Otra vez oímos «Esto es mi amado Hijo»
Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
Este domingo de la Transfiguración es el último de la estación de Epifanía. Recordamos el día en que Elías y Moisés aparecieron con Jesús en la cima de una montaña, cuando él fue revelado como el verdadero Hijo de Dios con la aprobación de su Padre.
En la historia del bautismo de nuestro Señor, hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia (Mateo 3:17; Marcos 1:11). En nuestro evangelio para hoy, oímos otra vez la voz del Padre todopoderoso: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia: a él oíd.
En contraste con la historia de su bautismo, en que Jesús sometió al bautismo del arrepentimiento como alguien bajo la Ley de Dios, la historia de la transfiguración exalta la gloria de la divinidad de Jesús. Mientras Jesús oraba, fue transfigurado ante ellos, siendo su cuerpo físico transfundido y glorificado con espiritualidad, un anticipo de su glorificación futura. Su gloria divina, que siempre llevó en sí mismo, pero que generalmente estaba oculta o manifestada sólo ocasionalmente en palabras y milagros, aquí se transfundió y brilló a través de su forma exterior y persona: una revelación insuperable de su gloria ante sus ojos.
Aparecieron Moisés, que murió delante del Señor, cuya tumba sólo Dios conocía, Deuteronomio 34:5-6, y Elías, a quien Dios llevó al cielo en un carro de fuego, 2 Reyes 2:11. Ambos profetas no habían visto corrupción, y estaban hablando con el Señor, cuyo cuerpo no podía ver corrupción. Eran testigos y representantes del Antiguo Pacto.
Es significativo que Mateo coloca la Transfiguración entre el primero y el segundo de los anuncios de la muerte de Jesús. Mateo fija la Transfiguración seis días después del primer anuncio de la pasión de Cristo y la confesión de San Pedro, que la iglesia recuerda el 18 de enero. La Transfiguración sucedió en una de las altas crestas de la región montañosa acerca de Cesarea de Filipo, el lugar de su anuncio y la confesión de Pedro (Marcos 8:27-35; Mateo 16:13-20). En aquella ocasión, Pedro cuestionan si realmente sea la voluntad de Dios que Jesús sea humillado, torturado y crucificado como dice Jesús.
El Padre también anunció en voz alta la aprobación de la persona y obra de su Hijo poco antes de morir, Juan 12:28. La voz del cielo en Juan 12:28, como la voz del cielo en los relatos del bautismo y la transfiguración de Jesús, sirve para confirmar a los discípulos que realmente la voluntad del Padre es que Jesús sea glorificado por medio de su humillación en la cruz. La respuesta a la oración de Jesús indica que el Padre ya ha glorificado su nombre en la revelación que Jesús había dado por medio de sus señales y sus palabras, pero en su muerte, resurrección y ascensión, el nombre del Padre será glorificado más aun.
¿Y quienes eran los discípulos con Jesús en su hora de agonía de su alma y oración del Padre en Getsemani? Pedro, Juan y Santiago, según Mateo 26:37. Ellos también fueron testigos del poder de Jesús sobre la muerte en la restauración de la hijo de Jairo, Marcos 5:37. En el versículo 18 de nuestro epístola, Pedro se refiere claramente a la Transfiguración. Juan alude a ello en Juan 1:14, aunque probablemente no limita sus palabras a la Transfiguración. También Juan vio Jesús resucitado y glorificado muchos años después en la isla llamada Patmos según el primer capítulo de Apocalipsis.
Porque la voz del Padre pronunció casi las mismas palabras que en el bautismo de Jesús fue un testimonio muy solemne de Jesús como el Mesías e Hijo de Dios. El tiempo del reinado de la Ley, representado en Moisés, y el tiempo de la mera profecía, representado en Elías, había pasado; la gracia y la verdad, el Evangelio, la gloria del Evangelio, han venido en y con Jesucristo. No hay necesidad de buscar más visiones y revelaciones; tenemos la Palabra de Jesús, la Palabra de salvación.
La voz del Dios puro y justo fue demasiado para los pobres y pecadores mortales, quienes, mientras estén vestidos con este cuerpo terrenal, no pueden permanecer ante Su vista. En la intensidad de su terror, cayeron al suelo sobre sus rostros para esconderse ante Aquel cuyos ojos son como llamas de fuego. Jesús, siempre amable, gentil y comprensivo, dio un paso adelante. En su toque había un mundo de comprensión y seguridad alentadora. Los instó a levantarse y dejar de lado sus miedos. Fortalecidos así, tuvieron valor para alzar los ojos y no vieron a nadie sino sólo a Jesús, como lo habían conocido durante varios años, en su apariencia anterior, en la forma de su cuerpo real, sin signos visibles de la gloria que acababa de manifestarse en Él. Una visión tan grande y maravillosa no es ahora concedida a los hombres; pero hay una manera en la que todos podemos ver a Jesús, a saber, en la predicación de su Palabra y los sacramentos.
Y mientras descendían del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. Les dio este enfático mandato. Publicar lo que habían visto, en ese momento, sólo resultaría en obstaculizar la obra de Su ministerio y, por tanto, del Evangelio. Como esta transfiguración tenía como objetivo mostrar la abolición final de toda la ley ceremonial, era necesario que un asunto que no podía dejar de irritar a los gobernantes y al pueblo judíos se mantuviera en secreto, hasta que Jesús hubiera cumplido la visión y la profecía con su muerte y Resurrección.
Después de ver la majestad de Cristo, las profecías del Antiguo Testamento fueron más seguras que nunca para los apóstoles. Cuando llegaron a ser testigos oculares de su majestad, esta su propia experiencia con Cristo les hizo más segura toda la Palabra profética y así la dieron a conocer a todos a quienes predicaban. Lo que Pedro también quiere decir es que el Evangelio tal como lo enseñaron él y sus compañeros apóstoles no sólo fue confirmado por el testimonio de Dios desde el cielo, sino también por todas las profecías de la antigüedad.
Porque nuestro Señor recibió la aprobación de su Padre como Hijo de Dios, nosotros también somos aprobados como hijos del Padre y tenemos por confianza la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien de estar atentos como a una lámpara que alumbra en lugar oscuro hasta que el día esclarezca, y la estrella de la mañana salga en vuestros corazones. Amén.