El lavamiento del corazón
Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
Encontramos en nuestra epístola del Jueves Santo (1 Corintios 11:23-32) las mismas palabras de institución de la Santa Cena que en los tres evangelios sinópticos. Para Mateo, Marcos y Lucas, forma parte de su relato de la cena pascual que Jesús compartió con los apóstoles antes de su crucifixión. Por lo tanto, como dice Lutero, estas palabras son su testamento antes de morir. Pero en el evangelio de Juan no encontramos estas palabras, sino la historia de Jesús lavando los pies a sus discípulos. ¿Por qué?
Todos los evangelios sinópticos fueron escritos antes de la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C. El evangelio según San Juan fue, según el testimonio unánime de los primeros maestros de la Iglesia, escrito en Éfeso, durante los últimos años de la residencia de Juan en esa ciudad. Su estilo, contenido y lenguaje lo sitúan en la última década del primer siglo, después de la redacción del Apocalipsis. Juan presupone el conocimiento de los otros evangelios. El propósito de Juan de complementar la narrativa de los tres primeros evangelios es evidente a lo largo de todo el texto. Incluso en los pasajes paralelos hay muchos elementos adicionales que, en varios casos, aclaran los objetivos de Jesús. Solo se registran ocho milagros en este evangelio, pero varios de ellos se tratan con cierta profundidad y sirven de base para extensos discursos dirigidos al pueblo.
Entonces, ¿qué significa el lavamiento de los pies de los discípulos? En el contexto ritual del Antiguo Testamento, los sacerdotes deben lavarse las manos y los pies antes de entrar en el Lugar Santo antes de ofrecer el sacrificio sobre el altar (Éxodo 30:17-21; 40:30-32; 2 Crónicas 4:6). En Éxodo 29:4 y Levítico 8:6 el lavamiento de los pies es parte del rito de consagración de los sacerdotes. El lavamiento de los sacerdotes servía como un símbolo de purificación. Hay paralelos en la literatura greco-romana. En la Odisea de Homero los que han derramado sangre necesitan purificarse lavándose los manos y los pies. También en Homero y Estrabón las personas normalmente se lavan los pies antes de entrar en un lugar sagrado.
Al otro lado, el lavamiento de los pies en el Antiguo Testamento y el mundo alrededor era un símbolo de servidumbre. El lavamiento de los pies antes de la cena o un banquete tenía el propósito de higiene o comodidad personal. Por lo tanto, lavar los pies de los huéspedes era una señal de hospitalidad. Sin embargo, para mostrar a un huésped que era bienvenido, siempre se ordenaba que sus pies fueran lavados por un esclavo o siervo. Solamente motivado por un gran amor o una gran lealtad, se atreve una persona a lavar los pies de otra que pertenece a una categoría social inferior.
Después de que los discípulos se reclinaran a la mesa, Jesús, como cabeza de familia, pronunció la acción de gracias, o bendición, por el vino y el banquete, bebiendo él mismo la primera copa. Era en este momento, cuando la fiesta propiamente dicha aún no había comenzado, que solía tener lugar el lavamiento de los pies. Al no haber ningún esclavo presente, la tarea recaería naturalmente en el más humilde del pequeño círculo. Pero estos hombres, lejos de sentir humildad en ese momento, iniciaron una disputa sobre quién debía ser considerado el mayor (Lucas 22:23-27). Pero, el Señor en el papel del más humilde de los sirvientes, realizando el trabajo del esclavo de la casa; los discípulos sentados alrededor, en silencio y estupefactos, realmente incapaces de entender nada del asunto.
Además, en el mundo antiguo, el lavamiento de pies ayuda a preparar a las personas para tareas específicas. Hacer algo sin tener los pies lavados equivale a no estar preparado. En los discursos de despedida en Juan 13-17, Jesús busca preparar a sus discípulos para su futuro papel después de su salida. El lavamiento de los pies indica que los apóstoles deben estar preparados para su ministerio.
Cuando Jesús llegó a Simón Pedro, se encontró con oposición. Pedro no quiso que Jesús se los lavara, porque no quería ver que su maestro se humillara en esta manera. Cuando Jesús dice: “Si no te lavaré, no tendrás parte conmigo”, le estaba diciendo a Pedro que había venido a tomar forma de siervo y hacerse obediente hasta la muerte en la cruz como única manera de lavar los pecados del mundo. Cuando Pedro le dijo: “Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza”, Jesús explicó que el que ha recibido el bautismo no necesita un segundo bautismo. Podemos entender las palabras, “El que está lavado” como una referencia al bautismo, que no debe repetirse y “no necesita sino lavarse los pies” como la Santa Cena, que debe recibirse con frecuencia .
Por eso, después del lavamiento de los pies de sus discípulos, nuestro Señor pronuncia un discurso para corregir sus malentendidos. Esto evidencia que, aunque algunas sectas han adoptado el lavatorio de pies como ritual, nuestro Señor no ordenó que se hiciera como lo hizo con el sacramento. Lo hizo para ilustrar un punto. “Pues si yo, vuestro Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que también vosotros hagáis como yo os he hecho. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió.” Esta fue una lección más para los apóstoles antes de ser crucificado. Tras tres años de formación, estaban listos para ejercer el Oficio de las Llaves mediante la predicación y la administración de los sacramentos. Artículo XIV de la Confesión de Augsburgo dice así: “Nadie debe enseñar públicamente en la iglesia ni predicar ni administrar los sacramentos sin llamamiento legítimo”.
También nos enseña la importancia de la preparación para recibir la Santa Cena. Como San Pablo dice en nuestro epístola, “De manera que cualquiera que comiere este pan, o bebiere la copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, come y bebe juicio para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor.”
El apóstol da ahora a los cristianos de Corinto, y de todos los tiempos, algunas reglas para la preparación y celebración adecuadas de la Santa Cena. Uno de sus propósitos, como acaba de afirmar Pablo, era que sirviera para conmemorar al Señor. Pero la frecuencia de la celebración y la familiaridad con la Eucaristía no debían mermar la reverencia por su santidad. Por lo tanto, el apóstol dice: “Porque cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga”. Toda celebración de la Eucaristía es una proclamación abierta, una publicación de la muerte del Señor, del hecho de que mediante la entrega de su cuerpo y el derramamiento de su sangre obró la redención. Por supuesto, la actitud correcta hacia el sacramento es aquella en la que el corazón es plenamente consciente de las bendiciones que la boca confiesa. Esto hará que cada comulgante sea humilde y anhelante de la maravillosa gracia de Dios, tal como se da en la Santa Cena. Hasta que Él venga, hasta que regrese en gloria, el sacramento del altar debe ser el medio de comunicación de Él hacia nosotros.
Tras realizar este examen, preferiblemente con la ayuda de las preguntas de la Quinta Parte Principal, de la Tabla de Deberes y de las Preguntas Cristianas de nuestro Catecismo Menor, el cristiano puede acercarse y participar de la gracia divina. Si no quisieras recibir el Sacramento a menos que estuvieras libre de todo pecado, es lógico que nunca lo hicieras. Pero el sacramento fue instituido por Cristo Señor, no para que las personas permanezcan en el pecado, sino para que obtengan perdón y crezcan en santidad.
Comer indignamente es encontrarse en una condición espiritual o comportarse de tal manera que no concuerde con la dignidad y la santidad de la comida celestial. Si alguien asiste a la Santa Cena como asistiría a cualquier otra comida, considerando sus acciones como el simple hecho de comer pan y beber vino, si no siente deseo por la gracia de Dios ni devoción ante la perspectiva de participar en el banquete milagroso, entonces será culpable, no solo de comer y beber irreflexivamente, sino de profanar el cuerpo y la sangre del Señor. Por esta razón, comenzamos cada servicio divino con la confesión pública y la absolución, y animamos a todos a buscar la confesión privada de los pecados particulares que pesan mucho en sus corazones.
Oh Señor, en este maravilloso sacramento nos has dejado la conmemoración de tu pasión. Haz que podamos recibir el sagrado misterio de tu cuerpo y sangre, para que los frutos de tu redención se manifiesten en nosotros siempre. Por ti, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.