2 abril, 2025

En Venezuela existe la costumbre cuaresmal de comer el chigüire, también conocido como capibara o carpincho, roedor de considerable tamaño que vive principalmente en los llanos inundables. Hydrochoerus hydrochaeris es una especie de roedor semiacuático, nativa de Sudamérica. Ese herbívoro nativo, abundante y fácil de criar. Aunque es un mamífero, está clasificado como aceptable para comer durante de la Cuaresma, igual a pescado, por causa de una bula papal en el siglo XVIII. De hecho, la carne seca del chigüire ha llegado a ser más cara que la carne de res.

No es un comentario en el sabor del plato venezolano, pero los reformadores luteranos condenaron este tipo de casuística porque llevaba a la gente a creer que estaban haciendo obras meritorias mientras se burlaban del ayuno como una expresión genuina de arrepentimiento y fe. El Artículo XV de la Apología de la Confesión del Augsburgo dice así: “Sobre la mortificación de la carne y la disciplina del cuerpo enseñamos como lo declara nuestra Confesión, que la mortificación verdadera y no fingida se verifica por la cruz, por las aflicciones con que Dios nos ejercita. En ellas se ha de acatar la voluntad de Dios, como dice Pablo (Romanos 12:1), “Presentad vuestros cuerpos en sacrificio”, etc. Estos son los ejercicios espirituales del temor y de la fe. Pero además de esta mortificación que hace por medio de la cruz, es también necesario cierto género de ejercicio voluntario, del que Cristo dice (Lucas 21:34): “Mirad por vosotros, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez”. Y Pablo (1 Corintios 9:25): “Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre”, etc. Estos ejercicios empero han de considerarse no como cultos que justifican, sino como prácticas tendientes a someter la carne, para que no se apodere de nosotros la saciedad y nos haga seguros y ociosos, de lo que resulta que los hombres ceden a las inclinaciones de la carne y les obedecen. Y esta diligencia debe ser perpetua, por tiene un mandamiento perpetuo de Dios. Pero aquellas prescripciones detalladas en cuanto a alimentos y tiempos no contribuyen en nada al sometimiento de la carne. Pues el atenerse a ellas causa más afeminamiento y es más costoso que cualquier otro convite. Y ni siquiera nuestros adversarios observan la forma prescrita en los cánones.”

Los cuarenta días de Cuaresma se basan en los cuarenta días y cuarenta noches que Jesús ayunó en el desierto antes de ser tentado por el diablo (Mateo 4:1-11; Marcos 1:12-13; Lucas 4:1-13). Nuestro Señor nunca despreció las bendiciones de la comida y la bebida como algo pecaminoso en sí mismo. Realizó su primer milagro al convertir el agua en vino en una fiesta de bodas. Por haber aceptado la hospitalidad de muchos, fue acusado falsamente de glotonería y borrachera (Mateo 11:19). Pero Jesús reconoció que había un tiempo para ayunar además del tiempo para festejar. En Mateo 9:14-15, le preguntaron a Jesús por qué sus discípulos no ayunaban, aunque los fariseos y los discípulos de Juan el Bautista ayunaban a menudo. “Y Jesús les dijo: ¿Pueden, los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Mas los días vendrán, cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.” En los días en que la iglesia aguarda el retorno del Señor, la sobriedad y el estado de vigilia espiritual con que se espera este momento bien puede expresarse un período de ayuno. En Mateo 16:1-21, les dice a sus discípulos: «Cuando den limosna», «cuando oren» y «cuando ayunen». Nunca dice si.

cruz cuaresma 06
IMG-20240324-WA0005
sharpen_domingo_de_ramos_2024_01

Pero note la insistencia en un arrepentimiento sincero y completo. El rasgarse las vestiduras, como el vestirse de cilicio y sentarse sobre ceniza (Jonas 3:1-10), era un símbolo externo de arrepentimiento. La práctica del ayuno no es obligatoria para los cristianos, pero tampoco está prohibido realizarlo como una expresión de humildad y dependencia de Dios. Nuestro Señor no criticó los actos externos en Mateo 6, sino los falsos motivos que tenían los fariseos, no sólo para el ayuno, sino también para la oración y la limosna. Asimismo, la imposición de cenizas es útil como expresión de sincero arrepentimiento y fe.

A menudo el ayuno era expresaba tristeza por el pecado personal o el pecado de la nación. El Día de la Expiación (Yom Kippur) era un día de ayuno obligatorio para los israelitas. En Joel 2:12-19, el profeta advirtió del juicio de Dios en forma de una plaga de langostas que devorará los cultivos. El propósito de Dios en el envio de este desastre fue para obrar el arrepentimiento en su pueblo, para que pueda recibir perdón. En vista de la inminente plaga, Joel insta el pueblo al ayuno público para arrepentirse de su pecado y a volverse al Señor, con la esperanza de que él puede aún ceder y detener el desastre. Todo el pueblo, desde los infantes hasta los ancianos, debe reunirse, todas las festividades alegres deben cesar, los sacerdotes deben llorar y orar.

La exhortación de Samuel a Israel para que abandonara los dioses extranjeros resultó en un día de ayuno (1 Samuel 7:6). Los sermones de Jonás a los ninivitas dieron lugar a un ayuno en toda la ciudad. El ayuno era para expresar pesar por los pecados de Nínive y rogar a Dios que perdonara su ciudad. Esdras ayunó lamentándose por los matrimonios mixtos que habían hecho los exiliados israelitas que regresaron de Babilonia (Esdras 10:6). Nehemías lloró, ayunó y oró antes de confesar sus propios pecados, los de su familia y los de Israel. La triste condición del pueblo y de los muros de Jerusalén lo impulsó a actuar de esa manera (Nehemías 1:4-7). Daniel hizo una confesión similar mientras ayunaba después de entender la profecía de Jeremías de que los exiliados serían restaurados a Canaán (Daniel 9:3-6).

El ayuno también expresaba otras emociones intensas. El dolor de Ana por su esterilidad la hizo llorar, ayunar y orar (1 Samuel 1:4-10). David ayunó después de la muerte de Abner (2 Samuel 3:35), Saúl y Jonatán (2 Samuel 1:12). Los hombres de Jabes ayunaron siete días después de recuperar los cuerpos profanados de Saúl y Jonatán (1 Samuel 31:13). Jonatán se había negado a comer porque su padre estaba tratando a David de manera vergonzosa (1 Samuel 20:34).

El ayuno también acompañaba la oración de intercesión. El ejemplo más conocido del Antiguo Testamento

es probablemente el de David por su hijo enfermo con Betsabé. David, llorando, ayunó y suplicó por la vida del niño enfermo. Pero cuando el niño murió al séptimo día, David comenzó a comer y aceptó la voluntad del Señor. Aunque ayunó, Dios le negó su petición por la vida del niño (2 Samuel 12:16-23). En el Nuevo Testamento, Ana, la profetisa, “no se apartaba nunca del templo, sino que adoraba noche y día, ayunando y orando” (Lucas 2:37). Luego, Pablo estaba ciego y no comió ni bebió durante tres días después de su conversión (Hechos 9:9). El Espíritu Santo les dijo a los creyentes que adoraban y ayunaban en Antioquía: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado” (Hechos 13:2). Después de ayunar un poco más y orar, les impusieron las manos y los despidieron. Pablo y Bernabé también ayunaron y oraron cuando designaron ancianos (pastores) para las iglesias jóvenes en Asia Menor (Hechos 14:23). Tal vez sea mejor pensar en Jesús ayunando en su dedicación a orar por nosotros los pecadores y meditar sobre el camino al que fue llamado en el desierto.

cuaresma403

Cuando estamos llenos de comida y bebida, normalmente queremos dormir. Al abstenernos de comer y beber, podemos mantenernos alerta para la oración. Por eso, el ayuno tiene cierto valor. San Pablo habla de la necesidad de la disciplina corporal en la vida cristiana (1 Corintios 9:24-27). Para aclarar su significado a los corintios, Pablo usa la figura de los juegos atléticos, con los que estaban familiarizados debido a que los juegos Ístmicos se celebraban en las cercanías de su ciudad cada tres años: «¿No saben que los que corren en el estadio, en el hipódromo, todos corren, pero uno solo se lleva el premio?». El premio en los juegos Ístmicos era solo una guirnalda de hojas, pero para los griegos su valor no podía medirse en dinero. La carrera a pie enseña una lección, el boxeo otra: «Todo combatiente, todo atleta, practica la templanza en todo». Todos los atletas de los juegos griegos, sin importar dónde se encontraran, especialmente los boxeadores, no se entregaban a nada que pudiera debilitar sus músculos o su capacidad de resistencia; Practicaban una severidad tan severa que se abstenían de la más mínima concesión en comida o bebida que pudiera retrasarlos algún día en su entrenamiento. Así como el corredor solo tiene una cosa en mente: ganar la carrera; así como mantiene la vista fija en la meta con firmeza inquebrantable, así el apóstol mantiene su mente firmemente fija en el premio que espera al cristiano fiel al finalizar la carrera. Así como el pugilista no desperdicia sus fuerzas en inútiles puñetazos, sino que procura que cada golpe cuente, así el apóstol, en su batalla contra Satanás, el mundo y su propia carne, no golpeó suavemente al enemigo con guantes de seda, sino que asestó golpes contundentes, sabiendo que de su victoria dependía la certeza de su salvación.

Muchos de los primeros padres de la iglesia alentaron el ayuno en los días posteriores a los apóstoles. El día de ayuno más importante del año entre los cristianos era el llamado Ayuno de Pascua, el día anterior a la Pascua. Ya en el año 200 d. C., este día de ayuno se consideraba una tradición de mucho tiempo. Al principio, el Ayuno de Pascua se limitaba a un solo día: el sábado. Más tarde, se popularizó el ayuno de 40 horas (que se cree que fue el tiempo que Cristo estuvo en la tumba). En el siglo III, el Ayuno de Pascua se extendió a los seis días de la Semana Santa, y para el siglo IV, muchos observaban un ayuno cuaresmal de 40 días (cuya duración era similar a la del ayuno de 40 días de Jesús). El propósito del Ayuno de Pascua (posteriormente, Cuaresma) no era solo conmemorar los sufrimientos de Cristo. Igualmente importante fue el hecho de que los bautismos se administraban a menudo el sábado anterior a la Pascua, y parte de la preparación para el bautismo incluía el ayuno.

Sin embargo, de la observancia del ayuno, mayoritariamente individual y voluntaria, en la época de los apóstoles surgió gradualmente un complejo sistema de días de ayuno obligatorios. Se creía que la iglesia había recibido la autoridad para impartir tales mandatos al pueblo de Dios. El ayuno se consideraba una obra de mérito. Se aplicaba la excomunión a quienes violaban las leyes del ayuno.

El Artículo XII de la Confesión del Augsburgo dice que “aunque estamos convencidos de que el arrepentimiento debe producir buenos frutos por causa de la gloria y el mandamiento de Dios, y los buenos frutos, como ayunos verdaderos, oraciones verdaderas, limosnas verdaderas, etc., tienen mandamiento de Dios, sin embargo, jamás hallaremos en las Sagradas Escrituras texto alguno que diga que las penas eternas no se perdonan sino por causa de la pena del purgatorio o de las satisfacciones canónicas, esto es, en virtud de ciertas obras no obligatorias, o que el poder de las llaves tiene el mandamiento de conmutar las penas o de perdonar parte de ellas.”

También, ell Artículo XXV de la Confesión del Augsburgo afirma de “Anteriormente se enseñó, se predicó y se escribió que la distinción de las comidas y tradiciones similares instituidas por los hombres sirven para merecer la gracia y hacer satisfacción por los pecados. Por este motivo se inventaron a diario nuevos ayunos, nuevas ceremonias, nuevas órdenes y cosas similares, insistiendo en ellas con vehemencia y severidad, como si tales asuntos constituyeran actos necesarios de culto, se podía merecer la gracia, y que, de no observarlos, se incurriría en grave pecado. Esto ha dado origen a muchos errores perjudiciales en la iglesia.”

El Dr. Martín Lutero escribió así en su Catecismo Menor, sobre “El Sacramento del Altar”, “El ayunar y prepararse corporalmente es, por cierto, un buen disciplinamiento externo; pero verdaderamente digno y bien preparado es aquel que tiene fe en las palabras: “por vosotros dado” y “por vosotros derramada para perdon de los pecados”. Amén.