En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola esposa, vigilante, templado, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no rencilloso, no codicioso de ganancias deshonestas, sino moderado, apacible, ajeno de avaricia; que gobierne bien su propia casa, que tenga sus hijos en sujeción con toda honestidad (Porque el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?). No un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo. 1 Timoteo 3:1-7)
La palabra “llamado” se usa de varias formas en las Confesiones Luteranas como en las Sagradas Escrituras. A veces, significa un llamado de Dios a ser cristiano. En otras ocasiones, las Confesiones hablan de un llamado a una vocación instituida por Dios, por ejemplo, a ser madre o padre. Aunque Lutero no usa la palabra llamado en la tabla de deberes del Catecismo Menor, allí se da a entender que cada estado de la vida aprobado por Dios es una llamada. Pero las Confesiones ponen la mayor atención y énfasis en el llamado al ministerio público de la Palabra y los sacramentos.
El Artículo XIV de la Confesión del Augsburgo dice así: Respecto al gobierno eclesiástico se enseña que nadie debe enseñar públicamente en la iglesia ni predicar ni administrar los sacramentos sin llamamiento legítimo.
Para predicar la Palabra de Dios y administrar los sacramentos del bautismo y la Santa Cena es un oficio instituido por Jesucristo el mismo. Todos los creyentes pueden interceder para otros en la oración en nombre de Jesucristo, también pueden ofrecer sus sacrificios de alabanza y acciones de gracias. Pero, no todos son llamados al ministerio de la Palabra y los sacramentos. Nuestro Señor llamó los apóstoles primero a dejar su trabajo y familias para proclamar su evangelio, y bautizar y hacer discípulos hasta los fines de la tierra. Los otros creyentes pueden dar testimonio a Cristo a sus familiares y amigos en sus vocaciones como padres, hijos, trabajadores y empleadores.
Este ministerio también se llama el oficio pastoral. En el Nuevo Testamento, las palabras, “obispo”, “pastor” y “presbítero” se usan para significar el oficio pastoral sin distinción. Todos los ministros de la iglesia tienen la autoridad de predicar y administrar los sacramentos. Sólo a fines del primer siglo se aplicaba el título de obispo solo al funcionario eclesiástico más alto de una ciudad o distrito. La jerarquía de la iglesia romana y de la iglesia anglicana no se basa en ningún mandato del Señor, sino que es una institución humana.
Como dice San Pablo, a un recién convertido al cristianismo no se le debe dar el cargo de obispo. Aún no es capaz de afrontar con éxito los peligros y las tentaciones del cargo. El apóstol dice que desear el oficio es algo bueno; esta es el llamado interno. Pero eso no es suficiente para este asombroso privilegio y deber. El candidato para el cargo debe ser examinado y aprobado por otros ministros, llamado por una congregación local y ordenado pastor mediante la imposición de manos y la oración.
Aquellos llamados al oficio pastoral deben trabajar para la iglesia, para cuidar y ser ejemplos para el rebaño hasta la muerte. Así como el llamado a los apóstoles fue de por vida, así es el llamado del pastor. El llamado divino no es un contrato por un período de tiempo determinado, como uno o dos años, ni el pastor un asalariado. Solo Dios tiene el derecho de determinar cuándo terminan tales llamadas. Un pastor puede ser destituido de su cargo solo por falsas enseñanzas, por vivir una vida inmoral o por incapacidad física o mental. Dios está obrando cuando tales decisiones se toman con oración y con la debida reverencia.
Señor, te suplicamos levantes para el ministerio hombres fieles y capacitados, que tengan por sumo gozo entregarse enteramente a la obra de la iglesia por amor de tu querido Hijo, y por las almas por las que Él derramó su muy preciosa sangre sobre la cruz. Hazlos aptos para su santo oficio, te suplicamos, mediante tu gracia abundante y bendición celestial. Por el mismo Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.