Para preparar el camino del Señor
Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
Hoy celebramos la Natividad de Juan el Bautista, tres meses después del 25 de marzo, festividad de la Anunciación, que celebra que el Arcángel Gabriel dijera a la virgen María que su prima Elisabet estaba en su sexto mes de embarazo; y seis meses antes de la celebración del nacimiento de Jesús en la Navidad. Recordamos el nacimiento y la circuncisión de Juan ocho días después en el mismo día. En el calendario histórico de la iglesia, ocho días después del 24 de junio es el festividad de la Visitación, cuando María visitó a Elisabet (Lucas 1:39-56). Versículo 56 dice que María quedó con Elisabet tres meses, implicando ella ayudó con el parto de Juan. El propósito de estas fiestas no tiene por objeto celebrar las fechas exactas de estos acontecimientos, sino simplemente conmemorarlas de forma relacionada. La Natividad de Juan el Bautista anticipa la Navidad.
Antes de la Anunciación del nacimiento de Jesucristo en Lucas 1:26-38, el mismo árcangel Gabriel anunció el nacimiento de Juan el Bautista, no a su madre Elisabet, sino a su padre Zacarías (Lucas 1:5-25). El Señor mandó el nombre del hijo, como en el caso de Jesús. Elisabet no fue una virgen, pero fue estéril hasta su vejez. Al igual que con María, Zacarías preguntó cómo podía suceder esto, pero con una actitud que desafiaba la promesa del Señor. Entonces se quedó mudo hasta el nacimiento y la circuncisión de su hijo.
Cuando Zacarías volvió a poder hablar, recitó el Benedictus, también conocido como Cántico de Zacarías (Lucas 1:68-79), una de las tres canciones junto con el Magnificat y el Nunc Dimittis que aparece en los dos primeros capítulos del evangelio de San Lucas. Normalmente cantamos el Benedictus en la liturgia de Maitines.
Todo el cántico puede dividirse en dos partes. El primero (versos 68 a 75) es un canto de acción de gracias por el cumplimiento de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento. Como hace mucho tiempo, en la familia de David nacería el poder de defender a la nación contra sus enemigos, y ahora, de nuevo, se les había devuelto aquello de lo que habían sido privados durante tanto tiempo y que tanto esperaban, pero en un sentido más elevado y espiritual. El cuerno es un signo de poder y el «cuerno de la salvación»” significaba el poder de la liberación. Esta liberación estaría ahora cerca, y Zacarías señaló que esto sería el cumplimiento del juramento de Dios a Abraham, pero se describe como una liberación no en términos de poderes terrenales, sino en santidad y justicia ante Él todos nuestros días.
La segunda parte del cántico es un discurso de Zacarías a su propio hijo, que desempeñará un papel importante en el esquema de la redención, pues sería un profeta, el precursor, y predicaría la remisión de los pecados ante la vida de la aurora de lo alto, manifestando la misericordia de Dios que se revela en la venida de Cristo.
La profecía de que “…irás delante de la faz del Señor para preparar sus caminos” era una referencia a nuestra lectura del Antiguo Testamento, Isaías 40:1-5. Esto lo hizo Juan cuando predicó y bautizó en agua para el arrepentimiento en el desierto de Judea. Juan asumirá como su propia misión diciendo “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Mateo 3:1-12; Marcos 1:1-8; Lucas 3:1-9, 15-17; Juan 1:19-28). Todos los evangelistas hablan del bautismo del pueblo por Juan antes de su bautismo de Jesús en el Río Jordán.
El bautismo no fue un invento de Juan el Bautistas. Los fariseos también bautizaban, pero solamente los prosélitos. Cuando una persona se convertía el judaismo no solmente debía ser circuncidado sino también bautizado. Según las leyes de purificación del Antiguo Testamento, si un judío tocaba una cosa impura como un cadáver o un leproso, quedaba impuro por ocho días, después de los cuales tenía que purificarse en agua limpia. Para los fariseos, los no judíos eran tan inmundos como un cadáver o un leproso. Los judíos que tenían esclavos no judíos tenían que bautizarlos antes de permitirles trabajar en sus casas. Aún el niño o niña de una esclava tenía que ser bautizados el primer día de su nacimiento para no fuera una criatura inmunda en la casa de un hijo de Abraham. Por tanto, el bautismo de los niños no fue un invento de la iglesia de Roma.
Los fariseos se consideraban puros y por eso no se bautizaban. Juan, en cambio, llamó a los fariseos al bautismo también. El bautismo de Juan tenía un significado mesiánico; era un bautismo de todo el pueblo como preparación para la venida de Cristo.
Debemos distinguir entre el bautismo que Juan administró personalmente y el de sus discípulos posteriores, al que comúnmente se hace referencia como el bautismo de Juan. El bautismo con el que Juan, por mandato especial de Dios, bautizaba, era un sacramento válido, que daba a los que confesaban sus pecados y creían en la predicación de Juan, el perdón de los pecados y la gracia de Dios. Pero Juan el Bautista fue simplemente el precursor de Cristo; su predicación, como su bautismo, era un testimonio de Cristo, que vendría después de él y que, a través de su sufrimiento y muerte, ganaría la salvación y el perdón para todos los pecadores. Después de que Cristo fue revelado a Israel y entró formalmente en su ministerio, el tiempo de preparación terminó, la obra y el oficio de Juan dejaron de tener valor. Y cuando Cristo entonces, por Su muerte, hubo terminado Su obra y después de Su resurrección había dado a Sus discípulos el mandato de bautizar a todas las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; cuando, sobre todo, había llegado el día de Pentecostés y los discípulos del Señor bautizaban en el nombre de Jesucristo, crucificado y resucitado, entonces el bautismo de Juan ya no tenía ningún valor, como el sacramento del Antiguo Testamento. La circuncisión, aunque todavía la practicaban los cristianos judíos, se consideraba una mera ceremonia.
Entonces, ¿por qué cantamos hoy día el cántico de Zacarías en la iglesia? Porque no es sólo el cántico de Zacarías. También es el canto de la Iglesia. Con Zacarías damos gracias al Señor Dios, que ha cumplido su promesa y se ha acordado de su nuevo pacto en la sangre de Cristo. Con Zacarías, cantamos sus palabras de profecía, sobre la salvación y el perdón de los pecados que Jesús lograría mediante su muerte y resurrección gloriosa.
Además, como iglesia, tenemos la misión de proclamar la Palabra de Dios en todo el mundo. Y el primer paso de esta proclamación es llamar a los pecadores al arrepentimiento. Necesitan escuchar cuál es la Ley de Dios y cómo no han cumplido con las demandas de Su justicia. Cuando han reconocido su necesidad de un Salvador, llega el amanecer del Evangelio.
Por la tierna misericordia de nuestro Dios, la aurora desde lo alto brillará sobre nosotros, para alumbrar a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pies por el camino de la paz. Lo que Zacarías ni siquiera pudo decir durante tanto tiempo, ahora lo cantamos u oramos con alegría, con la iglesia en todo el mundo, al amanecer de cada nuevo día. Para recordarnos que el amanecer trae luz, esperanza y la paz que sobrepasa todo entendimiento. Amén.