23 noviembre, 2024
7 julio, 2024

La ley que hace sabio el sencillo

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Passage: Salmo 19, Éxodo 20:1-17, Romanos 6:1-11, Mateo 5:20-26
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¡Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo!

El tema de nuestro salmo para hoy (Salmo 19) es la revelación de Dios como Creador del cielo y la tierra, como confesamos en el primer artículo del credo, también Él que estableció el orden de la creación, la ley moral en particular. En la primera parte del salmo, se habla de la revelación de Dios en la naturaleza; no sólo al pueblo Israel sino a todas las naciones. Se uso aquí el nombre universal de Dios, Elohim, que se emplea en Génesis 1 en el relato de la creación que tiene que ver con todo el género humano y no solamente con el pueblo escogido. Esta revelación general indica la existencia del Creador y su diseño de vivir para toda la humanidad. La revelación de Dios en la naturaleza tiene la intención de conducir cada ser humano a adorar y glorificar al Creador y no a las criaturas.

Lamentable, la mayoría del género humano ha ignorado, o interpretado erróneamente la revelación de Dios en la naturaleza. Por eso, fue necesario que Dios otorgase a los hombres una revelación especial, revelación que les hizo llegar por medio de los profetas. Entonces, en la segunda parte de Salmo 19, se emplea siete veces el nombre especial que Dios reveló al pueblo Israel, Jehová.

“La ley de Jehová es perfecta, convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegrán el corazón; El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; Los juicios de Jehová son verdad, todos justos.” Y finalmente, “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón, delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío.”

Los dos tablas de piedra que recibió Moisés en el monte Sinaí son llamadas “tablas del testimonio” en Éxodo 31:18 y 32:15. Además, Éxodo 34:28 dice que lo que fue escrito en estas tablas fueron “las palabras del pacto, los diez mandamientos”.

Se encuentran estas palabras del pacto en nuestra lectura para hoy (Éxodo 20:1-17) y otra vez en Deuteronomio 5:1-21. No hay enumeración de los diez mandamientos en este texto. Algunas iglesias evangélicas dividen el versículo tres, el cuatro y el cinco en el primer y segundo mandamiento, y cuentan el versículo diecisiete como un solo mandamiento. Usamos la enumeración en el Catecismo Menor de Lutero porque es muy útil. El versículo cinco, no te hagas imágenes, es parte del mandamiento, no tengas otros dioses delante de mí. Todo es cuestión de idolatría. La primera parte del versículo diecisiete se refiere a codiciar la propiedad del prójimo, mientras que la segunda parte se refiere a la esposa, los hijos, los sirvientes y el ganado, todos los seres vivientes que tienen lealtad al prójimo. En este esquema, los primeros tres mandamientos pueden resumirse como: Ama al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Los últimos siete entonces pueden resumirse en amar a tu prójimo como a ti mismo. Esta es la ley universal por la cual Dios quiere que vivan todas las personas. En el amor se cumple perfectamente la ley (Romanos 13:10).

Sin embargo, tenemos un gran problema. Como confesamos cada domingo, ninguno de nosotros hemos amada a Dios como merece, tampoco hemos amado a nuestro prójimo como nosotros mismos. Somos culpables de pecados actuales, cuales son todas las acciones en contra de la ley de Dios en deseos, pensamientos, palabras y obras. También el pecado original nos culpa y condena en los ojos de Dios. El pecado originales la corrupción total de toda la naturaleza humana, y lo hemos heredado de Adán y Eva por medio de nuestros padres. Lo que esto significa es que no podemos salvarnos por nuestras propias buenas obras. Nuestra propia justicia no cuenta como nada, porque sólo aquellos que han cumplido perfectamente la ley de Dios pueden presentarse ante Él justificados por las obras.

Nuestro Señor nos dice esto en la lectura del Evangelio de hoy, Mateo 6:20-26. Sus enemigos, los fariseos y los escribas, pensaban que habían cumplido la ley de Dios al hacer buenas obras en público y no actuar según sus deseos egoístas privados. Pero, las buenas obras son una abominación para Dios si se ofrecen con un corazón pecaminoso.

Pero un hombre ha cumplido perfectamente la ley de Dios. No sólo vivió una vida sin pecado, sino que con su muerte en la cruz pagó toda la deuda de nuestro pecado, original y actual.¿Albergamos ira en nuestros corazones? ¿Nos negamos a reconciliarnos con nuestro hermano? Confesemos nuestros pecados a Dios. Acudamos a Jesús que nos perdona nuestros pecados.

Esta justificación por fe no conduce a la indulgencia del pecado. En nuestra epístola (Romanos 6:1-11) el apóstol Pablo ha concluido su exposición de la doctrina de la justificación, destacando, a lo largo del argumento, que la salvación es plena y gratuita. Ahora se siente obligado a enfrentar la objeción más común, más plausible y, sin embargo, más infundada a la doctrina de la justificación por la fe, a saber, que permite a los hombres vivir en pecado, continuar haciendo el mal, para que la gracia abunde. Esta conclusión siempre ha sido avanzada por los enemigos de Cristo, desde el primer período de la iglesia hasta los tiempos más recientes; el argumento de que la doctrina de la justificación por gracia mediante la fe fomentó el pecado y socavó la verdadera moralidad. Pero Pablo rechaza con horror la misma insinuación: ¡De ninguna manera! Sólo quien no sabe nada de la gracia hablará y argumentará así. Cualquiera que tenga la más mínima idea de la gloria y la belleza de la gracia siempre odiará y aborrecerá el pecado y mostrará su aprecio por la misericordia de Dios en toda su vida. ¿Cómo deberíamos, cómo podríamos nosotros, que estamos muertos al pecado, vivir más en él? Debido a que los creyentes han probado las riquezas de la misericordia de Dios, porque han muerto al pecado, han renunciado a toda comunión con el pecado, por lo tanto ya no pueden vivir en pecado. La muerte y la vida son opuestas, se excluyen mutuamente. Definitivamente le dimos la espalda al pecado cuando recibimos a Cristo como nuestro Salvador.

Por lo tanto, es una contradicción decir que la libre justificación es una licencia para pecar. El mismo hecho de que hayamos muerto al pecado y, por lo tanto, estemos libres del pecado, ya no bajo su dominio y poder, debe resultar en que odiemos el pecado y evitemos toda transgresión de la santa voluntad de Dios. Dios nos liberó de la esclavitud del pecado, y este hecho es el fundamento de la santificación cristiana. El estado de un cristiano es un estado de libertad del pecado.

La salvación de Cristo es nuestra salvación, porque fuimos bautizados en su muerte. Al tomar sobre Él nuestros pecados y pagar el precio total por ellos con su sufrimiento y muerte, Cristo nos ha librado no sólo de la culpa y el castigo, sino también del poder del pecado. Y como hemos llegado a ser propiedad de Cristo por el bautismo y hemos sido bautizados en su muerte, somos liberados del poder de la muerte; su autoridad y soberanía sobre nosotros ha llegado a su fin.

Sin el arrepentimiento del pecado y la luz de Cristo en el corazón, la ley es una gran carga que no queremos soportar, no condena y produce ira contra Dios. Pero si hemos recibido la nueva vida en Cristo, ya no obedecemos la ley por temor al castigo. Más bien, debido a que Dios nos ha amado sin medida, hacer su voluntad es nuestro gozo. La ley nos proporciona una guía hacia este fin. Permanezcamos en Él por la fe para que podamos producir mucho fruto para glorificar a nuestro Padre celestial y beneficiar a nuestro prójimo en la tierra. Estos hechos no nos salvan pero prueban que tenemos fe en nuestro Señor Jesús.

Este propósito da forma a la práctica de la educación cristiana. Buscamos no sólo la formación de valores que preparen a los niños para ser buenos ciudadanos, sino llevarlos a la comprensión de la justicia y la misericordia de Dios. Nuestro Señor dijo: “Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 19:13-15), y también “el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. ” (Lucas 18:15-17).

Por supuesto, esto no significa que un adulto no pueda llegar a la fe, sino que ya sea niño o adulto, debemos confiar en las promesas de Dios como los pequeños confían en la palabra de sus padres terrenales. Esta fe crece mejor desde los primeros años de vida hasta que uno puede transmitirla a sus hijos. De esta manera todos podemos afrontar las pruebas de la vida con la paz que el mundo no puede dar, la paz que sobrepasa todo entendimiento. Amén.

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