La buena confesión
Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
Nuestro Señor nos promete en el evangelio de hoy (Mateo 10:26-33), «Cualquiera, pues, que me confesare delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en el cielo.» También San Pablo en la epístola (1 Timoteo 6:11-16), “ Pelea la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo eres llamado, habiendo hecho buena profesión delante de muchos testigos. Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que testificó la buena profesión delante de Poncio Pilato.”
En la última parte del versículo 12, Pablo le recuerda a Timoteo que hizo su confesión cristiana en presencia de muchos testigos por obra del Espíritu Santo en el bautismo. Así como muchos testigos humanos estaban presentes cuando Timoteo fue bautizado, Pablo le recuerda a Timoteo que Dios mismo le llamó por nombre. El Espíritu crea la fe, también la alimenta, porque en la vida cristiana hay la necesidad de confesar Cristo delante de los hombres, aún los inconversos y enemigos de Cristo. Nuestro Señor nos ha dado el ejemple en su confesión en presencia de Poncio Pilato.
Pilato preguntó a Jesús, “¿No sabes que tengo potestad para crucificarte, y que tengo potestad para soltarte?” Respondió Jesús: «Ninguna potestad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene.» (Juan 19:10-11)
Como Pilato le dijo a Jesús, a él no le preocupaba la verdad eterna. Quería evitar una insurrección de los judíos, lo que lo habría metido en problemas con el emperador romano. Entonces, aunque no consideró a Jesús digno de muerte, lo sentenció a la crucifixión. Pero Jesús le dijo que no tenía poder que Dios no le hubiera dado y que él era un instrumento del plan de salvación de Dios.
Las historias que leemos en la Biblia sucedieron hace mucho tiempo y muy lejos. La historia de la Reforma está mucho más cerca de nosotros, pero, como dice el libro de Eclesiástes, nada hay nuevo debajo del sol. La Reforma del siglo XVI comenzó al final de octubre de 1517 cuando Martín Lutero clavó las 95 tesis a la puerta de la iglesia del castillo en Wittenberg, Alemania. Pero eso fue solo el comienzo de un movimiento que restauró la sana doctrina a la iglesia. En esta fecha recordemos otro evento importante, la Presentación de la Confesión de Augsburgo.
Las 95 tesis es una lista de proposiciones para un debate académico escrita por Lutero como profesor de teología en la Universidad de Wittenberg. La Confesión de Augsburgo es algo diferente. El prefacio dice así: “Confesión de fe presentada en Augsburgo por ciertos príncipes y ciudades a su majestad imperial Carlos V en el año 1530.”
Antes de que Carlos V se convirtiera en emperador de casi toda Europa, fue el rey Carlos I de España, hijo de Juana de Castilla, nieto de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel. Estos dos financiaron los viajes de Cristóbal Colón, incluido su tercer viaje cuando visitó Venezuela en 1498. Pero Carlos quería más poder. En su campaña por el cargo de emperador, buscó ayuda financiera de los Welzer, una familia de banqueros que vivían en Augsburgo, una ciudad de Alemania.
Los Welzer recibieron una recompensa por su apoyo a Carlos: Venezuela. Desde su cuartel general en Maracaibo, los Welzer gobernaron Venezuela durante unos 15 años. Al final, Carlos no estaba contento con su mayordomía y retiró su contrato para gobernar Venezuela.
Pues bien, Carlos V era quizás el hombre más poderoso del mundo en ese momento. Pero en 1530 estaba preocupado por otro poderoso imperio, el de los turcos. Quería que Europa formara un frente unido contra este enemigo. Como Pilato, Carlos V no tenía interés en la verdad, solo quería evitar las divisiones. Por eso, el emperador pidió a los príncipes y ciudades libres de Alemania que explicaran sus convicciones religiosas en un intento por restaurar la unidad religiosa y política.
El autor principal fue el reformador Philipp Melanchthon, quien se basó en declaraciones de fe luteranas anteriores. El propósito era defender a los luteranos contra tergiversaciones y proporcionar una declaración de su teología en una manera pacífica. Cuando los príncipes luteranos pidieron que se leyera en público, su petición fue rechazada y se hicieron esfuerzos para evitar la lectura pública del documento por completo. Los príncipes luteranos declararon que no se separarían de la confesión hasta que se permitiera su lectura. los firmantes de la Confesión de Augsburgo arriesgaron sus vidas y su libertad. Gracias a Dios, aunque el emperador rechazó la confesión, no lo hizo con violencia en ese momento. Pero tenía el poder terrenal para hacerlo.
Lutero no se presentó a la asamblea porque estaba bajo sentencia de muerte. Pero declaró que la presentación era un cumplimiento de nuestra lectura del Evangelio de hoy porque los firmantes habían confesado a Dios ante los hombres. Lo que podemos aprender de esto es que debemos dar testimonio de la verdad de las Escrituras incluso cuando las personas de poder e influencia nos llaman divisivos. Porque nuestro Señor nos dice, «Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a Aquél que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.»
Podemos hacer esto con la ayuda del Espíritu Santo porque esperamos “la aparición de nuestro Señor Jesucristo: La cual a su tiempo mostrará el Bendito y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores; el único que tiene inmortalidad, y habita en luz inaccesible; a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A Él sea honra y poder sempiterno. Amén.”