12 marzo, 2025
6 enero, 2025

El astrónomo luterano y la estrella de Belén

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Passage: Mateo 2:1-12, Salmo 19
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Johannes Kepler​ (1571-1630), el gran astrónomo y matemático alemán, confirmó el modelo heliocéntrico del sistema solar, propuesto por Copérnico. Pero mediante sus observaciones y cálculos, Kepler demostró los cuerpos celestes tienen movimientos elípticos alrededor del Sol, no en círculos perfectos como había dicho Copérnico. Fue criado como luterano y desarrolló un
profundo amor por Dios y las Escrituras que lo caracterizaría como adulto. Ingresó en la Universidad Luterana de Tubinga en 1589 con la intención de convertirse en pastor luterano. Sin embargo, abandonó los estudios de teología para dedicarse a las ciencias naturales. Kepler siempre veía en su modelo cosmológico una celebración de la existencia, sabiduría y elegancia de Dios. Escribió: “Yo deseaba ser teólogo; pero ahora me doy cuenta gracias a mi esfuerzo de que Dios puede ser celebrado también por la astronomía.”

Kepler fue el primero en especular que la estrella de Belén podría haber sido una conjunción de los planetas Júpiter, Saturno y Marte que se produjo en el momento del nacimiento de Cristo. Ha habido otros intentos de explicar la estrella como un fenómeno natural, tal vez un cometa, un meteorito o una supernova. ¿Qué debemos pensar? Si se pudieran demostrar estas teorías, ¿se descartaría que la estrella fuera una señal de Dios? Los Reyes Magos también estudiaron los movimientos de los cuerpos celestes y probablemente interpretaron la estrella de Belén según una creencia en la astrología. Los cristianos no creemos que las estrellas predigan el futuro o guíen el destino humano, pero creemos que Dios envió a los Magos una señal para que pudieran entender. Dios se revela en la naturaleza (Salmo 19) y ciertamente el conocimiento científico, en la medicina y en otros campos, es una bendición del Señor. Pero, la naturaleza no revela el amor de Dios por cada uno de nosotros ni su plan de salvación.

Una de las características de la historia bíblica, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, es la referencia objetiva que los escritores hacen a revelaciones especiales del Señor mediante comunicaciones extraordinarias e inmediatas. La palabra griega que se traduce como “milagro” en el Nuevo Testamento es la raíz griega de la palabra dinamita. Significa obras potentes, acciones divinas en los que se ve la actividad de lo divino en el mundo material. Como los milagros son signos de la intervención divina en los asuntos humanos, a menudo no pueden explicarse por las leyes de la naturaleza. Dios creó las leyes de la naturaleza, pero no está sujeto a ellas. ¿Cómo puede el agua convertirse de repente en vino o un hombre resucitar de entre los muertos después de tres días? En el Antiguo Testamento, los milagros se describen como manifestaciones extraordinarias de la presencia de Dios (Números 16:30; Josué 10:10-14; 2 Reyes 20:8-11) y como señales de su poder supremo (Éxodo 7:3; 11:9-10; Josué 24:17). Martín Lutero enfatizó la función de los milagros de fortalecer la fe y enfatizó el milagro interno de la fe más que los fenómenos externos de los milagros.

En el caso de los magos, la estrella se les apareció desde lejos en la Nochebuena. Pero cuando llegaron a Jerusalén, tuvieron que preguntar: “¿Dónde está el Rey de los judíos, que ha nacido?” (Mateo 2:2). Cuando los escribas les dijeron que el profeta Miqueas había predicho su nacimiento en Belén (Mateo 2:5-6), la estrella reapareció y los condujo hasta el Niño Jesús (Mateo 2:9). Este no es el comportamiento de una conjunción planetaria, un cometa, un meteoro o una supernova. Pero podemos aprender que no podemos encontrar al Cristo por nuestras propias observaciones, ya sean de fenómenos naturales o sobrenaturales, sino más bien por la iluminación del Espíritu Santo en las Escrituras divinamente inspiradas.

Concede, te suplicamos, todopoderoso Dios, que el resplandor de tu gloria brille sobre nosotros, y la luz de tu luz, por la iluminación de Espíritu Santo, fortalezca los corazones de todos los que por tu gracia han nacido de nuevo. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amen.

“Astro el más bello”, Himnario Luterano 431, Letra: Reginald Heber, 1783-1826; trad. Thomas M. Westrup, 1837-1909, adapt. Música: James P. Harding, 1850-1911.

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