Escuchemos la voz de Raquel
Cada 28 de diciembre la iglesia conmemora los Santos Inocentes, los niños que murieron por Cristo, el Salvador del mundo, asesinados por órdenes del rey Herodes. De los cuatro evangelios, el único que lo relata es el Evangelio de Mateo. Afuera de las Sagradas Escrituras, ninguno de los historiadores de la época menciona el hecho. Sin embargo, la brutalidad del episodio está en armonía con el carácter de Herodes el Grande, tal como Flavio Josefo lo describió en “Antigüedades judías”. Josefo presentó a Herodes como un ser patológicamente celoso de su poder: varios de sus familiares fueron asesinados por orden suya, ya que sospechaba que trataban de suplantarlo. La ausencia de fuentes alternativas a la Biblia puede deberse a que Belén era un pueblo pequeño y muchos historiadores modernos piensan el número de niños varones de menos de dos años podría no haber pasado de 20. Las Sagradas Escrituras no nos dice cuántos niños murieron, el número de estos niños era tan pequeño que este crimen parecía insignificante entre las demás fechorías de Herodes.
El rey Herodes se tituló “el Grande” debido en parte a sus muchos proyectos de construcción en toda Judea, como el Gran Templo en Jerusalén, y su establecimiento de la dinastía herodiana. Aunque fue criado como judío, era un idumeo, de una familia cuya amistad con Julio César y sus sucesores les llevó a tener posiciones de importancia en el gobierno romano de la región, Herodes en Judea, su hermano Felipe en Siria. Sin embargo, Herodes era impopular entre su pueblo debido a sus conexiones con los romanos y su indiferencia religiosa. De ahí que se sintiera inseguro y temeroso de cualquier amenaza a su trono. De hecho, era un gobernante cruel y divisivo.
De acuerdo al relato de San Mateo, los Reyes Magos venidos del oriente advirtieron al rey Herodes el Grande del inminente nacimiento del Mesías, de quien estaba profetizado que llegaría a ser rey de Israel. Herodes entonces les pidió que, después de adorar al recién nacido, regresen y le revelen dónde se hallaba para él también “ir a adorarlo”. Sin embargo, en secreto, el rey temía que ese recién nacido llegara a quitarle el poder algún día. Herodes trató de engañar a los magos para poder ultimar su plan para matar el bebé. Pero Dios el mismo mantuvo a Herodes ignorante respecto a dónde estaba Jesús por medio de una advertencia en los sueños de los magos.
Cuando Herodes estuvo seguro de que los magos no iban a volver sobre sus pasos a Jerusalén para contar lo que habían encontrado en Belén, se enfureció. Envió verdugos a Belén con la orden de matar a todos los niños que se encontraran en el pueblo propiamente dicho y en toda su vecindad, el distrito rural que rodeaba el pueblo. Para fijar la edad de sus víctimas, hizo uso de la información que le dieron los Magos, probablemente extendiendo el tiempo en ambos sentidos para asegurarse de que ninguna escapara. Herodes no sería demasiado escrupuloso: desde una hora hasta dos años, no importaba; en todo caso, le aseguró un amplio margen en cualquier sentido.
Y aquí está el cumplimiento de una profecía mesíanica del Antiguo Testamento: “Yo amé a Israel desde que era un niño. De Egipto llamé a mi hijo” (Oseas 11:1). Dios eligió al pueblo Israel como su “hijo primogénito” (Éxodo 4:22-23) y le rescató de la esclavitud en Egipto casi siete siglos antes del tiempo de Oseas. Pero, esta profecía anticipa la aparición del Hijo unigénito de Dios y del cuidado del Padre durante el retorno del Niño Jesús de Egipto, luego de escapar del intento de Herodes del matarlo.
También, esta cita: “Así ha dicho el Señor: Se oye una voz en Ramá; amargo llanto y lamento. Es Raquel, que llora por sus hijos, y no quiere que la consuelen, porque ya han muerto” (Jeremías 31:15). El profeta Jeremías se refiere a Ramá que estaba a 16 kilómetros al norte de Jerusalén sobre una carretera que va desde Belén pasando por Jerusalén hasta Ramá. Raquel, la esposa de Jacob o Israel, fue enterrada en este camino (Génesis 35:19) después de dar a luz a Benjamin. Raquel murío al dar a luz al niño cuando ella y su marido iban camino a Belén. Este pasaje escrito por Jeremías es la narración de una visión con referencia a la deportación de Israel al cautiverio en Babilonia, siendo Raquel la madre representativa de la nación llorando por los exiliados.
A menudo, los escritores de la Biblia presentan el actuar de Dios como imagenes de un paisaje. Al ver el paisaje, es posible observar algunas personas en el primer plano, algunos animales pastoreando a la distancia, y una enorme montaña en el fondo. Muchos kilómetros pueden separar los objetos, sin embargo en la superficie de la imagen todos ellos aparecen uno al lado de otro. De forma similar, una profecía a menudo muestra numerosos eventos separados unos de otros, no por espacio, sino por tiempo. Para darle sentido a estas imagenes en las Escrituras, debemos considerar qué es lo que conecta los distintos eventos. Entonces, este pasaje citado de Mateo se aplica a la matanza de los inocentes, porque Raquel es representada como la madre de Belén y sus alrededores.
Otra vez por la intervención divina, los niños de Belén mueren, sino Jesús escapa. Pero, escapa con este propósito: más tarde sufriría en la cruz por todos los pecadores, incluso por pecadores tan crueles como Herodes o tan jóvenes que tuvieran apenas dos años. La muerte de Jesús fue parte del plan de salvación de Dios. Pero no era la voluntad de Dios que los niños de Belén murieran. Entonces la pregunta es ¿por qué? No entendemos por qué Dios permite el mal en este mundo, pero sí creemos que Él balanceará todas las cuentas. La iglesia considera los Santos Inocentes de Belén los primeros mártires por la fe y como los bebés bautizados pertenecen ahora a nuestro Señor y quedan en sus brazos para siempre, libres de lágrimas y dolor.
En este día también se nos recuerda que todas las vidas son preciosas y que es nuestra responsabilidad protegerlas desde el momento de la concepción hasta la muerte física. Los Santos Inocentes son pocos en comparación con el aborto y otras atrocidades de nuestros días. Pero incluso si hubiera habido uno solo, reconocemos el tesoro más grande que Dios puso en la tierra: una persona humana, destinada a la eternidad y agraciada por la muerte y resurrección de Jesús.
Todopoderoso Dios, los mártires inocentes de Belén exaltaron tu gloria no con palabras, sino con su muerte. Da muerte a todas las cosas que están en contra de tu bendito deseo, para que nuestra vida dé testimonio de la fe que profesamos con nuestros labios. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.