13 Y viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” 14 Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. 15 Él les dice: “¿Y vosotros quién decís que soy yo?” 16 Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. 17 Y respondiendo Jesús, le dijo: “Bienaventurado eres Simón hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en el cielo.” 18 “Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.” 19 “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en el cielo; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en el cielo.” 20 Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que Él era Jesús el Cristo. Mateo 16:13-20
La confesión de Simón Pedro de Jesús como el Cristo, la palabra griega igual a Mesías, también como Hijo de Dios, fue un hecho clave en el ministerio de Jesús. Fíjate en versículo 15: ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Jesús no preguntó sólo a Pedro, pero todos los apóstoles, y Pedro contestó como representante de ellos. La confesión de Pedro no fue el resultado de haber pedido una señal ni de su propia comprensión superior. Le fe dado por el Espíritu Santo en Jesucristo como Señor y Salvador es el solo fundamento de la iglesia de Cristo. Si la iglesia descansa en la fe en Jesús como Hijo de Dios viviente, aún las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
Además, nuestro Señor no dio el oficio de las llaves sólo a San Pedro, sino habló con Pedro como representante de la iglesia, o la asamblea de todos los creyentes. Como escribió Martín Lutero en su “Tratado sobre el Poder y la Primacía del Papa”, es seguro que la iglesia no está edificada sobre la autoridad de un hombre, sino sobre el ministerio de la confesión que Pedro hizo…el ministerio del Nuevo Testamento no se limita a lugares y personas, como lo es el sacerdocio levítico, sino que está esparcido por todo el mundo y existe dondequiera que Dios da sus dones. En Lucas 22:24-27, Cristo expresamente prohíbe señorío entre los apóstoles. Lo mismo es enseñado por una parábola en Mateo 18:1-4 y en Juan 20:21, cuando Cristo envió a sus discípulos como a iguales sin discriminación alguno.
El oficio de las llaves es el poder especial que nuestro Señor Jesucristo ha dado a su iglesia en la tierra de perdonar los pecados a los penitentes , y de no perdonar a los impenitentes mientras no se arrepientan. Esta autoridad es las llaves que abren o cierran las puertas a la vida eterna. En este pasaje, el Señor dice a Pedro, “ a ti te daré las llaves del reino de los cielos”, pero en Mateo 18:18 y Juan 20:22-23, dice el mismo a todos los apóstoles con la forma plural. Hoy día la iglesia, por mandato de Cristo, llaman pastores para que ejerzan el oficio de las llaves públicamente en su nombre y en representación de la congregación.
Por eso, en nuestras iglesias luteranas, nos preparamos para escuchar la Palabra de Dios y el sacramento de la Santa Cena con la confesión general de la congregación. El culto público es nuestra confesión delante del mundo primero que Cristo es nuestro Señor, también no podamos confesar Jesús como nuestro Salvador por nuestros propios méritos y necesitamos el perdón de Dios porque caímos en pecado diariamente.
El pastor dice, entonces, “En visto de tu confesión, yo, como siervo llamado y ordenado por la iglesia y por Cristo, anuncio en lugar y por mandato de nuestro Señor, el perdón completo de todos tus pecados”. La confesión privada no es obligatoria en nuestras iglesias, podamos confesar ante el pastor aquellos pecados que conocemos y sentimos en nuestro corazón. En ambos casos, debemos recibir la absolución del pastor como de Dios mismo, sin dudar, creyendo firmemente de que nuestros pecados están perdonados ante Dios en el cielo.
Padre celestial, tú le revelaste al apóstol Pedro la bendecida verdad de que tu Hijo Jesús es el Cristo. Fortalécenos con la proclamación de esta verdad, para que nosotros también podamos confesar con regocijo que en ningún otra hay salvación. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos.