Por toda la tierra ha salido la voz de ellos y hasta los fines de la tierra sus palabras. Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. ¡Aleluya! ¡Aleluya! Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto y vuestro fruto permanezca. ¡Aleluya!
Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Y subí por revelación, y les comuniqué el evangelio que predico entre los gentiles, pero en particular a los que tenían cierta reputación, para no correr, o haber corrido en vano. Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, siendo griego, fue obligado a circuncidarse; y esto a pesar de falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraron secretamente para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para traernos a servidumbre; a los cuales ni aun por un instante accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros. Pero de aquellos que parecían ser algo (lo que hayan sido, no me importa: Dios no hace acepción de personas); a mí, pues, los que parecían ser algo nada me comunicaron. por el contrario; cuando vieron que el evangelio de la incircuncisión me había sido encomendado, como a Pedro el de la circuncisión (Porque el que fue poderoso en Pedro para el apostolado de la circuncisión, fue poderoso también en mí para con los gentiles); y cuando Santiago, Cefas, y Juan, que parecían ser columnas, percibieron la gracia que me fue dada, nos dieron a mí y a Bernabé las diestras de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión. Gálatas 2:1-9
En nuestro texto de Gálatas, San Pablo relata que catorce años después de su visión en el camino a Damasco, fue a Jerusalén con Bernabé y Tito para testificar de la conversión de los gentiles en Antioquía. En el libro de los Hechos, el relato de la obra de Pablo y Bernabé en Antioquía se ubica en el capítulo 11, directamente después de la historia del bautismo de Pedro del romano, Cornelio y su casa.
En Hechos 13, Pablo hace su viaje misionero con Bernabé a Chipre y Asia Menor. Había habido cierta inquietud entre los cristianos de origen judío en Jerusalén cuando Pedro entró en la casa de Cornelio. Esta facción se hizo aún más vocal después de que Pablo y Bernabé informaron sobre su trabajo en Antioquía, Chipre y Asia Menor. Con un énfasis tan amargo insistieron en su punto de que Pablo y Bernabé no lograron silenciarlos. Estos hombres expresaron con gran énfasis su opinión de que era absolutamente necesario que todos los conversos entre los gentiles se circuncidaran y observaran la Ley de Moisés en su totalidad, es decir, la ley ceremonial, en lo que se refería al pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Es la misma doctrina falsa y peligrosa que ha surgido en la Iglesia otras veces, a saber, que la observancia de la Ley del Antiguo Testamento es esencial para merecer la salvación.
El primer concilio de la iglesia cristiana fue convocado en Jerusalén para resolver este problema. El libro de los Hechos se puede dividir en dos partes. La primera parte relata el crecimiento de la iglesia en Jerusalén, Judea y Samaria. San Pedro está en el centro de esta sección, no por un oficio especial entre los apóstoles, sino por sus dones naturales como líder. En la segunda parte de Hechos, el enfoque se desplaza hacia los viajes misioneros de San Pablo. El relato del concilio de Jerusalén (Hechos 15: 1-21) tiene lugar en el punto de inflexión de este cambio. Pablo hizo un informe detallado de su trabajo entre los gentiles, no solo de su predicación, sino también de su práctica, sin ocultar el hecho de que ya no exigía que los gentiles fueran circuncidados.
Ahora, su argumento a los gálatas es este: si las afirmaciones de los maestros judaizantes en medio de ellos fueran verdaderas, si la ley ceremonial aún no hubiera sido abrogada, entonces los líderes del concilio en Jerusalén ciertamente habrían insistido en que cambiara su práctica en este respeto. Él nombra a Pedro, Santiago y Juan como estos pilares de la iglesia. Este Santiago no es Santiago, el hermano de Juan e hijo de Zebedeo, sino uno que se llama “hermano del Señor” en Marcos 6: 3, Mateo 13:55 y Gálatas 1:19. Pablo da a entender que Santiago se convirtió en un apóstol como él, cuando el Señor se apareció a Santiago después de su resurrección (1 Corintios 15: 7). Parece haber reemplazado a Santiago, el hijo de Zebedeo, como obispo de la iglesia en Jerusalén después de que Herodes mató al otro Santiago (Hechos 12: 2). En el relato de los Hechos, tanto Pedro como Santiago hablan a favor de Pablo en el concilio de Jerusalén. Fíjate que es Santiago, no Pedro, quien toma la decisión final contra los judaizantes.
La Ley de Moisés, o el Torá, era un pacto entre Dios y los israelitas después de su liberación de esclavitud en Egipto. Si los israelitas obedecían este pacto, Dios haría de ellos una gran nación de la que nacería el Salvador de las naciones. Encontramos en el Torá tres tipos de ley: la ley moral, la ley civil y la ley ceremonial. Los Diez Mandamientos son la ley moral, que es universal. Que quiere decir, la la ley moral es la voluntad de Dios para todos los seres humanos a vivir como sus hijos. La ley moral todavía aplica a nosotros del Nuevo Pacto, aunque no somos salvos por obras de esta ley. Sin embargo, en Cristo somos libres del pecado para vivir conforme la voluntad de Dios con la ayuda del Espíritu Santo. También, en el Torá son leyes civiles para gobernar la nación de Israel, pero ahora el reino de Dios es abierto a todas las naciones. La ley ceremonial fue centrada en los sacrificios propiciatorios en el Templo de Jerusalén, pero Cristo como nuestro sumo sacerdote hizo el sacrificio perfecto una vez para siempre en la cruz. Entonces, no sacrificamos animales en nuestros altares, ni sacrificamos un corder para la Pascua, porque Jesucristo es nuestro Cordero pascual. La pila bautisma ha reemplazada la circuncisión como la marca de la familia de Dios.
Sin embargo, en la libertad cristiana, respetamos las tradiciones de la iglesia de todos los siglos. Dice Artículo XV de la Confesión de Augsburgo, “De los ritos eclesiásticos de origen humano se enseña que se observen los que pueden realizarse sin pecado y que sirvan para mantener la paz y el buen orden de la iglesia, como ciertas celebraciones, fiestas, cosas semejantes. Sin embargo, se alecciona no gravar a las conciencias con esto, como si tales cosas fueran necesarias para la salvación.” Esto refleja el mismo concepto que el veredicto del concilio de Jerusalén.
Como dijo San Pedro en Hechos 15, los mandatos detallados que gobiernan incluso los actos más mínimos de la vida cotidiana habían resultado una pesada carga para todos los judíos, y sería incorrecto transmitir esta carga a los gentiles. Y este argumento tenía aún más fuerza ya que todos, tanto judíos como gentiles, esperaban ser salvos por la gracia, por la gracia inmerecida del Señor Jesucristo. Toda regla y orden que enfatizara los méritos y las obras de parte del hombre naturalmente restaría mérito a la gloria de la gracia gratuita del Señor, y haría que la salvación misma fuera un asunto de duda.
Pero, como dijo Santiago, es la voluntad de Dios para los cristianos de todos los tiempos, que eviten la toda inmoralidad sexual. Además, a juicio de Santiago, a los cristianos gentiles se les podría pedir que tuvieran alguna consideración por las sensibilidades sus hermanos judíos y se abstuvieran de la carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre y de la carne de animales estrangulados. Estos requisitos no eran una reimposición de la ley, sino una oportunidad a “servirse unos a otros con amor” (Gálatas 5:13) y preservar la unidad de la iglesia.
Misericordioso y eterno Dios, tus santos apóstoles Pedro y Pablo, recibieron la gracia y la fortaleza para entregar su vida por causa de tu Hijo. Fortalecénos por medio de tu Espíritu Santo para que podamos confesar tu verdad y que en todo momento estemos dispuestos a entregar también nuestra vida por aquél que se dio primero por nosotros. Por Jesucristo, tu único Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.