Voz que clama en el desierto, Preparad el camino del Señor. Enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios y se manifestará la gloria del Señor. Bueno es alabarte, Jehová y cantar salmos a tu nombre. Amén.
“Y a Elisabet se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, y dio a luz un hijo. Y oyeron sus vecinos y sus parientes que Dios había mostrado para con ella grande misericordia, y se regocijaron con ella. Y aconteció que al octavo día vinieron para circuncidar al niño; y le llamaban por el nombre de su padre, Zacarías.” Lucas 1:57-59
El octavo día fue el día de la circuncisión cuando, según el mandato de Dios, se le dio un nombre al niño. El hecho de que el niño sea hijo de padres que hayan pasado de la edad de procrear hijos. Todos, excepto los padres del niño, pensaron que su nombre debería ser Zacarias, porque un hijo único debería llevar el nombre del padre.
“Y respondiendo su madre, dijo: No; sino Juan será llamado. Y le dijeron: No hay nadie en tu parentela que se llame con ese nombre. Entonces hicieron señas a su padre, preguntándole cómo le quería llamar. Y pidiendo una tablilla, escribió, diciendo: Juan es su nombre. Y todos se maravillaron. Y al instante fue abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios.” Lucas 1:60-64
El ángel había hecho mudo a Zacarías como castigo por su incredulidad (Lucas 1: 5-23), pero le había comunicado a Elisabet la historia de la maravillosa aparición en el templo, y ella conocía el nombre que el Señor había elegido. El tablilla era probablemente una pequeña tablilla de cera, como las que se usaban generalmente en esa época, sobre la que se escribía con un lápiz. Su escritura del nombre, Juan, no dejó otra alternativa, el asunto estaba total y completamente resuelto. El castigo por su falta de fe fue eliminado y volvió a hablar.
“Y vino temor sobre todos sus vecinos; y todas estas cosas se divulgaron por todas las montañas de Judea. Y todos los que las oían las guardaban en su corazón, diciendo: ¿Quién será este niño? Y la mano del Señor era con él. Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó:” (Lucas 1:65-67)
Lo que sigue, versículos del 68 al 79, es el Benedictus (el latín para la primera palabra, bendito), también conocido como Cántico de Zacarías, es una de las tres canciones, junto con el Magnificat y el Nunc Dimittis, que aparece en los dos primeros capítulos del evangelio de San Lucas. Cantamos este cántico en el servicio de Maitines como un himno de alabanza a Dios por el Verbo de Dios encarnado. Se regocija en el cumplimiento de las promesas de Dios en el Antiguo Testamento. La primera sección habla de la esperanza del Mesías, quien traerá liberación espiritual, hasta el fin de que los fieles puedan servirle sin temor. La última parte está dirigida a Juan el Bautista, quien precederá al Mesías y anunciará su venida.
El himno comienza con las alabanzas dirigidas a Dios usuales en muchos salmos del Antiguo Textamento. En previsión de la época de la salvación mesiánica se refiere como un hecho que Dios ha visitado misericordioso a su pueblo en la opresión. Dios fue fiel a sus promesas al enviar a alguien como Elías para preparar su pueblo y al anunciar el adviento del Hijo de Dios y Salvador de todas las naciones. “Cuerno de salvación” significa Salvador.
“Bendito el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, y nos alzó cuerno de salvación en la casa de David su siervo; tal como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio del mundo; Que habríamos de ser salvos de nuestros enemigos, y de mano de todos los que nos aborrecen; para hacer misericordia con nuestros padres, y acordarse de su santo pacto; del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, que nos habría de conceder, que liberados de la mano de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos, en santidad y justicia delante de Él, todos los días de nuestra vida.” Lucas 1:68-71
La protección contra enemigos externos y el aspecto político de la libertad no era su fin único ni primero, sino sólo condición previa de la libertad religiosa, que es la que debe dar a Israel la posibilidad de servir a Dios sin cesar, libre de todo temor de guerra o de opresión, como su pueblo santo, en piedad y justicia auténticas. Aún más importante es la libertad del castigo para nuestros pecados, la redención en Cristo que nos permite a vivir como hijos de Dios sin el temor de la condenación eterna.
“Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la faz del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para remisión de sus pecados, por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que la aurora nos visitó de lo alto, para dar luz a los que habitan en tinieblas y sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz.” Lucas 1:76-79
Con el versículo 76 vuelve Zacarías su atención a la figura de su propio hijo, anunciando en palabras proféticas la misión para la que ha nacido. El Bautista debe instruir al pueblo sobre la verdadera naturaleza de la redención, llevarle a la convicción de que la salvación consiste en el perdón de los pecados.
“Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en el desierto hasta el día que se mostró a Israel.” (Lucas 1:80).
La obra de toda la vida de Juan iría ante el rostro del Señor para preparar Sus caminos ante Él, como habían dicho los profetas. Y cuando la proclamación de la Ley hubiera preparado los corazones para eliminar toda justicia propia y supuesta piedad, entonces Juan podría dispensar el conocimiento de la salvación, que consiste en el perdón de los pecados.
Oremos.
Todopoderoso Dios, a través de Juan el Bautista, el precursor de Cristo, proclamaste una vez la salvación. Concede, ahora, que conozcamos esta salvación y te sirvamos en santidad y rectitud, todos los días de nuestra vida. Por Jesucristo, tu único Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.