Por tanto el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel.
Con aquellas palabras de Isaías 7:14, encendimos la primera vela de la corona de Adviento. La profecía fue cumplida con la concepción de Jesucristo por obra del Espíritu Santo en el vientre de la Virgen Maria. Y cuando Maria fue embarazada, visitó su pariente, Elisabet, y el niño en el vientre de Elisabet saltó para saludar Él que vivió en Maria (Lucas 1:41). El hijo de Elisabet y Zacarías era Juan el Bautista
Entonces, escuchamos en el primer domingo de Adviento el evangelio indicado, Lucas 3:1-6.
En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra del Señor sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y él fue por toda la región contigua al Jordán predicando el bautismo del arrepentimiento para la remisión de pecados. Como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías que dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Todo valle se rellenará, y bajará todo monte y collado; y los caminos torcidos serán enderezados, y los caminos ásperos allanados; y verá toda carne la salvación de Dios.
Juan llamó la gente al bautismo de arrepentimiento como preparación para la venida del Mesías, el Salvador del mundo. Según la promesa de Dios, los judíos, descendientes de Abraham, recibieron este mensaje y la oportunidad de arrepentir primero.
El arrepentimiento es el reconocimiento del pecado y la necesidad por un Salvador. Cuando alguien piensa, “Soy una buena persona”, él no reconoce su necesidad por un Salvador. Pero, en verdad todos somos pecadores y necesitamos un Salvador. La palabra griega traducida como “arrepentimiento” significa “cambio de mente”. El penitente tiene una nueva mente y un nuevo corazón. No quiere andar en las tinieblas, sino en la luz, como hijo de Dios. Cuando reconocemos nuestros pecados, somos listos para recibir el perdón de pecados que es posible por causa de Cristo.
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