La Palabra más cortante que toda espada
Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
Durante los tres domingos previos a la Cuaresma usamos las lecturas seleccionadas para enfatizar las tres solas de la Reforma: sola gracia, sola las Escrituras, sola fe. Hoy el enfoque es solo las Escrituras, la única fuente infalible de nuestra doctrina.
Las lecturas del domingo pasado, Septuagésima, enseñan la salvación sólo mediante la gracia o sola gracia. Por la inmerecida misericordia de Dios todos recibimos la misma promesa de vida. Pero, en la epístola para aquel domingo, 1 Corintios 9:24-10:5, San Pablo nos advierte que podamos perder la promesa de la vida eterna por rechazar la gracia de Dios. Y rechazamos la gracia de Dios cuando despreciemos la Palabra de Dios. A los hijos de Israel en el desierto se les proclamó la Palabra de Dios; Moisés les había ofrecido la promesa de salvación, pero se habían negado a prestar atención y obedecer, no habían creído en el precioso y glorioso mensaje. Por lo tanto, su conducta servirá como ejemplo de advertencia para todos los tiempos, para evitar que los hombres se vuelvan culpables de una transgresión similar y sean rechazados por Dios como hijos desobedeces.
Bueno, según el primer capítulo del evangelio de San Juan, Jesucristo es la Palabra de Dios encarnada. Era en el principio con Dios y era Dios. Todos los propósitos de Dios tienen su cumplimiento en Jesucristo. Somos salvos por fe en Cristo. ¿Como conocemos a Cristo? En la Palabra escrita, las Sagradas Escrituras. Todas las Escrituras fue escritas para enseñarnos de Cristo y en las Escrituras están todas que necesitamos saber para la salvación. Como dice Pablo en 2 Timoteo 3:15-16, “y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda Escritura es dada por inspiración de Dios, y es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia.” Por inspiración se refería a la inspiración del Espíritu Santo. En el Credo Niceno confesamos que creemos en el Espíritu Santo quien habló por los profetas. Pablo dice en Efesios 2:20 que la iglesia esta “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo.”
Además, la Palabra de Dios no son sólo letras en una página. El apóstol dice así en nuestra epístola para hoy, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos, y penetra hasta partir el alma y el espíritu, y las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” Para el creyente estas son palabras reconfortantes, pero para el incrédulo, palabras aterradoras. Los versículos 12 y 13 son un gran lugar sobre la esencia de la Palabra tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Aquí la Palabra significa tanto Ley como Evangelio.
No somos salvos por obras de la Ley, porque nuestra propia justicia no es la perfecta justicia de Dios. La Ley enseña lo que nosotros debemos hacer y deja de hacer; el Evangelio, las buenas noticias, enseña lo que Dios ha hecho y todavía está haciendo para nuestra salvación. La Ley nos condena, sino la fe en Jesucristo nos salva. Sin embargo, es importante a predicar la Ley porque, encima de todo, la Ley nos enseña el verdadero conocimiento del pecado y nuestra necesidad por el Salvador. Si el mensaje de salvación fuera un sonido muerto e ineficaz, un incrédulo podría tener la excusa de que no había obtenido ningún valor al escuchar la Palabra. Pero se nos dice que la Palabra de Dios es viva, instintiva de la vida maravillosa de su fuente, llena de poder vivificante.
Este poder vivificante es el poder del Espíritu Santo. El tercer artículo del Credo Apostólico se explica así en el Catecismo Menor: Creo que ni por mi propia razón, ni por mis propias fuerzas soy capaz de creer en Jesucristo, mi Señor, o venir a él; sino que el Espíritu Santo me has llamado mediante el Evangelio, me ha iluminado con sus dones, y me ha santificado y conservado en la verdadero fe.”
Nuestra lectura del Antiguo Testamento, Isaías 55:10-13, dice así: “Porque como desciende de los cielos la lluvia, y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” La predicación de la Palabra siempre tiene resultados. La tierra no produce las cosechas sin la lluvia. En nuestro evangelio para hoy (Lucas 8:4-15), nuestro Señor dice que la Palabra es semilla que produce la nueva vida en los vidas de los que la recibe. La fe sincera transforma nuestras vidas de tal forma que servimos con gozo al Señor en este mundo y disfrutamos la vida eterna. La fe no crecen en los que rechazan y no escuchan la Palabra. Para ellos, la predicación de la Palabra los endurece aún más en su incredulidad para la condenación en el Juicio Final. También, nuestro Señor también advierte que no todo aquel que escucha la Palabra de Dios va tener una fe perdurable, por causa de las pruebas y preocupaciones de este vida terrenal.
Pero, la persona perseverante será ayudada por la Palabra. No sólo cada uno de nosotros como individuos, también como la iglesia, el pueblo de Dios. El catecismo dice que el Espíritu Santo “llama, congrega, ilumina y santifica a toda la cristiandad en la tierra, y la conserva unida a Jesucristo en la verdadera y única fe”.
Bendito Señor, que nos has dado las Sagradas Escrituras para nuestra dirección: Concede que de tal modo las escuchemos, leamos, aprendamos y guardemos en nuestros corazones. Amén.