22 noviembre, 2024
25 agosto, 2024

La herencia de la gracia

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Passage: 2 Crónicas 28:8-15, Salmo 32, Gálatas 3:15-22, Lucas 10:23-37
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Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

Delante del monte Sinaí, Dios hizo un pacto con los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. Toda la Ley de Moisés no era sólo la ley moral, establecida en los 10 Mandamientos, sino un conjunto completo de reglas y normas para todos los aspectos de la vida. Si los antiguos esclavos y refugiados de Egipto seguían estas reglas, Dios haría de ellos una gran nación. En nuestra epístola de hoy, San Pablo dice que esta ley no fue la base de la promesa de Dios a Abraham. El Señor le prometió a Abraham que no sólo sería el padre de una gran nación, sino que también de su linaje nacería el Salvador de todas las naciones prometido a Adán y Eva en Génesis 3:15. Siempre que Dios habla del Mesías, lo hace en singular. En este único descendiente de Abraham, en Jesús de Nazaret, son benditas todas las naciones.

En efecto, como argumenta el apóstol: Si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero a Abraham Dios se la concedió gratuitamente por la promesa. Si la herencia espiritual, la gracia y la misericordia de Dios, se obtuvieran realmente por medio de la observancia de la ley, entonces la promesa ya no estaría en vigor, pues es obvio que las dos no pueden estar en vigor al mismo tiempo, que la herencia es un don gratuito y que todavía estamos obligados a ganarla por obras. Pero ahora la herencia era un regalo a Abraham por la promesa, por el testamento de Dios; por lo tanto, la otra suposición en cuanto a la obtención de sus bendiciones por obras no puede sostenerse.

Sin embargo, la promesa de Dios a Abraham no invalida la Ley de Moisés, ni la Ley invalida la promesa. A medida que los hijos de Israel fueron creciendo en número, fueron perdiendo gradualmente de vista la gran profecía de su herencia espiritual; se hicieron culpables de diversas transgresiones a la voluntad de Dios; corrieron el peligro de perder el tesoro que les había sido confiado. Por eso Dios les dio la Ley para mostrarles sus transgresiones, para mantener viva en ellos la conciencia del pecado, para hacerles sentir la necesidad de un Salvador en todo tiempo.

Entonces, Pablo ha mostrado el carácter secundario de la Ley. Por tanto, el propósito de la Ley de preparar el camino para la acción del Evangelio puede ahora realizarse.

En nuestro evangelio para hoy (Lucas 10:23-37), el intérprete de la ley citó correctamente Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18 para resumir la Biblia como lo hizo Jesús en Mateo 22:35-40, pero este abogado no sabía lo que realmente significaban las palabras, aunque se le consideraba un experto. Su respuesta era correcta, pero su pregunta demostró que su actitud era incorrecta.

El objetivo de la parábola del Buen Samaritano es mostrar que la Ley, simbolizada por el sacerdote y el levita, no puede salvar al hombre que fue dejado por muerto. El hombre no podía salvarse a sí mismo. Pero es salvado por el samaritano, que representa a Cristo, a quien los fariseos acusaban de ser samaritano. La promesa de Dios de un Salvador se cumplió en Jesús, no sólo para los judíos, sino para todas las naciones.

En tiempos de Jesús, Samaria era el nombre que se daba a una región central delimitada por Judea al sur y por Galilea al norte. Samaria se extendía unos 65 kilómetros de norte a sur y 56 kilómetros de este a oeste. Hoy día, este territoria se llama Cisjordania que es, junto con la Franja de Gaza, una de las dos regiones que conforman el Estado de Palestina.Todavía quedan samaritanos, pero muy pocos. En 2024, la comunidad samaritana cuenta con unas 900 personas, repartidas entre el estado moderno de Israel y Cisjordania. Pero ahora hay odio y guerra entre Israel y los palestinos, que son árabes.

Después del reinado del rey Salomón, se desató una guerra civil entre el descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. El antiguo reino se dividió en el reino del norte de Israel y el reino del sur de Judea. Jerusalén, donde se encontraba el Templo de Salomón y la capital del reino unido, siguió siendo la capital de Judea. La ciudad de Samaria se convirtió en la capital del reino del norte. Aunque este reino era a menudo más fuerte que Judá y disfrutaba de un mayor desarrollo económico, fue aplastado por Asiria en el año 722 a. C. y gran parte de su población fue llevada al cautiverio.

Los eventos de nuestra lectura del Antiguo Testamento (2 Crónicas 28:8-15) ocurrieron antes de la caída del reino del norte. Los resultados por la invasión de Israel y Siria, resumidos en un versículo en 2 Reyes 16:5, aquí se describen en forma más completa. Cuando Siria e Israel invadieron a Judá y tomaron numerosos prisioneros, el Señor avergüenza a los israelitas por maltratar los rehenes del sur. Maltratar a los propios, como lo hizo Israel es doblemente vergonzoso. Eliseo también pidió la liberación de los prisionero de guerra (2 Reyes 6:20-23). La voluntad de Dios es para paz y misericordia.

Alrededor del año 587 a. C., el reino del sur fue conquistado por el Imperio Babilónico y llevado al cautiverio después de la destrucción de Jerusalén y el Templo. Pero, por la gracia de Dios, los judíos pudieron regresar y reconstruir Jerusalén y el Templo 70 años después. Según los libros de Esdras y Nehemías, esta obra fue impedido por los samaritanos, habitantes de la región en donde se encuentró la ciudad de Samaria. Según su tradición, los samaritanos descendían de los israelitas que no fueron llevados por los asirios.

A partir de aquel día, los judíos odiaban a los samaritanos y los consideraban paganos. Una parábola en la que un samaritano mostrara misericordia y amor desinteresado a un judío sería lo más excepcional y haría que el judío reflexionara. El samaritano no sólo rescató a la víctima, sino que incluso lo llevó a una posada, lo cuidó y se ocupó de su futuro inmediato.

Los no regenerados están bajo la condenación de la Ley, son culpables de sus pecados y están en el poder de ellos, están en el poder del diablo y se encaminan a la condenación eterna. En una palabra, son ciegos, muertos y enemigos de Dios. Pero se sienten libres de elegir lo que quieren o no quieren en la Ley de Dios. Como el abogado, eligen a sus vecinos, simpatizan con algunos y odian a otros, pero en ningún caso los aman como se aman a sí mismos.

Por otra parte, los regenerados están libres de la condenación de la Ley, de la culpa y el poder del pecado, y del poder del diablo y de la muerte. En una palabra, tienen la libertad cristiana. Pero, por la fe, están inmediatamente obligados al tercer uso de la Ley: amar a su prójimo como a sí mismos. Como el Buen Samaritano, muestran misericordia a los necesitados y miserables, sin importar quiénes sean.

Por lot tanto, cuando Jesús dijo: “Haz esto y vivirás”, quiso decir: “Confía en el Señor para tu salvación y demuestra tu fe con tus obras”.

Dios y Padre nuestro, que has prometido que los reinos de este mundo vendrán a ser el reino de tu Hijo: Purifica a las naciones del error y la corrupción; destruye el poder del pecado y establece el reino de la gracia en todos los pueblos de la tierra. Amén.

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