Es imposible separar la fe del amor de Dios
Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
Nuestra lección del Antiguo Testamento (Génesis 15:1-6) habla de la fe de Abraham. La epístola (1 Juan 4:16-21) habla del amor perfecto que fluye de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia nuestro prójimo. Las palabras “El perfecto amor echa fuera el temor” unen los dos temas.
La Apología de la Confesión de Augsburgo, artículo IV:141) dice esto: “Es imposible separar la fe del amor de Dios, por pequeño que sea, porque por medio de Cristo se llega al Padre; y una vez aceptado el perdón de los pecados, estamos seguros de que tenemos un Dios es el Dios nuestro, es decir, de que Dios cuida de nosotros. En consecuencia le invocamos, le damos gracias, le tememos y amamos, como nos lo enseña Juan en su primera carta (1 Juan 4:19): Amamos porque él nos amó primero es decir, porque dio a su Hijo por nosotros y nos perdonó nuestros pecados. Entonces indica que la fe precede mientras que el amor sigue.”
En la epístola de hoy se repite “Dios es amor” desde el versículo 8. Este amor nos fue mostrado en su Hijo, en la redención por la cual nos libró de la condenación eterna. En este amor debemos permanecer poniendo en él nuestra plena confianza en la fe, haciéndolo la única base de nuestra justicia ante Dios, de nuestra salvación. Si esta fe se encuentra en nuestros corazones, entonces Dios también entrará en ellos y los hará Su templo, donde vive y gobierna con la plenitud de Su amor. Juan está hablando del amor específico (fe y confianza) del cristiano que elimina el temor específico al juicio.
El amor de Dios hacia nosotros nos prepara para el Día del Juicio, ese gran día en el que debemos presentarnos ante Dios, el Juez. El Evangelio hace que la gente pierda el temor al Día del Juicio. Él nos da la confianza para vivir sin miedo ni pavor del juicio venidero. Juan 3:18 nos dice que el que cree en Cristo no es juzgado.
Si realmente hemos abrazado el amor de Dios por fe, entonces este amor obrará en nosotros día tras día, ganando siempre en poder y fervor, dando siempre mayor fuerza a nuestra fe. Así, el resultado final será que, cuando llegue el Día del Juicio, todo temor será eliminado de nuestros corazones y compareceremos con calma y alegría ante el Trono del Juicio. El Día del Juicio significa para nosotros sólo la entrada a nuestra herencia eterna.
Todo cristiano que sabe en la fe que Dios lo ama no teme la ira ni la condenación, ya que sabe que todos sus pecados le son perdonados por amor a Jesucristo. Así, el amor de Dios, a medida que se perfecciona en nuestros corazones, expulsa todo ese temor servil, puesto que nos demuestra que ya no tenemos ningún castigo que temer. El castigo ya ha sido soportado y, por lo tanto, el miedo simplemente ya no puede existir. Es cierto, por supuesto, que no alcanzaremos este estado de perfecta confianza, de total ausencia de miedo, mientras vivamos en este marco mortal. Pero el último vestigio del antiguo temor a la Ley será eliminado de nuestros corazones en el gran día del regreso del Señor. Entonces seremos perfectos y sin el menor defecto en nuestro amor, disfrutando del amor ilimitado de Dios sin el menor remordimiento o remordimiento de conciencia.
Pero el apóstol considera necesario incluir también una advertencia: Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, y odia a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Hay muchas personas que protestan piadosamente por el amor a los hermanos. Pero todo su comportamiento indica que es completamente indiferente hacia su bienestar, tanto temporal como espiritual. A esa persona se le llama francamente mentiroso. Y Juan fundamenta su crítica aparentemente dura argumentando de lo más pequeño a lo más grande. Es comparativamente fácil amar a las personas que vemos. Por lo tanto, si no amamos o somos indiferentes hacia alguien a quien debemos amar, es decir, todos nuestros hermanos, entonces todas nuestras piadosas protestas acerca de nuestro amor hacia Dios son vanas y nos engañamos a nosotros mismos.
La razón principal por la que el amor a Dios no puede existir sin el amor a los hermanos se da en las palabras: Y este mandamiento tenemos de él, que el que ama a Dios, ame también a su hermano. Este es un mandato claro de nuestro Señor Jesucristo, Mateo 22:37–40. Un mandamiento no puede existir sin el otro, porque la Ley de Dios es una unidad, Su voluntad es una sola. Transgredir el precepto del amor fraternal es transgredir el mandamiento de amar a Dios. El que no muestra amor fraternal no puede decir que ama a Dios, porque está transgrediendo el mandamiento de Dios. Así, el verdadero amor hacia Dios y el amor correcto hacia los hermanos están estrechamente relacionados, y nuestra obligación es clara.
La misma advertencia se puede encontrar en la parábola de Lázaro y el hombre rico, Lucas 16:19-31. En esta parábola, Jesús desafía la creencia que las bendiciones terrenales sean señales del favor eterno de Dios. Todos nosotros vivamos por la gracia de Dios. En esta temporada de gracia recibamos el perdón de nuestros pecados, pero viene el día del juicio cuando el Señor buscará la evidencia de que hemos amado a otros como Él nos ha amado a nosotros. El amor del prójimo es el fruto del arrepentimiento, el reconocimiento que no merecemos nada bien de Dios, pero hemos recibido el mejor regalo, la promesa de la vida eterna.
Además, aprendemos de esta parábola que el arrepentimiento y la fe vienen por la Palabra de Dios , no por experiencias dramáticas. Señor, enséñame a leer y a confiar en tus dones por medio del testimonio de los profetas y apóstoles. También enséñame a mostrar tu amor por palabras y acciones. Amén.