La tristeza se convertirá en gozo
¡Cristo ha resucitado! ¡Ha resucitado en verdad!
“La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha venido su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo.”
Me referí a este pasaje en el evangelio de hoy (Juan 16:16-22) en la quinceañera de Anyi Garrido. Es muy apropiado para este segundo domingo de mayo, que es el Día de la Madre.
Solo una mujer lleva al bebé en su vientre durante nueve meses. Éste es el don de Dios, una parte de su orden de creación. Como leemos en Génesis 1:27-28: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios; y les dijo Dios: Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos y sobre todas las bestias que se mueven sobre la tierra.”
Pero entonces vino la tentación y la caída en pecado de Adán y Eva. Así que, entre las consecuencias de su desobediencia, estaba esta sentencia para la mujer: “Multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él señoreará sobre ti. Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu esposa, y comiste del árbol de que te mandé, diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida; espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.” (Génesis 3:16-19).
Aunque dirigidas a Adán y Eva, los primeros humanos, estas palabras no se dirigen solo a ellos, sino a todos los humanos. Pues todos los hijos de Adán y Eva han sufrido la misma suerte: sufrimiento y muerte física. Pero el Señor también hizo esta promesa al diablo con respecto a la mujer: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; Él te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” (Génesis 3:15). Esta es la primera profecía de un Mesías o Salvador.
Más tarde, cuando Eva concibe y da a luz a su primer hijo, se regocija y dice: “He adquirido varón de parte de Jehová.” (Génesis 4:1). Al dejar abierta la cuestión de qué mujer daría a luz al Salvador, Dios se burló del tentador, dejándolo vivir con temor de cada hijo de mujer que naciera.
Ahora bien, como hijos bautizados de Dios, tenemos la promesa de la resurrección. Un día resucitaremos de entre los muertos para estar con Cristo. Pero hasta entonces, como descendientes de Adán y Eva, somos pecadores que compartimos el sufrimiento común del mundo. Pero, como también advirtió Jesús a sus discípulos, los fieles también deben soportar el odio del mundo incrédulo y del diablo. “Os echarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios.” (Juan 16:2). También, San Pablo dice así: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución.” (2 Timoteo 3:12).
Sin embargo, todo saldrá la pena. Así como los dolores del parto se convierten en parte de la alegría, lo mismo sucede con el camino de la cruz. Jesús les explica a sus discípulos el resultado natural de su separación, especialmente en las circunstancias que pronto serían evidentes. Llorarían y se lamentarían por la amargura de su Pasión, su crucifixión y su muerte, mientras que el mundo, representado por los judíos incrédulos, especialmente los líderes de la Iglesia, se llenaría de alegría. Pero sus almas, afligidas por el dolor, encontrarían rápidamente un maravilloso consuelo, que transformaría su dolor en regocijo. El dolor y la pena de los discípulos serían muy agudos y duros, pero con el regreso de su Maestro, su alegría sería aún mayor; sería una alegría que sobrepasaría toda felicidad humana, una alegría que jamás les sería arrebatada. Desde Pentecostés, con su maravillosa revelación, todos los creyentes pueden participar de esta alegría. El dolor por la muerte de Cristo ya no puede afectarnos; Jesús ahora viene a nosotros espiritualmente, con su Espíritu Santo; revela todas las glorias de su salvación a nuestros corazones. Los cristianos ven y conocen a Jesús por la fe como el Hijo de Dios y su Salvador, y están llenos de un gozo que continuará mientras Su presencia continúe, hasta el fin de los tiempos.
En el mundo, en medio de los incrédulos, los discípulos de todos los tiempos sufren tribulaciones; de ellos solo pueden esperar persecución y tormento. Ese es el destino inevitable de los confesores de Cristo. Y, sin embargo, deben sentirse felices y estar de buen ánimo. Porque en Jesús tienen paz. En medio de toda la agitación, el odio y la persecución de estos últimos días, los cristianos tienen paz con Dios, paz en Cristo el Salvador. Porque él, Jesús, nuestro Campeón, ha vencido al mundo. Amén.