Ni miremos al cielo ni al futuro
Gracia y paz en nuestro Señor resucitado y ascendido.
Después de su resurrección, nuestro Señor anduvo por 40 días en la tierra. En el cuadragésimo día nuestro Señor culminó su ministro terrenal. El primer parte del segundo artículo del Credo Apostólico describe el estado de humillación de Jesucristo, que fue concebido por obra del Espíritu Santo, nació de la virgen María; padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. El Credo Niceno agrega esto: “Por nosotros y por nuestra salvación, Él bajó del cielo.”
Con estas palabras describe al segundo artículo del Credo Apostólico el estado de la exaltación de Jesucristo. “Desciendo a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Poderoso, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.”
Dios Padre todopoderoso exaltó, coronó y entronizó al Hijo, dándole como hombre una completa participación en su divina gloria. La ascensión es de igual importancia que la encarnación y la resurrección.
Hay tres cuentas de la ascensión en el Nuevo Testamento: Marcos 16:19 (sólo un versículo); nuestro evangelio para hoy, Lucas 24:44-53; y este texto, Hechos 1:1-11. Por supuesto, el evangelio y el libro de Hechos tienen el mismo autor, Lucas, el médico que acompaño a San Pablo en sus viajes misioneros. El evangelio según San Lucas comienza en esta manera: “Puesto que ya muchos han intentado poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros son ciertísimas, así como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra; me ha parecido también a mí, después de haber entendido perfectamente todas las cosas desde el principio, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas la certeza de las cosas en las que has sido instruido.”
El libro de los Hechos de los Apóstoles, como el evangelio, está dirigido y dedicado a Teófilo, quien bien pudo haber sido un ciudadano de Roma que ocupaba un alto cargo oficial. “En el primer tratado, oh Teófilo, he hablado de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar.” El ministerio terrenal de Jesús es sinónimo de lo que “comenzó a hacer ya enseñar”. Fue el preludio y la preparación para la actividad más extensa, de hecho universal, de Dios que constituye el tema de los Hechos. La oración es similar a las palabras de Moisés hacia el final de su vida, alabando a Dios por lo que apenas había comenzado a hacer por su pueblo (Deuteronomio 3:23). Así como el primer escrito había dado cuenta del ministerio terrenal de Jesús, así el libro de los Hechos debe dar cuenta del crecimiento de la iglesia.
“Hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que Él había escogido; a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, siendo visto de ellos por cuarenta días, y hablándoles acerca del reino de Dios.” La enseñanza de Jesús continuó, en cierto modo, incluso después de su resurrección, aunque ya no habló más al público en general, sino solo a los creyentes.
Se apareció a María Magdalena, Juan 20:14-18; a las mujeres que regresan de la tumba, Mateo 28:9-10; a los discípulos de Emaús, Lucas 24:15; a Simón Pedro, Lucas 24:34; a diez de los apóstoles, estando presentes también otros discípulos, Lucas 24:36; Juan 20:19; a los once apóstoles una semana después, Juan 20:26; a siete de los apóstoles en Galilea, Juan 21:4; a Santiago y 500 hermanos a la vez, 1 Corintios 15: 6-7; y a la asamblea de los discípulos el día de la ascensión, Lucas 24:50.
Cuarenta días tiene matices de Moisés en el Monte Sinaí (Éxodo 24:18; Deuteronomio 9:9), de la estancia de Elías en el desierto (1 Reyes 19:8), y la tentación de Jesús (Lucas 4:2). Durante estos 40 días Jesús no sólo se apareció y habló a sus discípulos, sino que también comió con ellos. La comunión en la mesa en el antiguo Medio Oriente era un signo de la relación más íntima y en todas partes de la Biblia es un símbolo del reino de Dios.
En cada aparición de Cristo resucitado, su conversación y encargo a sus discípulos se refería a asuntos del reino de Dios, les encomendaba el encargo de las verdades y los mandamientos. De palabra y obra los apóstoles y todos los discípulos del Señor deben proclamar ese reino.
Sin embargo, tenía que subir a su Padre para preparar lugar allá para nosotros (Juan 14:2), para ser sentado al la derecha del Padre y recibir toda autoridad in el cielo y la tierra (Marcos 16:19; Mateo 28:18), y para enviar del Padre a su iglesia en la tierra el Espíritu Santo (Juan 14:26; 15:26; y 16:7). Los ángeles les dijeron a los discípulos que no debían buscar otro vistazo de Jesús. La ascensión señaló que las apariciones habían llegado a su fin.
Habiendo así resumido los eventos de los cuarenta días que transcurrieron entre la resurrección y la ascensión, Lucas ahora procede a dar la esencia de la conversación que tuvo lugar el último día del Cristo visible en la tierra. En este día Cristo había reunido por última vez a sus discípulos. Fue en ese momento que Jesús ordenó a la congregación de creyentes reunida, en un mandato enfático, que no se alejaran de Jerusalén. Debían quedarse allí y esperar la promesa del Padre, la promesa del Espíritu Santo que Él les había hecho la noche antes de su muerte. Esta promesa la habían oído, y Él les recuerda esto. Y les recuerda otro hecho. El bautismo de Juan había sido con agua solamente, había apuntado hacia otro bautismo más grande del que hablaba Juan, de un bautismo con el Espíritu Santo y con fuego, Lucas 3:16.
Pero los discípulos aún tenían que entender que Jesús no tenía la intención de establecer un reino terrenal. Es posible que hayan pensado que el evangelio era para los judíos dispersos por todo el mundo, según siguientes pasajes en Hechos. Se encuentra este mismo error hoy en día cuando los maestros falsos enseñan que a buscar mil años de un reino de Cristo en la tierra o un rapto antes del día final.
“No toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad.” Sólo el Padre conoce cuándo su Hijo regresará en gloria Las especulaciones están fuera de lugar. Jesús, verdaderamente resucitado de entre los muertos en forma corporal, reina como Rey de reyes ahora y para siempre. Los mil años en que Satanás será atado debe ser entendido como número simbólico que indica el periodo entre la ascensión y la segunda venida, que es la época de la iglesia. No debemos tener miedo del diablo, porque no tiene poder sobre nosotros. La primera resurrección en Apocalipsis 20:5 es el bautismo. La segunda resurrección ocurrirá en el día final como el rapto descrita en 1 Tesalonicenses 4:16-17.
Que quiere decir, la promesa no es solo para el futuro. En el bautismo comenzamos nuestra vida eterna, que es un peregrinaje con propósito de dar testimonio de la resurrección y exaltación de Jesucristo. Las palabras de Jesús en nuestro texto señala a Pentecostés, cuando la iglesia recibió el Espíritu Santo. Hasta su retorno en gloria, nuestro Señor está con nosotros en su Palabra y los sacramentos. Por eso, tenemos la paz que sobrepasa todo entendimiento. Amén.