San Valentín y el matrimonio
Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
Hoy en día, muchas personas consideran el 14 de febrero como el Día del Amor y la Amistad, lo que supone negar su origen cristiano como el Día de San Valentín, que era obispo de la Iglesia en el siglo III. d.C. En aquella época, el emperador Claudio II el Gótico prohibió los matrimonios entre jóvenes soldados. Él pensó que los jóvenes estarían más comprometidos con el servicio militar si no tuvieran esposas e hijos. Según su leyenda, Valentín desafió este orden y continuó celebrando bodas en secreto. Como consecuencia de su desobediencia, fue arrestado y condenado a muerte. Valentín fue lapidado y decapitado el 14 de febrero del año 269. Según un relato, en los días que estuvo esperando en prisión para su ejecución se hizo amigo de la hija pequeña de su carcelero y, antes de su muerte, le escribió una carta de despedida firmada “Tu Valentín”.
Es importante entender que el Día de San Valentín no debe considerarse una celebración del amor romántico o la amistad, sino del matrimonio, especialmente del matrimonio cristiano. En la Iglesia Luterana, el matrimonio no se considera un sacramento. El matrimonio no otorga el perdón de los pecados ni la promesa de vida eterna. Uno puede salvarse sin estar casado, como dice San Pablo en 1 Corintios 7:1; 6-7. Sin embargo, Pablo continúa, “Mas para evitar fornicaciones, cada varón tenga su propia esposa, y cada mujer tenga su propio marido…que mejor es casarse que quemarse” (1 Corintios 7:2-9). Esta es una justificación negativa del matrimonio: evitar la inmoralidad sexual. Por eso, dice el apóstol, el marido y la mujer no deben negarse uno u otro su derecho conyugal a la intimidad física.
Pero ese no es el final del asunto. Dios instituyó el matrimonio en el principio, antes de que Adán y Eva cayeran en pecado. Lo leemos en el primer capítulo de Génesis, “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios; y les dijo Dios: Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos y sobre todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:27-28). También, en capítulo 2, “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Génesis 2:18) y “Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y se quedó dormido; entonces tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar; y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Y dijo Adán: Ésta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ella será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y serán una sola carne” (Génesis 2:21-24). Nuestro Señor reafirma este último punto en Mateo 19:5 y Marcos 10:7. El matrimonio fue creado por Dios como la unión de por vida de un hombre y una mujer para su mutua ayuda y gozo y para la procreación y crianza de los hijos. Un hombre y una mujer contraen matrimonio mediante la promesa pública de vivir juntos fielmente hasta la muerte y cuidar de los hijos que puedan tener, según la voluntad de Dios. Tanto el matrimonio como los hijos los da Dios según su gracia.
Este compromiso público debe hacerse ante Dios y ante los hombres. Entrar en una relación sexual sin este compromiso deshonra el don de Dios del matrimonio. No depende de sentimientos románticos. El matrimonio puede producir felicidad, pero, como señala San Pablo, conlleva su cuota de dificultades. Los cristianos tienen la ventaja de la fe para ayudarlos a superar estas dificultades. Además, en el matrimonio cristiano, la unión entre hombre y mujer refleja la unión mística entre Cristo y la iglesia (Efesios 5:21-33). Los cristianos deben casarse con otros cristianos para apoyarse mutuamente en la fe; sin embargo, el cristiano que está casado con un no cristiano debe honrar ese compromiso (1 Corintios 7:13-14). Un hombre y una mujer comprometidos de por vida es el modelo natural para la concepción y crianza de los hijos. Todo niño merece un padre y una madre. Sin embargo, debido a que Dios también instituyó el matrimonio para la compañerismo y debido a que es Dios quien abre y cierra el vientre, el voto matrimonial sigue siendo válido independientemente del número de hijos que produzca un matrimonio. No tener hijos porque Dios ha negado esta bendición no es pecado, pero rechazar de antemano la bendición de los hijos sí lo es. Además, las relaciones entre personas del mismo sexo rechazan el propósito de Dios para el matrimonio y no pueden formar un matrimonio verdadero. Los hombres y las mujeres fueron creados para complementarse y producir hijos como Dios lo desea. Debido a que el matrimonio fue instituido por Dios como la unidad fundamental de la sociedad humana, el gobierno civil debe reconocerlo y protegerlo, no prohibirlo o redefinirlo.
Padre celestial, que en el Edén instituiste el matrimonio: Preserva en nuestra nación la santidad del matrimonio a fin de que los cónyuges se honren y sean fieles el uno al otro para que sean enriquecidos por tu bendición. Por Jesucristo, tu único Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.