Que el Espíritu Santo vuelva nuestros corazones hacia la fe
¡Cristo ha resucitado! ¡Ha resucitado en verdad!
La gente suele decir: si hubiera más evidencia, creería en Jesús, si hubiera podido ver su resurrección con mis propios ojos. Pero el mayor obstáculo para la fe no es la falta de evidencia o testimonio, sino la naturaleza humana pecaminosa que no quiere creer, por soberbia o por temor. La duda nos asalta el corazón en cada oportunidad.
En nuestro texto de hoy San Marcos resume todo, desde el Domingo de Resurrección hasta la Ascensión, cuarenta días después. Tres mujeres asumen la tarea de preparar adecuadamente el cuerpo de Jesús para la sepultura, porque la presión del tiempo lo había impedido antes. Cuando llegan a la tumba, la encuentran vacía y escuchan el maravilloso mensaje de que Jesús ha resucitado y que la tumba está vacío. El alto concepto que tenía Jesús de las mujeres que le habían servido tan fielmente, especialmente durante el último año y las últimas semanas de su vida, se desprende del hecho de que se apareció primero a una de ellas, a María Magdalena. Por lo tanto, no da un relato completo de este encuentro con Cristo, como lo hizo Juan, Juan 20:14-18. Tan pronto como María recibió esta evidencia de la resurrección del Señor, se apresuró a contarla, no sólo a los apóstoles, sino a todos los discípulos que estaban en Jerusalén, quienes ahora estaban en amargo dolor por su gran pérdida. No creyeron a las mujeres que vieron al Señor resucitado.
Su segunda aparición en el camino a Emaús debería haber convencido a todos los discípulos, no sólo a los apóstoles, aunque, de hecho, hubo algunos que dudaron incluso entre ellos. Pero incluso ahora la mayoría de los demás, de los discípulos en general, no les creían. Después se apareció a los once mientras estaban sentados a la mesa, y les reprendió por su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto después de haber resucitado. Porque todos estos relatos de testigos creíbles, después de la minuciosa instrucción que les había dado en sus excursiones privadas, deberían haberlos llenado de la fe más segura en cuanto al hecho de su resurrección. Y aquí habían estado escondidos con un temor mortal por sus vidas, mostrando tanta confianza en el Señor todopoderoso como el cristiano promedio cuando es atacado por los incrédulos y parece en peligro de persecución.
Aun así, les dio su gran comisión. Los versículos 15-17 nos hablan de la Gran Comisión descrita en Mateo 28:18-20. Fue una gran obra la que el Señor encomendó a sus discípulos. Por lo tanto, los anima y fortalece con la seguridad de señales, milagros o poderes especiales con los que acompañará su obra: en su nombre para expulsar demonios; hablar con lenguas nuevas, es decir, desconocidas; coger serpientes sin peligro para ellos mismos; beber veneno que se les pudiera ofrecer para matarlos, sin efectos malignos; para imponer sus manos sobre los inválidos de toda clase y restaurarles la salud. Todas estas cosas milagrosas realmente sucedieron en la historia de la iglesia.
Mientras Jesús estuvo en la tierra, realizó milagros para demostrar que era el Mesías. Marcos 16:20 dice que el Señor confirmó su Palabra mediante las señales que acompañaron la predicación de los apóstoles. Dios dio su Palabra a través de los apóstoles. Durante la era apostólica el Señor probó y afirmó la Palabra a través de las señales. Ahora tenemos la Palabra de Dios escrita.
Las señales no eran posesiones permanentes de los creyentes. Dios da estas señales a los creyentes según la voluntad del Espíritu, 1 Corintios 12:11. Los apóstoles no tenían poderes permanentes para expulsar demonios, hablar en lenguas extrañas, curar enfermos, resucitar muertos o sostener serpientes en sus manos. Durante los primeros días era especialmente necesario que el poder de Dios en los apóstoles y en todos los cristianos se evidenciara de tal manera. Los apóstoles nunca dijeron: “Venid a nuestra reunión y presenciad milagros”. Los creyentes no hablan así. Sólo los incrédulos hablan así. Incluso si fuera posible para una persona realizar actos que tuvieran todas las marcas externas de verdaderos milagros, la promesa y el mandato de Dios no están ahí. El Evangelio y los Sacramentos son los medios por los cuales la Iglesia cristiana debe llevar adelante la obra del Salvador hasta el fin de los tiempos.
El versículo 16 es uno de los versículos más citados de la Biblia, incluyendo en el Catecismo Menor del Dr. Martín Lutero. El Catecismo dice así: “¿Que dones o beneficios confiere el bautismo? El bautismo efectúa perdón de los pecados, redime de la muerte y del diablo, y da la salvación eterna a todos los que creen, tal como se expresa en las palabras y promesas de Dios. ¿Que palabras y promesas de Dios son éstas? Son las que nuestro Señor Jesucristo dice en el último capítulo de Marcos: El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado.” El bautismo es una obra del Dios Trino en el hombre por causa de Jesús. El versículo no dice que la falta del bautismo condena. Es el rechazo, no la falta, del bautismo lo que condena.
El versículo 16 también es la predicación de la Ley y el Evangelio. Dios usa la Ley para revelar y condenar nuestro pecado. Muestra que todos hemos pecado y no podemos guardar los mandamientos de Dios. De esta manera la Ley da a conocer nuestra necesidad del Evangelio. La Ley habla a nuestros corazones, pero sin el Evangelio sólo produce ira y muerte. La Ley demanda, amenaza y condena. El Evangelio ofrece el perdón de los pecados, las buenas noticias de que somos liberados de la culpa, del castigo y del poder del diablo, y de que somos salvos por toda la eternidad porque Cristo cumplió la Ley, sufrió, murió y resucitó por nosotros.
El Espíritu Santo está activo en la predicación de la Ley para volver nuestro corazón hacia Dios. La predicación de la Ley tiene el objetivo de llamar a las personas al arrepentimiento y al bautismo. La predicación de la Ley tiene el objetivo de llamar a las personas al arrepentimiento y al bautismo. En el bautismo el Espíritu Santo crea una nueva naturaleza, una nueva persona. La nueva persona crece en nosotros cuando vivimos y creemos cada Día delante de Dios en la verdadera fe. Resucitamos espiritualmente en el bautismo y un diá resucitaremos en el nuevo cuerpo cuando moriremos en el cuerpo, como dice San Pablo en nuestra epístola (1 Corintios 15:51-57) y Job en nuestra lectura del Antiguo Testamento (Job 19:23-27).
Pero como todavía tenemos que pasar por la muerte física, el bautismo es sólo el comienzo del viaje. Debemos ahogar al viejo Adán en nosotros por medio de la contrición diaria y la confesión de nuestros pecados. Pero, la confesión no es solamente el reconocimiento del pecado, también es el testimonio de Cristo a otros. Nosotros mismos somos parte del cuerpo de evidencia para la verdad del evangelio. El bautismo es un milagro, también los que permanecen en la fe hasta el fin de sus vidas terrenales.
Por lo tanto, damos gracias por la confesión pública de César Miguel Delgado Rojas. Que Dios siempre multiplica su iglesia y fortalece los corazones de los que ha regenerado, concédelos aumento de fe y conocimiento de tu voluntad. Amén.