“Y cuando oyeron estas cosas, se enfurecieron en sus corazones, y crujían los dientes contra él. Más él, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús en pie a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre en pie a la diestra de Dios. Entonces dando grandes voces, y tapándose sus oídos, arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus vestiduras a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedrearon a Esteban, mientras él invocaba a Dios y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y arrodillándose, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió.” Hechos 7:54-60
El diácono Esteban fue el primero para morir pu su fe cristiana, pero no fue el último. Nuestro Señor advirtió a sus discípulos en Juan 16:2, “Os echarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios.” Y la primera gran persecución de la iglesia comenzó en Jerusalén por los judíos que no creyeron en Jesús como Mesías y Salvador. Luego, como dice en Hechos 19, los paganos en Efeso se opusieron a la predicación del evangelio por falta de respeto a sus dioses.
En la época de la Inquisición Española, también pensaban que rinden servicio a Dios para matar los que creyeron en la justificación solo por la fe y la salvación solo por la gracia, como dice las Escrituras. Casiodoro de Reina, traductor de la Biblia del Oso, huyó de España para escapar la hoguera. Pero, la Inquisición no funcionó solamente en España, también tenía sucursales en la Ciudad de México; Lima, Perú; y Cartagena de las Indias, Colombia. Mateo Salado, el ermitaño luterano, es muy conocido en Perú como la primera victima de la Inquisición en Lima en 1579.
En Venezuela , el Instituto Teológico “Juan de Frías” lleva el nombre del primer mártir luterano venezolano, Juan de Frías, quien fue un sacerdote caraqueño del orden agustino acusado, condenado y encarcelado el 12 de junio de 1671 por la Inquisición. Después de 16 años en la cárcel, finalmente fue condenado a la hoguera en Cartagena de las Indias el 30 de mayo de 1688. Se cuenta que “Juan de Frías” (o Juan Francisco de la Barreda) fue mulato, natural de Caracas. Fue uno de los cuatro quemados en la misma fecha en Cartagena. Los otros eran José Jiménez, Fray Felipe Romero y Francisco del Valle. Cuando en 1683 llegó a tomar posesión un nuevo inquisidor, Don Francisco Valera, encontró a Frías y los que iban a ser sus compañeros de martirio en la hoguera, encarcelados en muy penosa situación. Valera escribió el 01 de octubre de ese mismo año, un informe al Consejo de la Inquisición, diciendo que en las cárceles del Santo Oficio “estos miserables padecen la estrechez de ellas de incomodidades, achaques y casi desesperación, originada de sus naturales y de lo riguroso y ardiente del clima.” El informe de Valera hizo que se volviera a activar la causa de los infelices prisioneros, pero no para darles libertad. Y todavía pasaron otros cinco años, posiblemente en las mismas condiciones de cárcel, hasta que al fin los sacaron de ella, ¡para llevarlos a la hoguera!
Sin embargo, hoy en día hay una Iglesia Luterana de Venezuela, también una Iglesia Luterana Española. “Mártir” es griego para testigo, y el testimonio del los mártires es evidencia para la verdad de las Escrituras. Porque nadie moriría por algo que sabe que es falso. “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, siguiendo fábulas artificiosas; sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad,” dice San Pedro (2 Pedro 1:16). La persecución hace que los cristianos se dispersen y desparramen aún mas las buenas noticias de Jesucristo.
Padre celestial, concédenos, en medio del padecimiento por causa de Cristo, la gracia de seguir el ejemplo del primer mártir, Esteban, para que también nosotros podamos mirar a aquél que ha sufrido y ha sido crucificado por nuestro bien y oremos por los que golpean a tú iglesia con la persecución. Por Jesucristo, tu único Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.