Llevad mi yugo sobre vosotros, dice el Señor, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga. Gloria sea al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.
Y pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos; y le dijo: “Sígueme.” Y él se levantó y le siguió. Y aconteció que estando Él sentado a la mesa en la casa, he aquí muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron a la mesa con Jesús y sus discípulos. Y cuando vieron esto los fariseos, dijeron a sus discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? Y oyéndolo Jesús, les dijo: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.” Mateo 9:9-13
Los romanos, en el caso de Judea, siguieron la misma política que habían empleado hacia sus otras provincias y países tributarios. Se propusieron no interferir con la religión de un pueblo, pero había que hacer cumplir las leyes de Roma. Al principio, la recaudación de impuestos para el gobierno romano estaba en manos de la orden ecuestre o caballeros, la más baja de las dos clases aristocráticas de la antigua Roma. Los caballeros, a su vez, vendieron el privilegio a hombres prominentes de las provincias. La valoración injusta, la extorsión, el chantaje, estaba a la orden del día, y la gente tenía que sufrir.
El Talmud distingue dos clases de publicanos, el recaudador de impuestos en general y el funcionario de aduanas. El primero recaudaba los impuestos habituales sobre la renta y la propiedad. En el caso del funcionario de aduanas, también había impuestos y aranceles sobre todas las importaciones y exportaciones, sobre todo lo que se compraba y vendía.
En la época de Jesús, un decreto de César había cambiado un poco el sistema de recaudación de impuestos al hacer que los impuestos recaudados por los publicanos en Judea se pagaran directamente al gobierno. Pero este cambio hizo poco para aliviar la carga de la gente, y solo hizo que los publicanos fueran más impopulares, como funcionarios directos del poder romano. Los publicanos fueron descalificados para ser jueces y testigos, y en general fueron tratados como marginados sociales, al mismo nivel que los pecadores abiertos.
En su camino, Jesús pasó por la aduana de Capernaum, que estaba a cargo de Leví, el hijo de Alfeo, que después de esto se llamó Mateo. Esta casa de peaje era un lugar muy concurrido, ya que la carretera de caravanas entre Egipto y Damasco pasaba por la ciudad. Pero al llamado de Cristo, Mateo obedece de inmediato. Él pudo haber conocido a Jesús antes, difícilmente podría haber pasado por alto escucharlo. El llamado fue más que una mera invitación, fue una inscripción directa de un publicano entre los que estaban más cerca del Señor.
Mateo hizo que se preparara una fiesta. Otros publicanos, marginados sociales a quienes los fariseos habían excomulgado de las sinagogas, eran los invitados junto a Jesús y sus discípulos. Era escandalosos para los fariseos que Jesús practicará compañerismo de la mesa con ese tipo de gente.
Jesús cita un proverbio para explicar su propia conducta. Un médico encuentra naturalmente su campo de actividad entre los enfermos, que sienten la necesidad de sus servicios. Aquellos que están bien, o se engañan a sí mismos creyendo que están en perfecto estado de salud, resienten la sugerencia de un médico en su caso. Cristo es el verdadero médico del alma. Solo los mansos y humildes de corazón, que sienten su pecado y la maldición del pecado, vienen al amigo de los pecadores y aceptan la curación de sus manos.
Jesús les recuerda a los fariseos, que podrían haber sentido la inferencia, de la palabra del profeta, Oseas 6:6. “Lo que quiero es misericordia, y no sacrifico, conocimiento de Dios, más que holocaustos.” Dios había ordenado los sacrificios, pero Oseas condenó a Israel por suponer que Dios deseaba obediencia a las leyes rituales más que la práctica de la misericordia. Los fariseos eran igualmente culpables de estes pecado. Los fariseos estaban orgullosos de su conocimiento de las Escrituras, pero no las entendieron, también estaban orgullos de su propia justicia.
En el banquete en la casa de Mateo, Jesús no compartió el estilo de vida de los publicanos, sino aprovechó la oportunidad de llamar a la fe gente consciente de sus pecadosal arrepentimiento. Jesús siento con ellos, no porque sean dignos, sino porque él es misericordioso. En la misma manera, él está con nosotros, en su verdadero cuerpo y sangre, en el sacramento del altar.
Todopoderoso Dios, que por tu bendito Hijo llamaste a Mateo de la recaudación de los tributos públicos para ser tu apóstol y evangelista: Concédenos gracia para abandonar todo deseo codicioso y ambición de riqueza y seguir a tu Hijo Jesucristo, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.