El buen samaritano como figura de Cristo
Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
Nuestro Señor hablaba a menudo en parábolas, historias que utilizaba de la vida cotidiana de la gente, para ilustrar lo que quería enseñarles. Pero estas historias a menudo tomaban un giro inesperado que hacía pensar a la gente. En un giro inesperado en nuestro evangelio de hoy, Jesús describe a un samaritano como una persona cuya actitud hacia Dios era correcta y, por lo tanto, su actitud hacia su prójimo necesitado también era correcta. El samaritano no sólo rescató a la víctima, sino que incluso lo llevó a una posada, lo cuidó y tomó medidas para su futuro inmediato. Eso es amor verdadero, hacer por los demás lo que hacemos por nosotros mismos. Le dio al posadero dos días de salario, una suma considerable de dinero.
Los judíos odiaban a los samaritanos y los consideraban paganos. Samaria es una región montañosa de la antigua Palestina, ubicada en la parte central de los territorios habitados por las diez tribus del norte, de la monarquía unificada del reino de Israel (1047 a. C.-930 a. C.) y el continuador reino de Israel (928 a. C.-720 a. C.). En el año 926 a. C., las tribus del norte se rebelaron contra el rey Roboam, hijo de Salomón. De esta rebelión surgieron dos reinos: el de Israel, en el norte, con su capital en Siquem y el de Judá, en el sur, con su capital en Jerusalén. En el año 875 a. C. el rey de Israel, Omrí, trasladó la capital a Samaria al noroeste de Siquén.
La hostilidad entre el norte y el sur continuó después de la guerra civil, como vemos en nuestra lección del Antiguo Testamento (2 Crónicas 28:8-15). “Y los hijos de Israel se llevaron cautivos de sus hermanos a doscientos mil, mujeres, hijos e hijas, además de haber saqueado de ellos un gran despojo, el cual trajeron a Samaria.” Pero el profeta Oded dijo: “¿Qué os pasa? Sois hermanos”. Hay que reconocer que los israelitas liberaron a sus prisioneros.
Sin embargo, la idolatría en el norte era peor que en el sur. Entonces, Dios permitió que Asiria destruyera al reino de Israel en 722 a.C. Mucha de la población israelita fue deportada y asimilada a la alta Mesopotamia. Asiria volvió a poblar Israel con originarios de otros pueblos. Estos extranjeros se casaron con lo que quedaba de las tribus de Israel y aprendieron algo de la Ley de Moisés.
El pueblo de Judá tampoco fue fiel al Señor. Por lo tanto, Jerusalén y el reino del sur cayeron a los babilonios en 586 a.C. Cuando los judíos regresaron para reconstruir Jerusalén y su Templo, los samariantos les amenazaron (Nehemías 4).
Bueno, esto es el fondo histórico. En un contexto más inmediato, esta parábola fue la respuesta de Jesús a las preguntas del intérprete de la ley. La primera pregunta: “Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” La segunda: “¿Y quién es mi prójimo?”
Jesús contestó la primera pregunta con otra pregunta:”¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?” El abogado citó correctamente Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18 para resumir la Biblia como lo hizo Jesús en Mateo 22:35-40 y Marcos 12:28-31. Jesús citó estos dos pasajes del Antiguo Testamento y luego dijo: “Toda la Biblia se resume en estos dos pasajes”. ¿Qué quiso decir él? Quería decir que amar a Dios con todo el ser significa creer y confiar en Él para todas las necesidades del cuerpo y del alma.
Pero este intérprete de la Ley no sabía lo que realmente significaban las palabras. Estaba basando su salvación en lo que él, no Dios, hace. ¿Dice realmente la Escritura que una persona ganaría la vida eterna? Sí. Mire Levítico 18:5; Romanos 10:5; Gálatas 3:12. Pero la Escritura también dice que una persona no puede hacer esto. Mire Romanos 3:20; 7:7-12 y 18; Gálatas 3:10-11. Jesús no había engañado a este hombre. Por cierto, cuando Jesús dijo: “Haz esto y vivirás”, quiso decir “Confía en el Señor para tu salvación y prueba tu fe con tus obras”.
Y aunque Jesús lo elogia por su respuesta, se nos dice que quería justificarse, quedar bien. Y luego hizo otra pregunta por ignorancia: “¿Quién es mi prójimo?” Primero ha preguntado: “¿Haciendo qué?” Ahora pregunta “¿Quién?” lo que demuestra que tenía un significado elástico y limitado para “prójimo”, lo que delata el hecho de que el judaísmo consideraba sólo a los judíos, y además a los ricos, como vecinos, ciertamente no a los gentiles, y ciertamente no a los samaritanos.
La naturaleza humana pecadora escoge y elige a sus vecinos, aquellos que están de acuerdo con ellos y aquellos que les agradan. Los no regenerados están bajo la condenación de la Ley, son culpables de sus pecados y están en el poder de los mismos, están en el poder del diablo y se dirigen a la condenación eterna. En una palabra, son ciegos, muertos y enemigos de Dios. Pero se sienten libres de elegir lo que quieren o no quieren en la Ley de Dios. Como el abogado, escogen a sus vecinos, agradando a unos y odiando a otros, pero en ningún caso los aman como se aman a sí mismos.
Aprendemos en el catecismo que la Ley no nos salva, pero tiene tres uso. El primer uso de la Ley es para reprimir, hasta cierto punto, las manifestaciones del pecado y de este modo ayuda a mantener disciplina y honestidad externa en el mundo. La parábola del buen samaritano es claramente un ejemplo del segundo uso de la Ley, para llevar a este intérprete de la Ley al conocimiento de sí mismo.
Por otro lado, los regenerados están libres de la condenación de la Ley, de la culpa y el poder del pecado, y del poder del diablo y la muerte. En una palabra, tienen libertad cristiana. Pero, por la fe, están inmediatamente obligados al tercer uso de la Ley: amar al prójimo como se aman a sí mismos. Como el buen samaritano, muestran misericordia hacia los necesitados y miserables, sin importar quiénes sean.
Además, podemos entender la parábola del buen samaritano en esta manera. El hombre medio muerte no tenía capacidad para ayudarse a sí mismo. La Ley, representada por el sacerdote y el levita, tampoco pudo salvarlo. El samaritano representa la gracia de Dios en Jesucristo, quien fue acusado de ser samaritano por los fariseos. El amor de Cristo no tiene limites. Somos pecadores y tenemos limites. Pero, gracias a Dios, el amor de Cristo nos ayuda y capacita a amar nuestro prójimo.
Así dice San Pablo en nuestra epístola, “¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? ¡En ninguna manera! Porque si se hubiera dado una ley que pudiera vivificar, la justicia verdaderamente habría sido por la ley. Mas la Escritura encerró todo bajo pecado, para que la promesa por la fe de Jesucristo, fuese dada a los que creen.”
Que la paz que sobrepasa todo entendimiento sea con ustedes. Amén.