21 febrero, 2025

Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

El reciente descubrimiento del asteroide 2024 YR4 ha puesto en alerta a la comunidad científica y a las autoridades internacionales, especialmente en América del Sur, donde se encuentran Colombia, Venezuela y el norte de Brasil entre los países en riesgo de impacto. Detectado a finales de 2024 por el telescopio ATLAS, este asteroide, con un tamaño estimado de entre 40 y 90 metros de diámetro, tiene una probabilidad de colisión con la tierra el 22 de diciembre de 2032. Según los científicos, hay un 97.9 % de posibilidades de que pase sin problemas cerca de la tierra. Sin embargo, esto también significa una probabilidad de impacto del 2.1 %. Si bien gran parte de la trayectoria estimada del asteroide se encuentra sobre el océano, los expertos advierten que, de impactar en tierra firme, podría causar daños significativos a nivel local, comparables al evento de Tunguska en 1908, cuando un asteroide destruyó más de 2,100 hectáreas de bosque en Siberia. Esto no debería asustarnos.

Aquellos que creen que los humanos y otros seres vivos en la tierra son el resultado de procesos naturales no tienen garantía de que los procesos naturales no destruirán la vida en la tierra. Sin embargo, nosotros que creemos que el cielo y la tierra pueden pasar, pero la Palabra de Dios no pasará, confiamos en esa misma Palabra de que Aquel que creó los cielos y la tierra en el principio los mantendrá hasta su día de juicio. El Señor prometió a Noé en Génesis 8:22: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche.”

Los primeros tres versículos de Apocalipsis 7 indican que la completa destrucción de la tierra debe demorarse hasta que todos los que fueron predestinados para la salvación hayan sido sellado con la marca del bautismo. “Y después de estas cosas vi cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, deteniendo los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol.Y vi otro ángel que subía de donde nace el sol, teniendo el sello del Dios viviente. Y clamó con gran voz a los cuatro ángeles, a los cuales era dado hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes” (Apocalipsis 7:1-3).

Por esta razón tampoco deberíamos preocuparnos por el fin de toda vida a causa del cambio climático. Siempre ha habido cambios climáticos, generalmente por razones que escapan al control humano.
Por ejemplo, desde principios del siglo XIV hasta mediados del siglo XIX, los glaciares de montaña se expandieron en varios lugares, incluidos los Alpes europeos, Nueva Zelanda, Alaska y los Andes meridionales, y las temperaturas medias anuales en todo el hemisferio norte disminuyeron. Muchas áreas del norte de Europa estuvieron sujetas a varios años de inviernos largos y veranos cortos y húmedos, mientras que partes del sur de Europa soportaron sequías y períodos de fuertes lluvias durante toda la temporada. También existen evidencias de sequías plurianuales en África ecuatorial y Asia central y meridional. El avance de los glaciares alpinos sepultó granjas, iglesias y aldeas en Suiza, Francia y otros lugares. Los inviernos fríos frecuentes y los veranos frescos y húmedos provocaron pérdidas de cosechas y hambrunas en gran parte del norte y centro de Europa. Además, las pesquerías de bacalao del Atlántico Norte disminuyeron a medida que las temperaturas oceánicas cayeron en el siglo XVII.

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Junto con el cambio de las estaciones, habrá inundaciones, incendios, hambrunas y guerras, pero esto no provocará el fin de este mundo, como nos dice el Señor en Lucas 21:9-11: “Y cuando oyereis de guerras y sediciones, no os aterréis; porque es necesario que estas cosas acontezcan primero; pero aún no es el fin.” Entonces les dijo: “Se levantará nación contra nación, y reino contra reino; Y habrá grandes terremotos en varios lugares, y hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo.”

Hay mucho más por venir antes del gran y terrible día del Señor. “Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de naciones en confusión; bramando el mar y las olas; desfalleciendo los hombres a causa del temor y expectación de las cosas que vendrán sobre la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Y entonces verán al Hijo del Hombre, viniendo en una nube con poder y gran gloria. Y cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca.”

Los acontecimientos que los hijos del mundo contemplarán con terror impotente deberían ser para los creyentes una voz que despierte en sus corazones la más gozosa esperanza y expectativa. Las cabezas que tan a menudo han estado inclinadas bajo toda clase de miseria y persecución deberían ahora estar levantadas en feliz anticipación de la liberación final y gloriosa.

Nuestro Padre celestial, bondadosamente defiéndenos de incendios e inundaciones, de guerra y epidemias, de sequías y tempestades, de escasez y de hambre. Encomendamos a tu misericordia a todos los que están en peligro en el mar, en la tierra o en el aire. Nos envies en abundancia lluvias que revivan la tierra y refrescan las plantaciones y los frutos del campo. Suplicámoste que nos libres de todo mal que pueda acontecernos por causa de las tempestades por medio de tu bendito Hijo Jesucristo quien apaciguaste la furia del viento y calmaste las olas del mar de Galilea. Dígnate otorgar tu protección a todos los que sean marineros o pasajeros del mar en tiempos borrascosos. Por el mismo Jesucristo que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

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