“Hijitos, ya es el último tiempo; y como vosotros habéis oído que el anticristo ha de venir, así también al presente hay muchos anticristos; por lo cual sabemos que es el último tiempo.” (1 Juan 2:18). Nótese el uso del plural. Anticristos (Ἀντίχριστος) significa alguien que se pone en el lugar del Mesías o es su enemigo. “Solo puede haber uno” es una regla que se aplica únicamente al verdadero Cristo.
La palabra griega, Χριστός (Christos) es igual a la palabra hebrea מָשִׁיחַ (Mashiach) o Mesías. Ambas palabras significan “El Ungido”. En el Antiguo Testamento, el ungimiento con aceite de oliva consagrado era el ritual que se usaba para apartar los profetas, sacerdotes y reyes. Jesús de Nazaret, en su bautismo de Juan el Bautista, fue ungido con el Espíritu Santo sin medida, para ser nuestro profeta, sacerdote y rey. Como profeta (Deuteronomio 18:15; Mateo 17:5), Jesús, por medio de palabras y obras, se manifestó a si mismo, y aún se manifiesta en la predicación del evangelio, como Hijo de Dios y Redentor del mundo. Como sacerdote (Hebreos 7:26-27; 1 Pedro 2:24; 1 Juan 2:1-2), Jesús, en nuestro lugar, cumplió perfectamente la ley, se sacrificó a sí mismo, y aún está intercediendo continuamente por todos nosotros ante el Padre celestial y no hay otra Mediador, ni la Virgen ni los santos. Como rey (Juan 18:37; Mateo 21:5), Cristo reina poderosamente sobre todas las criaturas, y gobierna y protege especialmente su iglesia, hasta llevarla finalmente a la gloria (Apocalipsis 5:12-13).
Pues bien, nuestro Señor y Salvador no tiene gemelo malvado. El diablo no tiene campeón con el mismo poder divino. No hay nadie más a quien se le haya dado toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mateo 28:18). Pero estas palabras de San Juan hacen eco de las de nuestro Señor mismo. “Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán…Entonces si alguno os dijere: He aquí está el Cristo, o allí, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas; y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuese posible, aun a los escogidos.” (Mateo 24:5; 23-24; también Marcos 13:22). “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.” (1 Pedro 2:1). Es decir, en los últimos días vendrán muchos falsos mesías que reclamarán autoridad que sólo Jesucristo posee y ofrecerán otro camino de salvación.
Dice San Juan: “¿Quién es mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Éste es anticristo, que niega al Padre y al Hijo.” (1 Juan 2:22). También: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y éste es el espíritu del anticristo, del cual vosotros habéis oído que ha de venir, y que ahora ya está en el mundo.” (1 Juan 4:1-3). Además: “Porque muchos engañadores han entrado en el mundo, los cuales no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. El que tal hace es engañador y anticristo.” (2 Juan 1:7).
Por eso, la Apología de la Confesion del Augsburgo, Artículos VII-VIII:47-48, dice así: “…los sacramentos son eficaces aunque sean administrados por ministros indignos, dado que los ministros actúan en lugar de Cristo, y no a título personal, según aquello de “El que a vosotros oye, a mí me oye” (Lucas 10:16). Es preciso apartarse de los maestros impíos, pues éstos ya no actúan en lugar de Cristo, sino que son anticristos.” Incluso en nuestros días, hay muchísimos anticristos, falsos maestros, entre quienes se declaran miembros de la iglesia cristiana. En muchos lugares, la organización externa de la cualquier iglesia está tan degenerada que estas fuerzas anticristianas actúan prácticamente sin obstáculos. Nuestro deber es desenmascarar a estos anticristos mediante la Palabra de Dios y mantenernos estrictamente libres de su vil actividad.

Pero espera. ¿Que signfica, entonces, “el anticristo ha de venir”? A veces hablamos del “anticristo del fin de los tiempos”, una figura que eclipsará a todos los demás falsos mesías. Este gran anticristo se identifica con la bestia llamada 666 en Apocalipsis 13:11-18 y llamado “el falso profeta” en Apocalipsis 19:20. Esta es la segunda de las criaturas que aparecen en la visión de San Juan tras la expulsión de Satanás del cielo tras la victoria de nuestro Señor en la cruz: la “bestia de la tierra”, que tiene la apariencia de un cordero (Cristo), pero habla como el dragón (Satanás). La primera, “la bestia del mar”, representa el reino o imperio terrenal que exige adoración a punta de espada. La segunda bestia es la iglesia falsa que imita a la primera, al reclamar el derecho a la espada y el dominio sobre las almas de los hombres. Estas dos bestias, en su forma definitiva, serán arrojadas con su amo, el diablo, al lago de fuego, cuando el Señor regrese para juzgar a las naciones. La Apología (Artículos VII-VIII:4) dice como “Pablo declara (2 Tesalonicenses 4:4) que el anticristo se sentará en el templo de Dios, esto es, gobernará la iglesia y desempeñará cargos en ella.” También la Apología en Artículo XIV:98, dice: “Así también perdura en el reino pontificio el culto de Baal, esto es, el abuso de la misa, que aplican con la intención de que merezca para los injustos la remisión de la culpa y de la pena. Y parece que este culto de Baal habrá de durar lo que dure el reino pontificio, hasta qué Cristo venga para hacer juicio, y destruya con la gloria de su venida el reino del anticristo.”
El Tratado sobre el Poder y la Primacia del Papa nombra estas señales del anticristo: “Pero es manifiesto que el pontifice romano y sus adherentes defienden doctrinas impías, y está claro que las señales del anticristo coinciden con las del reino del papa y sus seguidores.” Según el Tratado, el papa se arroga autoridad divina de tres maneras. Primero, porque asume para sí el derecho de cambiar la doctrina de Cristo y el culto instituido por Dios. Segundo, porque asume para sí no sólo el poder de atar y desatar en esta vida (el Oficio de las Llaves), sino también la jurisdicción sobre las almas después de esta vida. Tercero, porque el papa no permite ser juzgado por la iglesia o por cualquiera, y exalta su autoridad por sobre las decisiones de los concilios y de toda la iglesia. Pero, no permitir ser juzgado por la iglesia o por cualquiera, equivale a hacerse a sí mismo Dios. Finalmente, defiende con la mayor crueldad estos horribles errores y esta impiedad y ejecuta a los que desienten.”
Los Artículos de Esmalcalda, Artículo Cuarto:14, dice así: “Al fin y al cabo nadie sino el mismo diablo es quien con engaño de las misas, el purgatorio, la vida conventual, realiza su propia obra y su propio culto (lo que es, en efecto, el verdadero papado), sobreponiéndose y oponiéndose a Dios, condenando, matando, y atormentando a todos los cristianos que no ensalzan y honran todas las cosas tales horrores suyos.” Ahora bien, durante los últimos 500 años, la iglesia romana nunca ha renunciado voluntariamente a ninguno de estos errores. Sin embargo, ha tenido que renunciar al uso de la espada. Nadie está obligado ahora a someterse al Papa bajo pena de muerte. Pero esto es un accidente histórico. Vivimos en una época en la que ni siquiera los príncipes de las naciones de mayoría católica se toman muy en serio las pretensiones de autoridad temporal del Papa. El nuevo Papa es un león sin dientes. Podemos dar gracias a Dios por ello. Pero no debemos olvidar que Roma aún se aferra a estas falsas creencias aquellos que creen podrían ser desviados de la fe salvadora. El espíritu del Anticristo sigue obrando en el mundo.
¡Oh Dios omnipotente y eterno!, que salvas a todos y no quieres que ninguno se pierda: Mira compasivamente a las almas seducidas por la malicia del diablo, para que, abandonando la incredulidad y abjurando la herejía, vuelván en sí y entren en la unidad de la verdad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.