23 noviembre, 2024

Y mandó José a sus siervos los médicos que embalsamasen a su padre; y los médicos embalsamaron a Israel. Génesis 50:1-2

Hicieron, pues, sus hijos con él, según les había mandado: Pues lo llevaron sus hijos a la tierra de Canaán, y le sepultaron en la cueva del campo de Macpela, la que había comprado Abraham con el mismo campo, para heredad de sepultura, de Efrón el heteo, delante de Mamre. Génesis 50:12-13

Y José dijo a sus hermanos: Yo moriré; mas Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac, y a Jacob. Y José tomó juramento de los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos. Y murió José de edad de ciento diez años; y lo embalsamaron, y fue puesto en un ataúd en Egipto. Génesis 50:24-26

La tumba de José
La tumba de José, hijo de Jacob, en Siquén.

Los egipcios antiguos desarrollaron el arte de embalsamamiento al nivel alto. La costumbre de momificación, descrito por Herodoto, el historiador griego, incluía remover los órganos y llenar la cavidad con una mezcla de sal, especias y hierbas para evitar la descomposición. Todo el cuerpo fue tratado con salitre durante siete días, luego se lavó con vino de palma. Luego se embadurnaba con brea o gomas, se envolvía en muchas capas de tela blanca y se guardaba en su ataúd. Resultó en momias preservados hasta hoy en día, semejante a las personas dormidas. Hay películas de terror sobre la despierta de una de estas momias. Pero no hay películas sobre las momias bíblicas de la patriarca, Jacob, y su hijo, José.

Jacob insiste en que lo sepulten en Canaán, su patria. José ordenó a los médicos que embalsamaran a su padre porque para el viaje a Canaán era necesario la preservación de sus restos. Por causa de su papel en el gobierno de Egipto, el Faraón dio permiso a José a viajar a la Tierra Prometida inmediatamente después de la muerte de su padre para el entierro.

José también fue momificado después de su muerte. Como visir de Egipto fue sepultado allí inicialmente. Pero, cuando los israelitas salieron de Egipto bajo el liderazgo de Moisés, llevaron la momia de José en su peregrinaje a la Tierra Prometida (Éxodo 13:19) y le enterró en el campo de Siquén (Josué 24:32).

Jacob y José son los únicos ejemplos de embalsamamiento registrados en la Biblia. En general, los israelitas no practicaron el embalsamamiento, ni la cremación, aunque no hay prohibición definitiva contra ambas prácticas en la Ley de Moisés. En el caso de cremación, una excepción notable se encuentra en la historia de la muerte del rey Saúl y sus hijos en 1 Samuel 31. Saúl y sus hijos murieron en su última batalla con los filisteos. Cuando los filisteos descubrieron los cuerpos, cortaron la cabeza de Saúl y colgaron los cuerpos de Saúl y sus hijos de la muralla de la ciudad de Betsán. Luego los guerreros de Jabes de Galaad rescataron los cuerpos y los quemaron, por causa de la descomposición, y enterraron sus huesos.

Normalmente, la costumbre funeraria de los judíos era la que se encuentra en la historia de la crucifixión y muerte de Jesucristo. “Y vino también Nicodemo, el que antes había venido a Jesús de noche, trayendo un compuesto de mirra y de áloe, como cien libras. Y tomaron el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias, como es costumbre de los judíos sepultar” (Juan 19:39-40). En el caso de Jesús, la Ley de Moisés no se permitía enterrar un cuerpo que pasa la noche sobre el madero (Deuteronomio 21:23). También, el cuerpo de Jesús tenía que enterrado antes de sábado, el día de reposo. Porque su sepelio fue apresurado, las mujeres regresaron para acabar el ungimiento del cuerpo con especias (Marcos 16:1; Lucas 24:1).

Aún si el cuerpo fue quemado, los huesos fueron enterrados. Los creyentes del Antiguo Testamento y luego los cristianos practicaron en el enterramiento en la tierra por dar testimonio de su confianza en la resurrección del cuerpo. Confesamos en el Credo Niceno que Dios es el Creador de todo lo visible e visible, es decir, el mundo material y espiritual. Las Escrituras no desprecia el cuerpo humano ni la creación material como los filósofos griegos y las religiones orientales. Para ellos, la salvación consiste en librarse de la carne para subir el mundo espiritual.

Históricamente, en los ambientes culturales en donde domina este creencia, la cremación estaba preferida sobre el enterramiento de los restos. La cremación como ceremonia de culto y la creencia en que se envuelve, es pecado contra la Palabra del Señor. Por lo tanto, en estos casos, el ministro de la Palabra debe negarse a oficiar a la sepultura de esos restos. Si el cuerpo cristiano fuese quemado por otras circunstancias, y después sus restos llegados a las manos de la familia y la congregación, es lícito para recibir el sepelio cristiano.

En aquel tiempo de Jesucristo, la resurrección del cuerpo fue enseñada por los fariseos y otros, pero negada por la secta de los saduceos (Mateo 22:23-33). Pero, según el testimonio de Cristo y de sus apóstoles, la doctrina de la resurrección no es sólo una presuposición del Antiguo Testamento, sino que se declara clara y explícitamente para la guía de los creyentes de todos los tiempos.

El Señor usa versículos del Antiguo Testamento para explicar a Sus discípulos su recompensa en el cielo. “Los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre”, Mateo 13:43, se basa en Daniel 12:14. Asimismo Lucas 14:14, “Porque serás recompensado en la resurrección de los justos”. En Lucas 18: 31-33; 24:26-27, Cristo les dice a sus discípulos que su propia resurrección fue anunciada por Moisés y los profetas en las Escrituras.

Pedro también argumenta la resurrección de Cristo a partir de pasajes del Antiguo Testamento (Hechos 2:31), refiriéndose al Salmo 16:10. La epístola a los Hebreos atribuye a Abraham la creencia en la resurrección, capítulo 11:17-19, y que en esta esperanza los creyentes del Antiguo Testamento soportaron todas las tribulaciones de este mundo.

Cuando San Pablo, en Atenas, se refiere al “día del Señor”, cuando pronunciará juicio sobre vivos y muertos, los filósofos atenienses entendieron que hablaba de la resurrección. Es el “día grande y terrible del Señor” anunciado en Joel 3 y Malaquías 4. Esta regeneración del pueblo de Dios profetizada por Joel y Malaquías es inteligible sólo cuando se refiere al Día Postrero, cuando el resucitado los justos saldrán, pisoteando a los impíos como ceniza bajo sus pies. La resurrección de ambas clases de muertos, los malos y los buenos, también se afirma y promulga clara y distintamente en Daniel 12:2.

El último enemigo a vencer por la fe es la muerte. Si bien esta doctrina puede no haber estado claramente delineada en la mente de los santos del Antiguo Testamento en todo momento, sin embargo, es su objetivo final, lo mismo que para nosotros.

Ahora bien, para nosotros, la iglesia, el sepelio no es una institución divina. Aun cuando un creyente no recibe sepelio, ejemplo, si se ahoga en al mar, esto no afecta su salvación. Sin embargo, por la manera se efectuá el sepelio entre los cristianos, con liturgia, canciones, oraciones y predicación, se transforma en un oficio público de la iglesia. Cuando encomendamos los restos a la tierra, expresamos la esperanza y la certeza bíblica a la resurrección a la vida eterna en Jesucristo.

Con reverencia y afecto recordamos ante ti, eterno Dios, a todos nuestros parientes y amigos que han sido fieles hasta la muerte. Consérvanos en la fe y el amor hacia ti de modo que en lo futuro nosotros también entremos en tu bendita presencia, y seamos contados con los que te sirven y contemplan tu rostro en gloria eterna. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

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