Escucha su Palabra y voz
Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
El tema de todo el capítulo 16 del evangelio según San Lucas es las posibilidades y los peligros de las riquezas. Nuestro Señor habla de las posibilidades para usar las posesiones materiales con prudencia a sus discípulos, y de los peligros de las riquezas a los fariseos, amantes del dinero. El patrón para los discípulos es la mayordomía de los recursos que Dios los ha dado para el bienestar de todos.
Por eso, esta parábola no enseña que las riquezas en si mismas sean malas y lleven al individuo al infierno. Esta parábola tampoco dice que la pobreza, la miseria y la aflicción en si mismas conducen a la vida eterna. Más bien, establece una comparación entre el creyente que sufre pero se humilde y fiel, Lázaro, y el incrédulo egoísta e impenitente.
Mire nuestra lección del Antiguo Testamento. Hay mucho que considerar en Deuteronomio 6:4-13. Primero, es un credo. Los judíos usaron este versículo para confesar su fe en un solo Dios verdadero. Y encontramos lo que Jesús dijo que era el primer y mayor mandamiento.
Pero leamos de nuevo los versículos 10-12. “Y será, cuando Jehová tu Dios te hubiere introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac, y Jacob, que te daría; en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de todo bien, que tú no llenaste, y cisternas cavadas, que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste; luego que comieres y te saciares, guárdate que no te olvides de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.”
Si amamos a Dios sobre todas las cosas, entonces confiaremos en Dios sobre todas las cosas. El peligro espiritual no es la cantidad de nuestras bendiciones materiales, sino la tentación de olvidar la fuente de nuestras bendiciones. Todo lo que tenemos no es por nuestros propios méritos sino por el amor y la gracia de Dios.
El hombre rico en su corazón no había lugar para el amor a Dios o a los hombres. Se mostró ciego ante la miseria de su prójimo al cual Dios había puesto a la puerta de su casa. También se mostró sordo a la voz de Dios expresada en Moisés y los profetas. No sólo Deuteronomio 6:5, que dice amarás a Dios, también Levítico 19:18, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Levítico 19:11-18 trata de esos tipos de abuso e injusticia que no pueden ser tratados en un tribunal de justicia, sino que solo pueden ser juzgados por Dios. Estos versos prohíben el odio en el corazón y el fomento de rencores y deseos de venganza que son fruto del odio.
Toda la parábola es una advertencia a los oyentes de Jesús para que escuchen la Palabra de Dios, la única que puede hacer que una persona se arrepienta y obtenga la vida eterna. El único propósito de los versículos 27-31 es simplemente que una persona debe escuchar la Palabra de Dios para que pueda vivir en constante arrepentimiento, antes de que sea demasiado tarde.
El nombre Lázaro se encuentra también en Juan 11:1-44, la historia de la revivificación de Lázaro, el hermano de María y Marta de Betania. Lázaro es un diminutivo de Eleazar y significa: Aquel a quien Dios ayuda. Hay otra conexión con nuestro evangelio para hoy.
“Entonces él dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, para que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; mas si alguno va a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos.”
Esta es la verdad, porque la restauración a la vida del Lázaro solo profundizó la enemistad de los incrédulos, Juan 11:45-54. Esta incredulidad consiste en rechazar deliberadamente la divinidad de Jesús que se pone de manifiesto en la señal de Lázaro. No pueden negar el testimonio de tantos testigos, pero se niegan a seguir a Jesús por temor a las consecuencias políticas, económicas y sociales. Por lo tanto, después de su resurrección, Jesús no se mostró a ningún incrédulo. Sólo la Palabra, en Pentecostés, pudo convertir.
Por medio de esta Palabra, “nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros”, como dice San Juan en nuestra epístola (1 Juan 4:16-21). Además, “En esto es perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como Él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor; mas el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor conlleva castigo. Y el que teme no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero.”
El amor de Dios en Cristo obra en nosotros día tras día, ganando siempre en poder y fervor, dando siempre mayor fuerza a nuestra fe. Por la fe somos partícipes de la gloria, de la vida, de la salvación que Cristo ha ganado para nosotros. Todo cristiano que sabe en la fe que Dios lo ama no teme la ira y la condenación, ya que sabe que todos sus pecados son perdonados por amor a Jesucristo. En esto tenemos la paz que sobrepasa todo entendimiento. Amén.