Para que llene mi casa
Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
En el evangelio de hoy, nuestro Señor habla de una invitación al banquete. También en Proverbios 9:1-10, la sabiduría, es decir, la sabiduría divina, o en otras palabras, la que toca el corazón y ilumine la mente de los seres humanos por poder del Espíritu Santo, dice, “¡Ven acá! Venid, comed mi pan, bebed mi vino.” Pero, primero la sabiduría edificó su casa y preparó su banquete en esta casa. Y en la parábola de la gran cena, el Señor mandó tus siervos a buscar por los caminos y por los vallados “para que llene mi casa”. Se levanta la pregunta, ¿la casa es el edificio o la gente reunida bajo el techo? Normalmente descubrimos la familia unida, sobre todo compartiendo comidas, bajo un techo, en un edificio. En el Credo Apostólico, confesamos que hay una sola iglesia, santa, apostólica y cristiana, además la comunión de los santos que puede entenderse tanto como la compañerismo de la iglesia, pero también como la mesa del Señor o la Santa Cena. La casa de Dios es donde encontramos la familia de Dios, los que creen en Jesucristo, pero todavía esta nos es toda la respuesta. El Espíritu Santo nos impulsa a buscar no sólo a compañerismo, sino Dios el mismo. La casa de Dios no es sólo el edificio o la gente reunida en el edificio, sino donde que Dios es presente en la predicación y la administración de los sacramentos.
Por tanto, la invitación al banquete es en un sentido una invitación a la reunión de los santos con Cristo en el día final. Nuestro Señor en otras parábolas también usa el banquete o la fiesta de las bodas para simbolizar la reunión de la iglesia con Cristo después del juicio final. La palabra “iglesia” en griego significa “asamblea” y la visión de la iglesia triunfante en los cielos es de la asamblea de todos los creyentes alrededor el trono de Cristo. Pero, también la invitación es por reunirse con los creyentes en este mundo, para dar testimonio a la muerte y resurrección de Cristo hasta que Él venga en gloria. Las personas que dan malas excusas a la invitación de la parábola de hoy están rechazando la invitación a darle prioridad a la Palabra de Dios y a los sacramentos en esta vida y, por extensión, rechazan la invitación a la vida eterna después de la muerte física.
Encontramos la Palabra de Dios en su pureza y los sacramentos administrados según el mandato del Señor en la congregación local. Sin embargo, la congregación local no es una entidad aislado, así como no es simplemente un edificio o un local. Es en miniatura la santa iglesia cristiana en su totalidad de que el apóstol Pablo habla en nuestra epístola (Efesios 2:13-22). San Pablo identifica la iglesia como la familia de Dios, también un edificio.
Los creyentes no sólo son miembros de la familia de Dios, sino que ellos mismos constituyen la casa, el templo de Dios; son las piedras vivas del sagrado edificio de la iglesia. Son edificados sobre el fundamento de los apóstoles. Los apóstoles, como maestros de la iglesia de todos los tiempos, son la base de este maravilloso edificio, cuya piedra angular no será colocada hasta el último día. Aunque murieron hace mucho tiempo, todavía enseñan y predican a través de sus escritos. Y lo mismo ocurre con los profetas del Antiguo Testamento, porque sus escritos son fundamentales para la Iglesia de todos los tiempos, a los que los mismos apóstoles se refieren continuamente.
Mediante referencias y citas de las Escrituras del Antiguo Testamento, Pablo testificó a los gentiles que su enseñanza coincidía con la de los profetas, Romanos 16:26; Hechos 26:22. Era natural que Pablo mencionara aquí a los apóstoles primero, porque los gentiles habían escuchado primero el Evangelio de boca de los apóstoles. La enseñanza de los apóstoles y profetas es una unidad, es esa única Palabra de Dios. Los libros de los apóstoles en el Nuevo Testamento y de los profetas en el Antiguo Testamento son la Palabra de Dios, escrita por inspiración del Espíritu Santo, el fundamento inquebrantable de la iglesia de Cristo. Esto es mucho más seguro, ya que Jesucristo mismo es la piedra angular, 1 Pedro 2:6. En la edificación de la Iglesia, el fundamento y la piedra angular no son dos cosas separadas, sino que una incluye a la otra. Cristo Jesús es el contenido de los escritos proféticos y apostólicos; Cristo se encuentra en y con Su Palabra, y en ningún otro lugar. Jesucristo, Salvador de la humanidad pecadora, de quien da testimonio la Palabra de los profetas y apóstoles, es el fundamento de la fe y de la congregación de los santos que se reúne del mundo de los pecadores.
La construcción de la iglesia avanza día tras día, a veces con notable éxito, a veces con grandes dificultades. Dondequiera y cuando sea que se proclame la Palabra de los profetas y apóstoles, allí se ganan creyentes para el crecimiento de la Iglesia. Y así el fin presentará la Iglesia completa, perfecta, la morada de Dios, el lugar en el que Dios elige vivir, en el Espíritu; porque es por el poder del Espíritu que se ganan almas para Cristo, que se añaden nuevas piedras a este maravilloso templo.
Por lo tanto, dice nuestro Señor, si los primeros en recibir la invitación, como los judíos en el primer siglo, rechazan la invitación, los ministros de la iglesia serán enviados a otros que llenarán la casa del Señor, aunque sean de diferentes nacionalidades y temperamentos. “La ley con sus mandamientos y reglamentos” es la Ley de Moisés, tanto ceremonial como moral. Cristo abrogó el ceremonial y cumplió la ley moral. La reunión de toda la iglesia cristiana de todas las naciones se extiende a lo largo de todo el tiempo del Nuevo Testamento.
Esta maravillosa gloria y dignidad de la Iglesia está todavía hoy oculta a los ojos de los hombres. Pero en el último día la Iglesia aparecerá ante los ojos de un mundo asombrado como un templo de belleza y magnificencia, y el esplendor y la gloria del Señor brillarán desde esta estructura singular, Apocalipsis 21:3. En el último día, el santo templo en el Señor estará ante nuestros ojos asombrados en la belleza de su perfección.
Esta es nuestra esperanza que nos da la paz que sobrepasa todo entendimiento. Amén.