12 marzo, 2025
19 enero, 2025

Agua al vino, vino a la sangre

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Passage: Amos 9:9-15, Salmo 111, Efesios 5:22-33, Juan 2:1-11
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Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

El primer milagro de Moisés consistió en convertir el agua en sangre (Éxodo 7:20) para mostrar la justicia de Dios. El milagro o señal que hizo Jesús en Caná (Juan 2:1-12), el agua convertido en vino, prefigura la presencia de la sangre de Cristo, derramada en la cruz, en, con y bajo el vino en la Santa Cena, para mostrar su misericordia

Juan utiliza la palabra señal diecisiete veces en su evangelio. Se aplica casi exclusivamente a la persona de Jesús en el sentido del testimonio más fuerte y tangible de la divinidad de Jesús, siempre indicando un milagro visto como una prueba de la autoridad y majestad divinas. Por lo tanto, desvía la atención del espectador del acto en sí y la dirige hacia el hacedor divino.

Por eso Jesús le dice a su madre: “Aún no ha llegado mi hora”. Su discurso es de respeto, pues la palabra “mujer” se usaba para dirigirse a reinas y personas distinguidas. Pero sus palabras son de una forma de reprensión. Son una expresión hebrea común, que aparece a menudo en el Antiguo Testamento, como Jueces 11:12. La realización de milagros era un asunto del oficio mesiánico de Cristo. La hora del Señor para revelar su gloria, todavía no había llegado. La manifestación de su poder estaba completamente en sus propias manos, sin importar la forma, la manera y el momento que Él eligiera para ayudar. María entendió correctamente a su Hijo; encontró consuelo en la palabra “aún no”. No se resintió por la reprensión, sino que la aceptó mansamente. Estaba segura de que su respuesta no era toda una negativa. Y por lo tanto, se acercó a los sirvientes cerca de la entrada, que ahora estaban sirviendo en las mesas, y les dijo que hicieran lo que el Señor eligiera decirles.

El evangelista nos presenta una fiesta de bodas. Este matrimonio se celebró en Caná, un pequeño pueblo a unas pocas millas al norte o noreste de Nazaret, en el camino al Mar de Galilea. Se distingue de otro Caná, situado en Judea. La presencia de Cristo, con su madre y discípulos, en una fiesta de bodas, y el hecho de que allí realice su primer milagro, es una condena silenciosa del ascetismo monacal y un reconocimiento de la relación matrimonial como honorable y santa. El cristianismo no es una huida del mundo, ni una aniquilación del orden de la naturaleza, sino su santificación; no es tristeza de espíritu, sino alegría y regocijo.

En la tradición judía, el matrimonio era visto como una relación de pacto, que reflejaba el pacto de Dios con su pueblo. En el Nuevo Testamento, se utiliza para describir tanto la unión literal entre un hombre y una mujer como la unión metafórica entre Cristo y la iglesia. El matrimonio es una institución divina y agrada al Señor; está en total acuerdo con su designio y voluntad que las personas entren en este estado sagrado de una manera apropiada y con un entendimiento pleno de sus derechos y privilegios, así como de sus deberes. Por lo tanto, también es un estado que ejercita la fe en Dios y el amor hacia nuestro prójimo.

En la epístola de hoy (Efesios 5:22-33), San Pablo les dice a las esposas que se sometan a sus esposos, pero instruye a los esposos a amar a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella. Él no está sujetando a todas las mujeres a todos los hombres, sino a todas las esposas a sus propios esposos. Este no es un texto sobre la inferioridad de las mujeres con respecto a los hombres; es un texto sobre la relación matrimonial cristiana. La relación entre el esposo y la esposa y Cristo y la Iglesia no son iguales en todos los aspectos. Solo Cristo es el Salvador del cuerpo, es decir, la Iglesia. El esposo no es el salvador de la esposa. Solo tres versículos, 22-24, están dedicados a las esposas. Pero siete versículos, 25-31, están dedicados a los esposos. El amor descrito es uno que hace que sea un deleite para la esposa someterse a un esposo amoroso. El amor de Cristo por la Iglesia causa la autosumisión de la Iglesia a Cristo. De la misma manera, el amor del esposo por su esposa hace que ella se someta a él. La carga más pesada recae sobre ellos. Deben tomar la iniciativa, como Cristo tomó la iniciativa, debido a la unidad que Dios ha formado entre un hombre y su esposa, que representa la unión entre Cristo y los creyentes, y es algo así como la unión entre el alma y el cuerpo.

De toda moda, el matrimonio y la familia es una bendición de Dios, especialmente con el don de la fe salvadora en Cristo. En la profecía mesiánica de Amós 9:9-15, el vino también es llamado bendición. Amós describe la casa real de David como caída en un estado débil y decrépito. Sin embargo, el Señor promete restaurar su fortuna por el pacto hecho con David. Este restablecimiento del linaje de David encuentra su cumplimiento en el advenimiento de Jesús, el Mesías y Hijo de David.

El reino mesiánico se describe como una tierra de cosechas abundantes, incluidas las uvas. Tan fructífera sería la tierra que el grano maduro sería cortado mientras el labrador todavía estaba preparando el suelo para la semilla, y la cosecha de uvas sería tan abundante que se necesitaría hasta el tiempo de la siembra para pisar las uvas. Ciudades y países devastados por el pecado, la incredulidad y el vicio son reconstruidos mediante la predicación de la Palabra de Dios, como lo atestiguan 2.000 años de historia de la Iglesia. Se sembrará la tierra, se cosechará, se traerán conversos a la Iglesia y se expandirá el reino de Dios hasta que el Señor regrese en gloria. Se establecerán hogares cristianos y las congregaciones locales se reunirán en torno a la Palabra y los sacramentos.

No hay en las Sagradas Escrituras ningún mandato directo o implícito que prohíba el consumo de alcohol, salvo en casos específicos. Cristo mismo bebió del “fruto de la vid” (Mateo 26:29), y al instituir su Cena, adjuntó su palabra de promesa al contenido de la copa, que era vino. El apóstol Pablo animó al joven pastor Timoteo a beber “un poco de vino” (1 Timoteo 5:23) para tratar algunas de sus dolencias físicas. Sin embargo, encontramos advertencias y prohibiciones en cuanto a emborracharse. Tal vez el más claro de estos pasajes sea Efesios 5:18, que dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. Si bien este versículo no prohíbe el consumo de vino, sí prohíbe emborracharse con vino. La intoxicación hace que desaparezca el discernimiento moral. Esto, a su vez, a menudo conduce a otros pecados de la carne: inmoralidad sexual, celos, ataques de ira, discordia marital y otras cosas similares.

La Fórmula de la Concordia (Declaración Sólida, Artículo VIII:660.78.79) dice lo siguiente con respecto a Efesios 5:30 y la Santa Cena: Cristo está presente no sólo según su deidad, sino también según y con su naturaleza humana asumida, según la cual él es nuestro hermano y nosotros carne de su carne y hueso de su hueso. En Génesis, Adán dice de Eva que ella es hueso de mis huesos y carne de mi carne. En Efesios 5, el apóstol reafirma nuevamente el matrimonio como institución de Dios al comparar la relación de Cristo con la Iglesia con la del hombre y la mujer. Y la esencia de la comunión de los santos es la comunión de la Santa Cena.

Señor Dios, que en el Edén instituiste el matrimonio: Preserva en nuestra nación su santidad a fin de que los cónyuges se honren y sean fieles el uno al otro para que sean enriquecidos por tu bendición. También haz que tu Iglesia sea una y llénala con tu Espíritu, de modo que tu poder puede unir al mundo en su fraternidad sagrada. Amén.

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