9 junio, 2025
8 junio, 2025

Cantemos en todas las lenguas

Pastor: ,
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Passage: Génesis 11:1-9, Salmo 143, Hechos 2:1-21, Juan 14:23-31
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Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

En su discurso de despedida a sus discípulos (Juan 13-17), Jesús habla repetidamente del Espíritu Santo. En el Evangelio de hoy (Juan 14:23-31), promete: «Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que les he dicho».

Este versículo es importante por la naturaleza inspirada de los libros del Nuevo Testamento. Cabe destacar que el Espíritu Santo no va más allá de lo que dijo Jesús, el Dios-hombre. Hablar de revelación «adicional» es muy peligroso. Viola este versículo y muchos otros. Hechos 2:1-21 es el cumplimiento de esta promesa. Este derramamiento del Espíritu Santo es el último gran acto de Dios antes del último día del mundo. «En los últimos días —dice Dios—, derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad. Sus hijos e hijas profetizarán, sus jóvenes verán visiones, sus ancianos soñarán sueños» (Hechos 2:17).
Esta profecía se encuentra en Joel 2:28-32.

“Estaban todos reunidos en un mismo lugar” evidentemente apunta a los creyentes mencionados en Hechos 1:12-15, 120 personas, hombres y mujeres, incluyendo a los 12 apóstoles, incluyendo a Matías, y la Virgen María. “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:4). «Había entonces en Jerusalén judíos piadosos, de todas las naciones bajo el cielo» (Hechos 2:5). La Pascua, Pentecostés y la Fiesta de los Tabernáculos (Levítico 23:33-44) eran las grandes festividades judías a las que asistían judíos de todo el Imperio Romano. «Pentecostés» es la palabra griega que significa «quincuagésimo». El día de Pentecostés se llamaba así porque se celebraba cincuenta días depués del primer domingo después de la Pascua (Levítico 23:15). Se conocía como la «Fiesta de las Semanas» (Éxodo 34:22; Deuteronomio 16:10) porque se celebraba siete semanas después de la Pascua y, según la tradición judía, Moisés recibió las tablas de la Ley en el Monte Sinaí siete semanas después de la primera Pascua. También, “el día de las primicias” (Números 28:26; Éxodo 23:16) porque era el día en que se presentaban a Dios las primicias de la cosecha de trigo (Éxodo 34:22) (Éxodo 23:16; Levítico 23:15-21; Deuteronomio 16:9-12).

“Partos y medos, y elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea y en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las partes de Libia que está más allá de Cirene, y romanos extranjeros, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios” (Hechos 2:9-11). Es posible que algunos hayan visitado Jerusalén para el festival, mientras que otros eran residentes, pero todos nacieron en otro lugar. En la asamblea estaban representados tanto judíos como prosélitos: los que pertenecían a la nación judía por nacimiento y los que se habían convertido en prosélitos simplemente por reconocer la verdad de la enseñanza judía o por aceptar formalmente todos los ritos y ceremonias, así como la enseñanza. Incluso los judíos de nacimiento hablaban el idioma del pueblo entre el que vivían, y solo oían hebreo en la lectura de las Escrituras en las sinagogas.

Cuando los discípulos comenzaron a hablar por el poder del Espíritu Santo, cada extranjero escuchó su propia lengua extranjera. Todavía no predicaban, como lo hizo Pedro más tarde, sino tal vez citaron las Escrituras y alabaron a Jesús. ¿Cómo los reconocieron como galileos? Probablemente por su acento, así como se puede identificar a la gente de nuestro país por su acento.

Ahora, comparemos este acontecimiento con nuestra lección del Antiguo Testamento (Génesis 11:1-9). Cien años después del diluvio, los descendientes de Noé estaban todos en un lugar con un propósito común. Pero se unieron en rebelión contra Dios. Porque el Señor había ordenado a Adán y Eva, luego a Noé y su familia, “Sé fecundo y multiplica, llena la tierra”. Pero ellos dijeron: “Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra.” Pero el Señor les quitó la capacidad de hablar un solo idioma. Los diferentes grupos ya no pudieron trabajar juntos y se vieron obligados a dispersarse por toda la tierra.

¿Qué ordenó el Señor a sus discípulos antes de su Ascensión? Les mandó “que no se fuesen de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan a la verdad bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo no muchos días después de estos” (Hechos 1:4-5) Además, “Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo; y me seréis testigos, a la vez, en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).

El milagro de muchas lenguas no fue necesario para la comunicación, pues además del hebreo, se hablaba el arameo en todo el Medio Oriente de esa época, y el griego en todo el resto del mundo mediterráneo. Sin embargo, el milagro de las lenguas le demostraba a cada uno que los escuchaba que Dios quería toda persona escuchara su Palabra, no sólo los que hablaban hebreo. La historia del torre de Babel muestra que la rebelión contra Dios lleva a divisiones entre las personas. Pero, en Pentecostés, el Espíritu Santo capacita la iglesia para supere las barreras idiomáticas con el evangelio de la salvación en Jesucristo.

Por eso, para Traducir las Sagradas Escrituras que todos pudieran leerlas en sus lenguas maternas fue un objetivo primordial de Martín Lutero y los reformadores del Siglo XVI. La época de la Reforma produjo no solo la Biblia alemana de Lutero, sino también la Biblia King James en inglés y la Biblia Reina-Valera en español. Todas estas traducciones no solo permitieron a todos los fieles leer la Palabra de Dios, sino que moldearon la literatura moderna en alemán, inglés y español.

Los textos sagrados del Nuevo Testamento se escribieron originalmente en una forma de griego. Se denomina koiné o griego común, porque no era la lengua elegante de la literatura griega clásica, sino la que se hablaba en las calles y mercados del mundo mediterráneo en el siglo I d. C. Para sus escrituras del Antiguo Testamento, la iglesia primitiva leía la Septuaginta, una traducción griega del texto hebreo realizada en el período intertestamentario.

Sin embargo, con el paso del tiempo, varios factores que favorecieron la asimilación lingüística y cultural, como la unidad política, los viajes y el comercio frecuentes, y el servicio militar hizo que el latín fuera la lengua predominante en todo el Mediterráneo occidental.

A partir del siglo III d. C., surgió una forma hablada del latín, distinta de la lengua de la literatura latina clásica. Se denominaba latín vulgar o común. Qué irónico que, dado que el latín se había convertido en la lengua del pueblo, Jerónimo de Estridón fue comisionado por el obispo de Roma para traducir la Biblia Vulgata. Comenzó en el año 382 y la completó en el 405 d.C. Jerónimo no sólo tradujo el Nuevo Testamento comparando el texto griego con traducciones latinas más antiguas, sino que también dio el audaz paso de traducir el Antiguo Testamento directamente del hebreo en lugar de hacerlo de la Septuaginta. Durante más de mil años, la Vulgata fue la traducción más utilizada de la Biblia. Fue la Biblia publicada en 1455 en la imprenta de tipos móviles de Gutenberg. Por supuesto, fue la invención de la imprenta de Gutenberg lo que hizo que la Biblia alemana de Lutero y otras traducciones estuvieran disponibles a bajo costo en toda Europa durante la Reforma.

También para los reformadores, el propósito principal del culto público es predicar y aplicar la Palabra de Dios, para que los hombres comprendan lo que se dice y sean edificados, amonestados y consolados. La expresión pública carece de valor sin una comprensión clara. La enseñanza de las Confesiones Luteranas se basa firmemente en 1 Corintios 14:1-33, donde San Pablo trata la cuestión de hablar en lenguas desconocidas en el culto público. “Porque el que habla en lengua desconocida, no habla a los hombres, sino a Dios; pues nadie le entiende, aunque en espíritu hable misterios. Mas el que profetiza, habla a los hombres para edificación, y exhortación, y consolación. El que habla en lengua desconocida, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia.” (1 Corintios 14:2-4). Estas palabras suelen entenderse en relación con el habla extática, que se practicaba en muchos cultos mistéricos del mundo antiguo, como entre los pentecostales actuales.

La oración y el canto de la persona que habla en una lengua desconocida pueden ser muy ricos en contenido, aún así, la persona en la audiencia que no conoce su significado no sabrá de qué se trata y, por lo tanto, no podría dar su asentimiento con el familiar “Amén” tomado del culto de la sinagoga, con el cual se expresa como aceptando la oración o doxología como su confesión.

“Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos; pero la profecía, no a los incrédulos, sino a los creyentes. De manera que, si toda la iglesia se reúne en un lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?” (1 Corintios 14:22-23).

La correcta exposición del Evangelio de salvación no solo obra y fortalece la fe, sino que también sirve como señal de la misericordia de Dios y transforma a los incrédulos en creyentes. Por ello, Pablo desaprueba el don de lenguas y su uso en los servicios públicos, porque su ejercicio no cumple el propósito de edificación.

Las primeras liturgias, o ordenes del culto, de la iglesia se celebraban en griego y arameo, las lenguas más comunes del mundo mediterráneo. Sin embargo, algunos pueblos, como los egipcios, los etíopes, los armenios y otros, tenían liturgias en su lengua vernácula. El uso del latín como lengua litúrgica comenzó en Roma en el siglo II. Gradualmente, el latín llegó a predominar en las iglesias del Imperio romano de Occidente. Sin embargo, ya existía una tendencia a la fragmentación. Con el paso de los siglos, el latín vulgar se dividiría en la familia de lenguas romances, que incluye el italiano, el español, el francés, el portugués y el rumano. Comenzaron a aparecer variaciones de la misa en latín.

Gregorio I, obispo de Roma entre el 590 y el 604 d. C., emprendió reformas destinadas a estandarizar la misa y unificar la iglesia, al menos la occidental. Su influencia fue tal que un género musical litúrgico, el canto gregoriano, lleva su nombre. Desafortunadamente, su periodo como obispo romano marcó un hito en el auge del papado. Además, fomentó la invocación de los santos, así como la veneración de sus reliquias e imágenes. Los santos, por supuesto, eran considerados personas dignas de entrar directamente al cielo después de la muerte física, en lugar de tener que purificarse en el purgatorio. Se creía que las oraciones y las buenas obras de los vivos ayudaban a las almas en el purgatorio. Gracias a Gregorio, estas ideas se incorporaron a la misa. Más tarde, en la Edad Media, otras doctrinas falsas contaminarían el culto cristiano, como la misa como sacrificio propiciatorio y buena obra, la transubstanciación y la comunión en una especie para los laicos, y las misas privadas o por los difuntos. Los reformadores luteranos se opusieron a todo esto.

Es importante entender que lo que ahora se llama misa latina en la iglesia de Roma no es la forma original y, de hecho, un orden luterano de la misa latina es anterior a ella. La llamada misa latina es la misa tridentina desarrollada por orden del Concilio de Trento, Italia, convocado de 1545 a 1563, y publicada en 1570. La misa tridentina fuera la norma en la iglesia romana desde 1570 hasta 1962.

En 1523, Martín Lutero publicó su Fórmula Missae o misa en latín. Lutero llevaba varios años escribiendo contra los errores de la misa romana. Su crítica a las ceremonias existentes no provenía de la indiferencia hacia las formas litúrgicas, sino de un deseo pastoral para las conciencias agobiadas por el exceso. Consideraba las formas indispensables, pues los dones del Espíritu Santo, la Palabra y el sacramento, no pueden administrarse sin ceremonias externas. Lutero creía que, a menos que Dios proveyera una liturgia mejor, la Iglesia debía apegarse lo más posible a las liturgias de su pasado, permaneciendo fiel a las Escrituras. El culto puede y debe expresar cierta continuidad con la Iglesia del pasado, ya que el Evangelio nunca se había desvanecido por completo de ella.

Lutero quería que el pueblo alemán dominara el latín, entre otros idiomas. Abogó por que la población alemana aprendiera y comprendiera las Escrituras en tantos idiomas como fuera posible, creyendo que esto les permitiría difundir la palabra de Dios a quienes fueran. Sin embargo, Lutero creía que podría comunicar mejor sus principios teológicos al público alemán adaptando la versificación natural del texto alemán a melodías explícitamente alemanas. Así, en 1526, Lutero publicó su Deutsche Messe o misa alemana. Se conservó algunos elementos de la misa tradicional, en concreto los himnos latinos estándar. Los himnos latinos que Lutero decidió conservar fueron elegidos estratégicamente para no reducir la inteligibilidad de la misa para el público alemán en general. Estos himnos se basaban en cantos llanos católicos bien conocidos. Dado que el texto y las melodías en latín de estos himnos habían sido estándar en las misas tradicionales, la mayoría de los alemanes que asistieron a la misa de Lutero ya estaban familiarizados con las partes en latín.

Sin embargo, la misa alemana de Lutero es bien conocida como la fuente del coro luterano Generalmente el término música coral señala que hay dos o más cantantes por cada voz mientras que el término canción se usa para la música vocal con un solo cantante por cada parte. A partir del siglo XVI se empezó a usar el término coral para referirse al himno eclesiástico de la iglesia luterana. Es un canto sacro adoptado por Lutero para ser cantado por la congregación. La melodía es armonizada generalmente de manera sencilla a cuatro partes. Esta melodía es utilizada como canto principal o cantus firmus en la voz superior. El texto se canta en lengua vernácula, no en latín. La melodía puede ser nueva o estar basada en cantos conocidos y es armonizada de manera que los fieles puedan participar. El compositor más conocido por hacer uso de corales alemanes es sin duda Johann Sebastian Bach, quien, sin embargo, compuso muy pocas melodías con este fin; en realidad Bach hizo armonizaciones de melodías preexistentes, por ejemplo de Lutero, algunas de las cuales incluyó en sus célebres pasiones, en sus cantatas y en sus motetes.

Lutero imaginó que el coral funcionaría como lo hacían los salmos bíblicos para el pueblo hebreo. Los primeros corales de Lutero simplemente reelaboraban varios salmos. Por ejemplo, quizás su más famoso, «Ein Feste Burg ist unser Gott» («Castillo Fuerte»), es una versión del Salmo 46. Lutero empleó los antiguos cantos salmistas y las melodías gregorianas de la iglesia medieval en la composición de los primeros corales, incluyendo los de la Deutsche Messe. Su dominio del alemán le permitió reproducir poesía y prosa hebreas con ritmo y rima alemanes. Estos textos rimados, sencillos pero doctrinalmente ricos, estaban destinados a facilitar la memorización de un laicado teológicamente empobrecido.

En la Europa del siglo XVI, no solo el clero, sino todas las clases cultas entendían el latín y apreciaban la belleza de la lengua. Incluso hoy, el latín forma parte del vocabulario de muchos profesionales, como científicos, médicos y abogados. Entonces, También, la Apología de la Confesión del Augsburgo, Artículo XXIV dice así: “Nuestros adversarios se explayan sobre el uso de la lengua latina en la misa, y hacen resaltar con palabras hermosas pero ineptas lo mucho que aprovecha al oyente indocto, si oye siguiendo la fe de la iglesia, una misa que no entiende. Es evidente que imaginan que el mero acto de oír ya es un culto, que aprovecha aunque falta el entendimiento. No queremos hacer comentarios odiosos al respecto, sino que dejamos estas cosas al juicio del lector. Tan sólo las mencionamos para advertirle de paso que también entre nosotros se conservan lecciones y oraciones en latín. Pero como las ceremonias deben observarse tanto para que los hombres aprendan la Escritura, como para que, avisados por la palabra de Dios lleguen a tener fe y temor, y oren también – pues éstos son los fines de las ceremonias – conservamos la lengua latina a causa de los que aprenden y entienden el latín, y entremezclamos himnos en alemán para que también el pueblo cristiano en general tenga algo en que instruirse, y algo que despierta su fe y temor de Dios. Esta costumbre siempre existió en las iglesias. Pues aunque la frecuencia con que se usaban himnos en alemán era mayor en unas iglesias y menor en otras, sin embargo, el pueblo cantaba en casi todas partes algo en su propia lengua. Pero en ninguna parte está escrito o indicado que aprovecha a los hombres el mero acto de oír lecciones no entendidas o que las ceremonias les son provechosas no porque enseñen o amonesten, sino ex opere operato, por el simple hecho de que se celebran en esta forma, porque se las tiene a la vista.”

Pero a medida que el estudio de la literatura latina clásica, así como de la Biblia en latín, fue abandonado incluso por la gente culta, los himnos latinos desaparecieron gradualmente del culto luterano. Sin embargo, nuestras iglesias luteranas todavía persiguen estos dos objetivos: proclamar el Evangelio en un idioma que la mayoría de la población entienda, y al mismo tiempo permitir que todos no sólo escuchen sino también canten la Palabra de Dios en su lengua materna.

Por eso tenemos este nuevo himnario desarrollado durante 14 años por iglesias luteranas en Latinoamérica y el Caribe. Un himnario nos proporciona la poesía de la fe. Aquí la Palabra de Dios y sus enseñanzas aparecen como verso ligado con la melodía, penetrando en el corazón y deleitando el alma. Muchos antes de que los niños hayan aprendido a leer, han cantando. Y a medida que los ancianos se acercan a sus años crepusculares, las melodías y los textos de la iglesia todavía recuerdan.

Así que demos gracias por esta obra del Espíritu Santo, que comenzó en aquel primer día de Pentecostés cristiano y continúa hasta hoy. El Espíritu Santo trabaja a través de la iglesia para traducir la Biblia y componer himnos en todos los idiomas. Esperamos que un día, como lo previó San Juan en su visión en la isla de Patmos, podamos estar ante el trono de Dios y cantar sus alabanzas con santos de “todas naciones y tribus y pueblos y lenguas” (Apocalipsis 7:9). Amén.

 

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