22 noviembre, 2024
15 septiembre, 2024

La Palabra da vida

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Passage: 1 Reyes 17:17-24, Salmo 30, Efesios 3:13-21, Lucas 7:11-17
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Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

Jesucristo revivificó al hijo de la viuda de Naín en nuestra lectura del Evangelio de hoy; a la hija de Jairo (Lucas 8:40-56); y a Lázaro, el hermano de Marta y María (Juan 11:38-44). El profeta Elías en nuestra lectura del Antiguo Testamento de hoy y también su discípulo, Eliseo (2 Reyes 4:36), revivificarón a los muertos, pero no por su propia palabra ni propio poder. Pedro (Hechos 9:36-43) y Pablo (Hechos 20:7-12) también revivificarón a los muertos, pero no por su propia palabra ni propio poder.

El pueblo de Naín estaba en Galilea, pero ahora no se puede identificar. Solo se menciona aquí en nuestro texto en la Biblia. Pero aunque el pueblo ha desaparecido, siempre será conocido como el lugar donde Jesús resucitó al hijo de una viuda. Probablemente era su único hijo, pero, con seguridad, su único varón. Ella también había perdido a su marido. No había nadie que la cuidara.

Observe que había dos multitudes, la multitud con Jesús y la multitud con la viuda. El Señor de la vida encabeza una multitud, la muerte encabeza la otra multitud. La gente de Naín no buscó a Jesús. Él los buscó a ellos. ¿Qué encontró cuando visitó su aldea? Encontró una procesión de muerte y y Jesús mostró su poder sobre la muerte.

Después de que revivió al hijo de la viuda, la gente dijo: “Un gran profeta se ha levantado entre nosotros”. Probablemente estaban pensando en hombres como Elías y Eliseo. En la forma en que trató con su profeta Elías y la viuda de Sarepta, Dios reveló su gracia, amor y misericordia. A través de esta experiencia con la mujer fenicia y el niño muerto, Elías emergió como un hombre aún más fuerte en la fe. Fue llevado a luchar con el Señor en oración, pidiéndole a Dios en un lenguaje muy audaz: “Señor, Dios mío, ¿a la viuda en cuya casa he estado hospedado has afligido hasta matar a su hijo?” (1 Reyes 17:20). La amargura del momento obligó a Elías a aferrarse con más tenacidad a los estímulos y promesas de las Escrituras, de que los creyentes pueden derramar sus corazones ante el Señor, acercarse a él con confianza, presentarle cualquier petición y confiar plenamente en la gracia, el amor y la misericordia de Dios.

Elías, con una mayor confianza en el Señor, se estiró sobre el niño tres veces, sin duda debido a su creencia en las personas de la Trinidad. Confiaba en que Dios lo usaría a él, Elías, como su instrumento para resucitar al niño de la muerte. A su vez, Dios usó este incidente para mostrarle a Elías y a otros creyentes del Antiguo Testamento que el profeta jefe, el más grande y el más importante también resucitaría a la gente de la muerte. Lo que sucedió en la casa de la mujer fenicia señaló no solo que el Mesías se resucitaría a sí mismo de la muerte, sino que también restauraría la vida a los cadáveres a través de los apóstoles y resucitaría a todas las personas en el Último Día.

Escondido de Acab y Jezabel, los cuervos le habían dado comida a Elías y había estado bebiendo del arroyo Queret. Cuando el río se secó, Dios le dijo que fuera a Sarepta, en Fenicia. Dios proveyó milagrosamente de alimento a la viuda, a sus hijos y al profeta, pues nunca dejó que se agotaran su jarra de aceite y su cántaro de harina (1 Reyes 17:2-16). Sin embargo, algún tiempo después, el hijo de la mujer enfermó, se puso cada vez peor y finalmente dejó de respirar (1 Reyes 17:17).

¿Por qué Dios preservó la vida del niño, salvándolo de morir de hambre, solo para dejarlo morir? Su madre pensó que era por su pecado pasado (1 Reyes 17:18). Probablemente había llegado a creer en Jehová, el Dios de Israel, debido al testimonio de Elías y a que vio el milagroso suministro de alimentos. Pero en su dolor, arremetió contra el profeta, el hombre de Dios, creyendo que el hecho de que él residiera en su casa había hecho que Dios se centrara en su morada y, por lo tanto, en ella y sus transgresiones.

Juan 9 habla del hombre que había sido ciego de nacimiento, no por su pecado ni por el de sus padres, sino para que las obras de Dios se manifestaran en él. Así también el hijo de la viuda murió por razones distintas a las violaciones previas de la voluntad de Dios por parte de la mujer. Dios en su gracia, amor y misericordia estaba obrando para que esta experiencia resultara ser para el bien de la viuda. Ella ya apreciaba a Jehová como el que le proveía de alimento, algo que Baal, el dios principal de Fenicia, no había podido hacer. Cuando el profeta de Jehová devolvió la vida a su hijo, su fe en el Dios de Israel se hizo más firme. Él era el Señor sobre la muerte, lo cual no podía atribuirse a Baal, quien periódicamente, según la teología pagana, tenía que someterse a Mot, el dios cananeo de la muerte y el inframundo. Jehová, vio de manera más clara, era el Dios supremo, de hecho, el único Dios. Ella fue llevada a confesarle a Elías: “Ahora sé que tú eres hombre de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (1 Reyes 17:24). Como tal, ella fue la precursora de los muchos gentiles que serían hechos creyentes en el Dios verdadero durante la era del Nuevo Testamento.

Jesús restauró al hijo de la viuda, la hija de Jairo y Lázaro, a la vida terrenal por medio de su Palabra. Jesús sigue llamando a los pecadores de la muerte espiritual a la vida eterna por medio de su Palabra. Jesús habla de dos resurrecciones en Juan 5:25-29. Habla de resucitar a los muertos espirituales por medio de su Palabra. También habla de resucitar a todos los muertos en el Día del Juicio. En todos los casos es la Palabra de Jesús la que resucita a los muertos. Él conquistó la muerte. San Pablo dice en 1 Corintios 15:19: “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres”. Cristo no sólo derrotó la muerte temporal sino también la muerte eterna. Cristo abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio, 2 Timoteo 1:10.

Nuestro Señor, sólo tú decides sobre la vida y la muerte. Suplicámoste, todopoderoso Dios, que confirmes en tu gracias nosotros tus hijos, para que en la hora de la muerte el adversario no prevalezca sobre nosotros, sino que por los méritos de Cristo, seamos hallados dignos de la vida eterna. Amén.

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