la resurrección y la ascensión.
Juan 13-17 tiene que ser leído y estudiado como una introducción a la historia de la pasión de nuestro Señor. Juan presenta la historia de la última noche de la vida terrenal de Jesucristo, aunque sin mencionar las palabras de la institución de la Santa Cena que leímos en la epístola (1 Corintios 11:23-32. Sin embargo, encontramos las verdades sobre los dos sacramentos, el bautismo y la Santa Cena. Cristo no instituyó otro sacramento en el lavamiento de sus pies, sino que estableció un modelo de humildad para recibir los dones de la fe y el perdón de los pecados.
En ambos el Antiguo Testamento y Nuevo Testamento, el lavamiento de los pies ayuda preparar a las personas para tareas específicas. Puede preparar a una persona para tareas religiosas, o para una comida, o para una relación íntima. Hacer algo sin tener los pies lavados equivale a no estar preparado. En el contexto de los discursos de despedida en Juan 13-17, donde Jesús busca preparar a sus discípulos para su papel después de su salida, el lavamiento de los pies indica que los discípulos deben estar preparados para su ministerio.
Jesús había regresado a Jerusalén y sus discípulos habían preparado la cena de Pascua para él y los apóstoles. Durante la celebración de la Pascua los judíos sacrificaban corderos para recordar cómo el ángel de la muerte pasó por encima de los hijos de Israel durante la última plaga en Egipto, como en nuestra lectura del Antiguo Testamento (Éxodo 12:1-28). Jesús sabe que en esta Pascua vendrá la hora determinada por el Padre en la cual él será sacrificado como el verdadero cordero pascual. Por medio de este sacrificio los suyos serán salvados del ángel de la muerte en el día del juicio final.
Después de que los discípulos se hubieron reclinado alrededor de la mesa, Jesús, como cabeza de familia, pronunció la acción de gracias o bendición sobre el vino y la fiesta, bebiendo él mismo la primera copa. Era en este momento, cuando aún no había comenzado la fiesta propiamente dicha, cuando normalmente se realizaba el lavado de manos y pies. Nuestro Señor instituyó la Santa Cena con la tercera copa.
Cuando la cena estuvo servida, cuando la comida propiamente dicha estaba a punto de comenzar, Jesús hizo una cosa peculiar. Se levantó del sofá en el que estaba reclinado para comer, se quitó sus prendas exteriores, ya que le estorbarían en el trabajo que pensaba realizar, tomó un paño largo de lino o toalla y se ciñó con él. atándolo alrededor de su cintura a la manera de los sirvientes que realizan el trabajo. Porque su objetivo era realizar el lavatorio de los pies. Al no haber ningún esclavo presente, el cargo recaería naturalmente en los más humildes del pequeño círculo. Pero estos hombres, lejos de sentir humildad en este momento, iniciaron una riña sobre quién debía ser considerado el mayor, Lucas 22, 23-27. Jesús puso agua en la palangana que se usaba comúnmente para ese propósito, y luego, muy deliberadamente, comenzó a lavar los pies de sus discípulos y a secarlos con la toalla con la que estaba ceñido. Jesús sacrificó su dignidad y se humilló para servir a sus discípulos como luego se humilló en la cruz.
Sin embargo, cuando vino a Pedro, encontró oposición. Pedro declaró, mitad en forma de pregunta, mitad en forma de declaración enfática: ¡Señor, ciertamente no me lavarás los pies! El Señor le responde, a su vez, que él no sabía, no comprendía en aquel momento cuál era el verdadero significado de la humilde tarea de Cristo. Pero llegaría el momento en que se le comunicaría el significado y se le daría la plena realización. Una parte del significado Jesús explicó a sus discípulos esa misma tarde, pero la iluminación total no los alcanzó hasta después de Pentecostés.
Por este diálogo entre Pedro y Jesús, podemos entender el lavamiento de los pies como un símbolo de la humillación de Jesús en la cruz, sino también como un símbolo del santo bautismo. En el bautismo, Jesús nos lava de nuestros pecados. Aquel a quien ha tocado el poder limpiador y santificador de Jesús en su redención es totalmente limpio y santo ante los ojos de Dios. Pedro no entendía que el lavado de los pies era un símbolo del lavado de nuestros pecados en el bautismo. Cuando llegó a entender el significado, pide: “No sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza.” Entonces tendríamos que reconocer que Jesús está enseñando la necesidadad del bautismo para todos sus seguidores cuando dice: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.” Las palabras de Jesús a Pedro: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio” pueden ser entendidas como una referencia al bautismo por el que ha recibido el bautismo no necesita un segundo bautismo.
Sus discípulos estaban limpios; habían aceptado, por fe, la redención en su sangre. Fueron justificados de sus pecados. Y la santificación de sus vidas debe continuar, como indicaba el lavatorio de los pies; siempre deben lavar y eliminar la inmundicia de los pecados que persistirían en aferrarse a ellos y ensuciar su carne y su conciencia. Hay un sacramento que sí puede ser repetido. Este es el sacramento de la Santa Cena. En el bautismo, el creyente entra en comunión con Cristo una vez para siempre, mientras que en la Santa Cena el creyente celebra un y otra vez esta comunión con Cristo y la iglesia.
Sin embargo, entre los discípulos de Jesús que recibieron el perdón en la Palabra y los sacramentos, uno estaba, el hombre que lo traicionaría, que no era limpio, que había despreciado la redención y santificación de su Salvador, que había negado la fe por completo al planear entregar a su Maestro en manos de los incrédulos. En versículos 21-30, Jesús anuncia la traición de Judas Iscariote y Judas sale y entra la oscurida de noche, con los pies recién lavados por Jesús y depués de recibir la primera Santa Cena. Lo que nos aterra en este relato es el hecho de que una persona escogida y llamada por Jesús prefiere la oscuridad a la luz de Cristo. La historia de Judas es una advertencia de que una persona puede compartir el pan de la Santa Cena y no recibir bendición sino maldición.
En nuestra epístola (1 Corintios 11:23-32), la comunidad de creyentes en Corinto, creada por la Palabra y los sacramentos, estaba siendo dañada, y los miembros estpan cayendo bajo el juicio de Dios. San Pablo les recuerda a los corintios que deben reconocer lo que Dios ha ofrecido en el sacramento: el cuerpo y sangre de Cristo, el perdón de los pecados, y, mediante éste, la unión del cuerpo de Cristo, la iglesia, reunida alrededor del altar. La Santa Cena es un don del Señor de la cruz, presente en la iglesia para enriquecerla y unificarla. Hacer de ella la cena del hombre, en la cual la real y redentora presencia física del Señor no es reconocida, es invitar el juicio de Dios sobre la congregación. Menospreciar del sacramento convirtiéndolo en una ocasión para el pecado, no para perdón y unidad.
Para recibir la Santa Cena dignamente no requiere una vida perfecta y sin pecado antes de la recepción, sino un deseo de recibir sus bendiciones, incluyendo el perdón y el formar parte del cuerpo de Cristo junto con los otros creyentes.
Cuando ustedes se examinan antes de comulgar, refresca la memoria con las enseñanzas que recibió en la Palabra del Señor. Hágase estas preguntas:
¿He confesado mis pecados y me he arrepentido de ellos?
¿Creo que en mi boca recibo el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo, en, con y bajo el pan y vino, para el perdón de mis pecados?
¿Podré yo, con la ayuda del Señor, emendar mi vida pecaminosa?
El Espíritu Santo le asistirán y orarán por ustedes en esta fiel disciplina. Damos gracias a Dios por los dones que recibamos en su Palabra y los sacramentos. Amén.